Mujeres en clave no madre
¿Cuántas veces hemos escuchado que ser madre es lo más hermoso que le puede pasar a cualquier mujer?, ¿que no hay experiencia que se le compare, ni amor tan genuino como el de una madre por sus hijxs1?… A diario, estamos expuestas a recibir mensajes directos e indirectos de lo que se espera de nosotras, especialmente en lo que concierne a la maternidad. Y es que la representación hegemónica de la mujer ha estado siempre vinculada a la figura de la madre, la idealización del amor maternal, la creencia del instinto materno, al cuidado como labor exclusiva de las mujeres y, en el caso de los países latinoamericanos, al peso del modelo de «la Virgen» como madre ejemplar. Lo confirmo después de adelantar una investigación con perspectiva de género, una que reúne los relatos de once mujeres de cinco países latinoamericanos: de diferentes edades, estado civil, orientación sexual, etnia, formación académica e historias de vida; que decidieron no ser madres. Ellas, desde sus lugares critican a la maternidad como mandato y cuentan sobre otras posibilidades de habitar el cuerpo y el mundo siendo mujeres sin hijxs.
Thick spider’s web. / Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras.
Si bien las costumbres de cada época configuraron a la maternidad de distintos modos, fue a partir de su vinculación con las concepciones del amor maternal y el instinto materno cuando se unificaron su comprensión y sus expectativas, ejerciendo así una gran presión social sobre las mujeres, imponiéndonos un modelo de madre ideal y haciéndonos creer que solo podemos realizarnos a través de ella (Badinter 1991). Al respecto, Silvia Federici (2016) analizó cómo durante la transición del feudalismo al capitalismo se consolidó a la familia bio-conyugal, biparental y heterosexual como la institución más importante de la sociedad, a la vez que se designó la crianza como labor exclusiva de la mujer, expropiando al cuidado de lo colectivo.
Entre los siglos XVIII y XIX el proyecto de domesticidad de las mujeres se hizo universal, se las excluyó del mundo laboral y se creó la concepción del trabajo doméstico como un «no trabajo» (Saloma 2000). Posteriormente, tanto en Europa como en Latinoamérica se construyeron instituciones, manuales, guías, discursos que hicieron uso de lenguajes sentimentales sobre la definición de «la mujer ideal» (Molina 2009, 182). Esto supuso que mujer y familia se presentaran como una unidad indisoluble, que ella fuera la única responsable de atender el hogar, siendo sometida en el nombre del amor por su familia:
Recuerdo que mi mamá todo el tiempo les ha cocinado a mi papá y a mis hermanos y, a veces, mi papá se quejaba de lo que mi mamá le cocinaba y le decía, «con un poquito de amor lo podrías hacer mejor»; o sea, te están cocinando hace 40 años y dices que le falta amor, ¡no jodas! Y ese es otro concepto que hay que entrar a estudiar, ¿cuál es ese amor del que nos hablan a nosotras las mujeres dentro del contexto de la familia? (Cintia, 38 años, Buenos Aires – Argentina).
Para preservar este orden social, la iglesia católica también intervino a través de la adoración a la imagen de la Virgen, (cualquiera que sea su nombre). Ella, además de encarnar el amor verdadero, la humildad y la fe plena, es por antonomasia, el estereotipo del modelo patriarcal de la mujer ejemplar, asexuada, pasiva, abnegada, sumisa, que gira obsesivamente fuera de ella, desde un cuerpo hecho por otros y para otros, sin voluntad ni posibilidad para decidir sobre sí misma. Fue así como la Virgen encarnó la sumisión y el sometimiento como rasgos identitarios de las mujeres, logrando convertirlas tan solo en un vehículo transmisor de la fe y las costumbres adaptativas a la sociedad (Merizalde 2017). Es decir, la Virgen es el ideal al que toda mujer debe aspirar, uno que solo se completa al ser madre, al vivir el matrimonio y la maternidad de un modo predefinido:
A mi abuelita le enseñaron que tenía que soportar todo, como lo hizo la Virgen. No importaba si a la mujer le pegaban, la maltrataban sus hijos, si el marido tenía amantes… que hicieran lo que hicieran con ella, esa era la cruz que Dios le había dado y debía cargarla para alcanzar la salvación (Leidy, 33 años, Popayán – Colombia).
Aunque la vida misma se ha encargado de demostrarnos que la maternidad es mucho más compleja de lo que nos hicieron creer, todavía se nos dice que hay que tener hijxs para experimentarnos realizadas y felices. Al respecto, Ahmed (2019) explica que la felicidad funciona como una técnica de represión que, oculta los signos del trabajo que implica ocuparse del hogar y satisfacer las necesidades y caprichos de la familia, como una labor que «no tiene precio». Es decir, los discursos persuasivos atraviesan los cuerpos y las psiques de las mujeres para ejercer poder sobre ellas, y claro, la felicidad se justifica como un afecto sobrevalorado positivamente, se dibuja como un horizonte deseable, pero realmente opera en el orden del deber, la violencia y la opresión.
Todo esto desata a la concreción de una identidad homogénea en la que se supone, que todos los deseos de las mujeres se concretan en tener hijxs; lo que parece confirmarse cada vez que se voltea la mirada hacia el mundo y, efectivamente, la mayoría de las mujeres son madres. Esa tendencia mayoritaria a «decidir» tener hijxs como si no hubiera otras opciones, es algo que inquieta y merece revisión porque no solo garantiza la perpetuidad del binomio mujer-madre, sino que niega además la posibilidad de definir mujer por fuera de la maternidad, mientras se justifica el actuar violento cuando las mujeres nos alejamos de ella, considerándonos como peligrosas.
Las meninas, de Diego Velázquez. / Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras.
Entonces, ¿qué somos las mujeres cuando decidimos no ser madres?, ¿qué podría representar la mujer, si no se hace referencia a sus atributos físicos ni a los roles asignados históricamente siempre vinculados con la maternidad? En este proceso vital de deconstrucción de los modos de vida ligados a poderes y saberes hegemónicos, el feminismo ha jugado un papel trascendental como movimiento crítico y de transformación social desde sus prácticas cuestionadoras. Con este propósito, la no maternidad cuestiona los discursos dominantes fundados en el patriarcado como régimen de vida, rompiendo con algo que se creía «natural» y «legítimo» desde una decisión que es personal, que confronta y desobedece el mandato social para encontrar y proponer otras formas de ver y habitar el mundo, y que por lo tanto, también es una postura política.
Está claro que no trato de ir en contra de quienes son madres o quieren serlo, porque reconozco el valor de su decisión, así como las luchas diarias de muchas mujeres por crear experiencias y formas autónomas. Solo pretendo dar un espacio necesario a las mujeres que nos cuentan sobre otras posibilidades de habitar el mundo, porque «ya conocemos los pros de ser madre, porque la gente no se cansa de repetirlos, pero lo que no se menciona nunca son las maravillas de no serlo» (Fernández 2016, 98). Por lo tanto, se trata de ingresar a una dimensión ontológica que se concreta desde la experiencia personal y la capacidad de agencia a partir de la decisión de no tener hijxs.
Finalmente, tras escuchar los relatos de estas mujeres y profundizar en mi decisión de no ser madre, considero que el «ser mujer» lejos de la maternidad revela comprensiones que no se hacen desde lo negativo, desde lo que no se tiene o lo que falta, sino que se posiciona desde la afirmación de un terreno en potencia, desde la desarticulación del orden social dominante que sirve como sitio de reapropiación material y simbólica, sostenida en la creatividad, los cuestionamientos, la autonomía y la diferencia:
Entonces, cuando fui corrigiendo esas ideas que no eran mías o que no me hacían feliz, me permití sentirme firme en mi decisión, y empecé a disfrutar las cosas y los procesos que estaba viviendo desde el desapego de ideas familiares y sociales, y me iba volviendo más segura y tranquila. Siempre fue importante ir sanando y reconociendo mis propias ideas y saber cuáles venían por imposiciones. Y eso me permite no tener hoy en día, una duda, un arrepentimiento; ni siquiera pensar medianamente en qué hubiera sido si… Sencillamente, es un NO rotundo, tranquilo y amoroso (Juanita, 43 años, Lima – Perú).
Creo que estamos ante posicionamientos que avalan la diferencia ontológica. Somos mujeres que vemos en esta decisión caminos alternos para volver a nosotras mismas, localizar otros deseos y nombrarlos; y estamos cada vez más convencidas de que es difícil aceptar un concepto general de lo que significa «ser mujer».
1 Uso la x en los sustantivos y adjetivos que definen sexo-genéricamente a las personas, con el fin de dar lugar desde el lenguaje, a la inclusión y la igualdad de género.
Jimena Delgado (Pasto, Colombia, 1988). Ya casi cumplo 34 años y desde niña supe que no quería ser madre, lo que me ha causado varias discusiones. Estoy convencida de que tengo el derecho de dar a conocer y defender mi decisión; esta es mi lucha como feminista. De profesión soy psicóloga, magíster en Psicología Clínica y de la Salud, candidata a magíster en investigación en Estudios de la Cultura con mención en Género. Me apasionan la docencia universitaria, la psicología clínica y el trabajo con comunidades. Soy amante del yoga, de los animales, la comida vegetariana, las canciones de Joe Cocker, la literatura apasionada y el buen cine.