La José y el cuerpo sobreviviente que habita
Cuando escribimos, leemos o decimos que una mujer es fuerte se trata de una afirmación que casi siempre acompaña —de cerca o de lejos— a una historia compleja. Está inscrita más allá de la retórica, muy cerca del dolor y también, de una resistencia tan honda que a ratos escapa de la comprensión. María José Machado Gutiérrez es una de las artistas cuencanas más reconocidas en el performance o arte de acción, ganó la beca de producción CIFO en la edición 2018 – 2019 de la Bienal de Cuenca y expuso su obra en el Museo del Barrio de Nueva York; aunque claro, esta es solo una manera formal para decir que su trabajo nunca pasa desapercibido.
Como de costumbre, prefiere presentarse por su segundo nombre: «Soy José y tengo 37 años», dice. Lleva 17 apropiándose del espacio público con el mismo cuerpo que aprendió a gritar y hacer catarsis cuando su padrastro le prendió fuego a su obra. La fuerza innata parece pertenecerle, es una sobreviviente de la violencia, de la gestión cultural, del arte y de la docencia en un contexto pandémico que en marzo próximo alcanza su segundo año.
María José Machado junto a Yoko. / Juan Contreras.
¿Has encontrado finalmente una definición —personal por supuesto— del cuerpo? ¿De tu cuerpo?
Sí. Para mí el cuerpo es el punto de inicio y de encuentro final, tanto individual como social: la interfaz de la creación. No lo planteo como una verdad absoluta ni como un todo, aunque se trata de mi herramienta y puede sonar muy obvio o trillado, pero es lo que nos moviliza, no solo como ese dispositivo espacial que camina y se traslada sino también desde el sentido de la biopolítica, del género, de estar consciente de que tu ser habita la masa epidérmica que, a veces, se entiende como cuerpo.
¿Cuál es la sensación cuando en medio de tu performance en el espacio público ves a la gente acercarse, cuando los curiosos empiezan a aglomerarse?
Siempre planteo acciones bastante respetuosas en los territorios, difícilmente voy con una idea: debo llegar, conocer el espacio, entender su ecosistema, sus sensibilidades, necesidades, conflictos… para poder involucrarme de forma inteligente y responsable sin capitalizar ni ser extractivista, sin infringir en lo cotidiano, intentando ser disidente, pero de la forma más respetuosa con el entorno. En ese sentido la gente termina contemplando y siendo partícipe desde el silencio, desde ese acto cómplice de mirar, de acompañarte. En estos encuentros me alejo totalmente de la teatralidad, sé que los espacios le pertenecen a la comunidad y, la verdad, no llego con la intención de ser contemplada sino, más bien, de convivir con el entorno. Entonces, creo que esa energía que puedes instalar cuando llegas con esta convicción, inevitablemente rebota y crea una atmósfera común.
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Ha experimentado con la fe, los dogmas, el comportamiento social. La hemos visto disfrazada de virgen María, apuntar suvenires religiosos con una escopeta chiclera de feria, extraer su propia sangre para preparar un yahuarlocro, comer hasta la saciedad aludiendo al pecado de la gula y los excesos del cuerpo, pararse frente a los automóviles para leer testimonios a voz en cuello. Pero junto a estas acciones audaces se mantiene firme su lema artístico: «Romper las reglas sin quebrantar reglamentos». Gracias a esta consigna, pocas de sus obras han debido parar en medio de la acción, pero jamás la han censurado. Ella se ampara en los derechos escritos en la misma Constitución que bien podría condenarla, pero no tiene cómo ni con qué, pues María José se enfrenta a ese «miedo moderno» de las sociedades, ese del que mucho habla Zygmunt Bauman: «el miedo al mobile vulgus, aquella clase inferior de gente nómade, que se filtra en los lugares donde solo la gente correcta tiene derecho a estar».
Instalación performática Extático – virgen en proceso. / Cortesía.
¿En qué momento perdiste ese miedo a qué va a suceder? ¿Cuándo dejaste de pensar en las consecuencias, en la vergüenza, en el escarnio público?
A ver, yo creo que mi acercamiento al arte de acción y al cuerpo fue demasiado intuitivo. Me involucré en las artes plásticas con una visión un tanto romántica de lo que significaba ser un artista plástico, desde un entorno bastante religioso en casa que marcó mucho mi crianza y mi entendimiento. Cuando en 2007 mi padrastro quemó toda mi obra —producción pictórica, dibujo, escritura creativa, diarios de artista—, lo perdí todo y sentí la fragilidad del arte, lo único que me quedaba era mi corporalidad, el espacio donde siempre se enfoca el conflicto: ser mujer, el sexo, el género, el cuerpo que se reglamenta y se reviste. Este episodio en mi vida me hizo tomar conciencia sobre trabajar con mi cuerpo, inicialmente desde una catarsis y luego, aceptando que es lo único que me pertenece. Puedo decir «yo soy mía» y por fácil que parezca, es realmente difícil gritarlo. Así es como empecé a trabajar procesos involucrados con la fotografía, el video, la instalación y la investigación del arte abyecto, con el que encontré mujeres que salían a las calles, hombres y muchos «elles». Reflexioné mucho sobre la institucionalidad del arte y qué se valida en ese circuito. A lo que voy es que salgo a la acción muy convencida, no me siento nerviosa sino camino, me siento, me paro, estoy aquí como vos. Creo que con la convicción y la seguridad no existen medias tintas, el arte acción es como la vida misma, cuando sabes que estás haciendo algo malo estás nervioso o en conflicto, y cuando no, solo permaneces pendiente. Siempre busco espacios vacíos en los que no está prohibido pararse, abrazar, escribir con tiza, donde no hay daños permanentes, sino que puedo manejarlo todo desde la poesía visual; es decir, donde encuentro un vacío legal, el dispositivo se activa. La idea es poner en aprietos al sistema, sí, pero no creo en ese arte conflictivo, no lo comparto, pero lo respeto, contemplo y admiro de alguna forma, aunque no siento que sea mi práctica.
¿Cómo ha intervenido la religión en tu trabajo, en una ciudad como Cuenca?
Nacer en una ciudad que tiene un escudo con la leyenda «Primero Dios y después Vos» fue inevitable. Yo crecí en un hogar católico, después me tocó asumir una doctrina adventista y luego me involucré con el arte. Mientras leía la historia del arte era muy loco asimilar el poder evangelizante de la imagen en el catolicismo, el pago de las ofrendas, de las indulgencias… En cambio, el adventismo prohíbe la imagen y yo entré en un conflicto que era como un torbellino para lograr entender toda mi crianza, desaprender la enseñanza de la fe, la religiosidad y al mismo tiempo, vivir un suceso de extrema violencia que rompía con lo que decía Dios, el papel. Todo esto me cuestionó, por eso en la segunda parte de mi obra trabajo disfrazada (de virgen), porque de niña no entendía la cantidad de vírgenes que había, por ejemplo. Comencé a investigar las advocaciones en tanto milagros turísticos; qué evocan, qué provocan… Vi abrirse más puertas que me volvieron a conflictuar y me dejaron ver un sistema que prostituye la creencia inicial. Yo creo en Dios, pero no creo en la iglesia como institución. Ese juego de revestirme, trabajar desde los imaginarios religiosos me permitió jugar con un riesgo del que estuve consciente. Recuerdo que no habían permisos que pudieran cobijar al arte de acción y andábamos con permisos de artistas circenses porque era lo único que la política pública cultural podía ofrecernos. Es impresionante percibir el control civil cuando todos somos dueños de un mismo territorio.
Instalación performática Extático – virgen en proceso. / Cortesía.
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Llega a la entrevista acompañada de Yoko, una perra boston terrier de seis años que permanece quieta sobre una silla mientras conversamos. María José cuida de ella y de otras dos compañeras que han estado a su lado por 14 y 12 años respectivamente: Cu. gallery, una plataforma de diseño de autor en la que se promocionan varias marcas nacionales, y Salida de Emergencia, un espacio de convergencia de prácticas artísticas. Aunque su vida profesional también se ha desarrollado en el sector público, el quehacer independiente está en sus fibras, en su innegable legado de artesanos, en el cobre que dio nombre a la primera sucursal de su galería en ese barrio insurgente, tradicional y tan querido por los cuencanos: El Vado.
Sin pensarlo mucho, ¿qué significa El Vado para vos?
El Vado es un ADN, es mi territorio. Primero, porque yo vengo del legado de «Los Chazos Gutiérrez» que son la quinta generación de artesanos de forja, del trabajo en cobre. Recuerdo mi infancia con mi abuela, ese espacio está presente en mí por mi madre que fue bibliotecaria de la Universidad de Cuenca, tan cercana al barrio. Y claro, muchos de mis proyectos artísticos se desarrollaron en El Vado, donde hay una escena muy interesante y rebelde como el centro cultural El Prohibido y los colectivos Lakomuna y LaMata. Recordemos que este barrio fue zona roja, olvidada. Es de los pocos que no tienen iglesia; un espacio donde hay debate, está cercano a la lucha social, a la protesta. Ha desarrollado gran madurez en la gestión cultural independiente. Entonces, siento un respeto profundo por ese territorio como un recuerdo, pues yo no crecí con mi familia paterna, pero mis dos lados familiares están en El Vado de una forma accidental y cósmica, todos artesanos además. Hace poco, mi familia, la de los artesanos Machado me hizo llegar un reconocimiento del Centro Interamericano de Artes Populares, CIDAP; dijeron que lo merecía por ser parte de su legado y me contaron que Machado significa ‘colibrí’.
Y en ese cuidado del legado en un contexto pandémico, ¿cómo has logrado sobrevivir con tus proyectos personales y profesionales?
La pandemia me encontró dentro de un cargo público de política cultural. Creo que el encierro fue una de las épocas en las que más trabajé en toda mi vida. Debía solucionar una cantidad de problemas, cobijar a un montón de personas, tratar de solventar muchísimas cosas y enfrentarme, como todos, a un espacio que no existía. Y en los tiempos huecos estaba representando a gente que vive con ventas cotidianas en Cu.gallery. Chuta, a veces la empatía no solo juega a favor sino en contra. Porque imagínate que la tienda estaba creciendo y con mi socia nos vimos obligadas a cerrar dos espacios activos, nos tocó agradecer al personal y pensar en una austeridad inmediata para no hundirnos completamente. Ahora, estamos recién estabilizándonos aunque creo que parte de la gestión creativa es usar los quiebres a favor. Te digo esto porque cuando todo se cae, parece que hay un giro interesante: la galería volvió a ser más pequeña, a manejar una curaduría, y a replantearse una economía de afectos mucho más conectada. Y bueno, Salida de Emergencia nunca ha tenido fines de lucro, pero el arte disidente entró en conflicto porque la gente tenía que sobrevivir. Por otro lado, mi hermano es médico, estuvo en primera línea y yo viví desde el inicio un temor real en casa, así que opté por no producir el primer año de pandemia, además de que el espacio público y el cuerpo estaban «prohibidos». Fue un momento para observar, ralentizar. Vivía junto a una escuela y recuerdo que veía por la ventana cómo un globo se deshinchaba, el llano crecía, los juegos se oxidaban. Te lo cuento porque en medio de todo esto entré en un conflicto grande sobre la política pública y lo clientelar que es culturalmente, porque cuando había una necesidad urgente de hablar de la cultura, de acoger a una humanidad dolida, se seguía planteando una cosa bastante esnobista. Fue ahí cuando me desencanté; por suerte, esa época coincidió con un retorno a la academia. Sentarme en el aula y mirar a los estudiantes de Artes recibiendo clases en medio de un restaurante o en una mesa de cocina fue muy fuerte. Comprender desde la academia, el debate entre los derechos y los privilegios, hizo que me mantenga movilizada por un arte ético, un sentido de izquierda, de equidad y lucha de clases. Les digo a mis estudiantes que aprendamos a defendernos desde la Constitución, pues la poesía y lo sensible está en ellos; les repito que, si la Ley dice que la cultura es un derecho, el arte es un deber.
Para épocas como esta, ¿hay un cable a tierra?, ¿una o más personas que siempre te hacen aterrizar y volver a la realidad?
Diferentes personas han sido mi ancla en distintos ciclos de mi vida. Ahora mismo, ese lugar lo ocupa mi sobrina Marina que en marzo cumple dos años. El otro día escribí un post en el que decía que cuando la veo me convenzo de que hay que dejar un mundo mejor porque es lo que le quedará. Ella me ha enfrentado a un montón de cosas humanas. Ella y mis estudiantes, absolutamente todos los días.
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La sensibilidad del artista no es una camisa de fuerza ni algo que puede ser medido. Es la realidad cultural y personal la que define (o no) su forma de manifestarse en el mundo. La José, por ejemplo, ha sobrevivido moviendo sus alas a gran velocidad, así como los colibríes.
Performance Pacto de Sal junto a Anderson Feliciano. / Cortesía de Juan Montelpare.
Issa Aguilar Jara. (Cuenca, 1988). Periodista. Ha escrito los libros de poemas Con M de Mote se escribe Mojigata (La Caída, 2018) y Poliamor Town (Ganador de la convocatoria de publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, 2020). Sus textos se encuentran publicados en la antología iberoamericana Wiwasapa (2016), en Fractal, anuario de poesía de San Diego (2021), entre otras. Cofundadora de Ninacuro Editorial Cartonera. Ganadora de la cuarta edición del Poetry Slam de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay. Su trabajo periodístico aparece en varios proyectos y medios de comunicación nacionales. Su trabajo literario ha sido compartido en varios encuentros y festivales nacionales. Actualmente, escribe su tesis para graduarse de la Maestría de Investigación en Estudios de la Cultura de la Universidad Andina Simón Bolívar.