Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 18

ABRIL 2024 | CUENCA, ECUADOR

El ruidoso lápiz de Vilmatraca

Por: Christian Espinoza Parra

Autorretrato de Vilmatraca. / Cortesía.

La caricaturista Vilma Vargas nació en Riobamba el 1 de enero de 1978, un año antes de que Ecuador comenzara a trazar algo más que una silueta mal dibujada de lo que hasta entonces había sido: un país de historieta cómica. Después de una traumática transición y retorno a la democracia en 1979, nuestras aspiraciones de pintura al óleo quedaron lúgubremente esparcidas entre los escombros del avión accidentado del recién electo presidente Jaime Roldós Aguilera. Volvíamos a ser las líneas inacabadas de una promesa y lo único que nos unía, como de costumbre, era el humor después de la tragedia.

—Cuando cumplí cinco años, mi mamá me llevó a la presentación de Tiko Tiko en el teatro León de Riobamba —dice Vilma detrás de la pantalla de Zoom—. Mi primera reacción fue de pánico. Lloré tanto que mis padres tuvieron que sacarme del lugar.

— ¿Ya no volvieron a entrar?

—No. Treinta años después, cuando el señor (Tiko Tiko) se lanzó de candidato a asambleísta, hice un dibujo con dos cuadros; en el uno aparecía yo de niña, mirando espantada el show y abrazada de mi mamá. El texto decía: «Mi mamá me contaba que, cuando era niña, veía a Tiko Tiko y lloraba». En el otro cuadro aparecía el señor vestido de payaso, anunciando su candidatura. Frente al televisor estaba yo, un poco más grande, abrazando a mi mamá y con el texto: «Nada ha cambiado…».

***

Antes del terror, el dibujo ya estaba prefigurando. El piso de la casa que los padres de Vilma construían en unos terrenos baldíos de su ciudad, era un espejo de cemento que ella atiborraba con líneas de carbón, con trocitos de tiza o con pedazos de ladrillo que formaban cuerpos cilíndricos de payasos que se reían a carcajadas.

—Todavía sigo dibujando payasos.

— ¿Sólo han cambiado de nombre?

—Y muchos, todavía son los mismos.

Vilma de cinco años dibuja payasos en el piso de su casa. / Álbum familiar.

La vereda de enfrente

En la casa familiar, Ángel Vargas, el padre de Vilma, tenía un taller con dos espacios: una bodega para almacenar materiales y un cuarto con superficie de baldosa antigua, donde Ángel, reconocido muralista, plasmaba su arte sacro. Solía pedirle a Vilma que posara para tomar de referencia sus pies y sus manos que le ayudaban a dibujar enormes imágenes de santos, vírgenes y querubines, sin imaginar que, años después, un sacerdote cuencano amenazaría a su hija con exorcizarla.

Ocurrió que Vilma vivió en Cuenca entre 2014 y 2022. Se instaló en el barrio El Vecino y puso un reclamo formal en la iglesia del sector, pues quienes la custodiaban hacían sonar las campanas estruendosamente, con parlantes incluidos. Como dato no menor, su casa estaba frente al templo. Tras la queja el sacerdote de la iglesia había descubierto de quién se trataba: la caricaturista que, con sus dibujos, denunciaba los casos de pederastia por parte del clero. Entonces, había que exorcizarla.

Quizá no diga tanto que la caricaturista, mientras vivió en El Vecino, nunca cruzó a la iglesia, además de que, a escasas cuadras residía César Cordero Moscoso, exsacerdote cuencano acusado de pederastia. A él lo dibujó desnudo en una cama bajo la mirada de santos entristecidos y niños crucificados, al tiempo que observa la Basílica de la Santísima Trinidad que el propio Cordero mandó a construir corroído por la idea de alcanzar la santidad.

Quizá, lo que sí dice mucho es que Facebook, bajo la premisa de incumplir normas comunitarias, le censurara la caricatura de un párroco de Guápulo, en Quito, quien abusó sexualmente de dos hermanas menores de edad. Según datos de la Fiscalía General del Estado, el hombre fue condenado a dieciséis años y cuatro meses de prisión. 

—Dicen que los columnistas de opinión dan la batalla —sonríe Vilma—, pero somos los caricaturistas quienes ganamos por nocaut.

Taller de Vilmatraca, autorretrato. / Cortesía.

La historia humana es la historia de la destrucción

—La caricatura y el muralismo —sostiene Vilma Vargas— tienen mensajes, propósitos y fines diferentes. La caricatura se hace en A4, un formato chiquitito, mientras que, el mural es enorme. Pero, en ambos hay un tipo de exageración. Alguna vez mi padre reprodujo en Quito el mural Cima de la libertad de Eduardo Kingman. Existe una sublimación del contexto de la imagen, de la patria, de todos esos conceptos propios del mural llevados a su dimensión real. La caricatura, en cambio, que es más pequeña, puede invalidar todo eso con la misma exageración.

—Es decir, ¿la caricatura le hace una grieta a esos conceptos?

—Cuando se la quiere ver.  

—Y lo hace precisamente viendo algo nuevo en lo que siempre vemos, como una crónica, un cuento, una película. De hecho, parafraseando a Pocho Álvarez cuando define el documental, podemos decir que la caricatura es una ficción de la realidad, porque hace uso de una puesta en escena que incluye una ambientación y unos personajes para negar la realidad de la que parte. 

—O crea otra completamente distinta que usa palabras o hechos reales —dice Vilma y hace una pausa en la conversación lanzando otra sonrisa—. Todo tipo de arte es ficción. Por eso cuando se lo cuestiona, deberíamos preguntarnos por qué creemos que el arte debe ser el Ministerio de Bienestar, es decir, que tiene la obligación de dar un mensaje. En la ficción puedes crear una historia en la que tienes la libertad de matar a toda tu familia. En la realidad no puedes hacerlo. Pero la gente cree que el arte debe cargar con juicios moralistas, entonces se borra la línea clara entre lo que es ficción y realidad.

—Yo creería que en Cuenca representamos muy bien la idea religiosa de que alguien puede cargar con una verdad santificada.

Le cuento a Vilma lo que recientemente sucedió con la obra del artista Eduardo Moscoso, exhibida el pasado febrero en el Salón del Pueblo de la CCE Azuay, donde grupos antiderechos pidieron la censura de la muestra porque, según ellos, era una ofensa para la Iglesia Católica. Una de las esculturas de Moscoso mostraba un Jesucristo rompiendo la cruz, mientras que, otro Jesucristo estaba crucificado, una tortura parecida a las tantas que se perpetraron con los Escuadrones volantes, durante el gobierno de León Febres-Cordero.

—Pero esto ha pasado siempre, afirma —y su gesto pasa de la sonrisa leve a la expresión severa—. En estos actos de censura hay un asunto de deseo, amor y odio a la imagen.

Vilmatraca, como dice ella que la conocen «en el mundo del hampa», recuerda la censura que desde el gobierno sudafricano se impuso al artista Brett Murray por pintar al presidente con el pene al aire, en una pose que imitaba la suntuosidad de la propaganda soviética, pero que era desacralizada por un sexo flácido. O cuando una sufragista apodada Mary, la navajera acuchilló siete veces por la espalda a La Venus del espejo de Diego Velázquez, una pintura expuesta en la National Gallery de Londres.

The New York Times definió al suceso como «un asesinato por la espalda». Casi cien años después, Vilma redibujaría La Venus del espejo para revivir el asunto: en su caricatura, el espejo todavía refleja el rostro apacible de la diosa, pero con un notorio ojo morado.

—Sigo dibujando sobre los mismos temas. Empecé con mi primer diario en 1996. Hace algún tiempo dibujo sobre los femicidios que ocurren en el país.

***

En 2020, una mujer era víctima de femicidio en Ecuador cada 71 horas. En lo que va del 2023, una mujer es víctima de femicidio cada 28 horas. Del 1 de enero al 31 de diciembre de 2022, se registraron en el país 332 casos de muertes violentas de mujeres por razones de género. Me pregunto qué pasará cuando en el puente Vivas nos queremos, un espacio simbólico de la lucha feminista, no haya lugar para escribir un solo nombre más de las víctimas de violencia machista. Regreso a Vilma y pienso en cuando su padre le prohibió que dibujara payasos en el piso y comenzó a dibujarlos en los libros de arte, sobre las pinturas de Velázquez, Goya y Rubens. Y que, cuando también se lo prohibieron, dibujó en los espacios en blanco que quedaban entre las palabras y las ilustraciones de esos mismos libros.

—Pienso en casos más recientes, en los ataques a la obra de Van Gogh, por ejemplo, donde se borra la línea entre un activismo real y un trastorno personal —reflexiona Vilma con sus ojos cafés que se concentran, esta vez, en un punto lejano—. Porque se cree, que la creación y la destrucción son lo mismo. Y no, no lo son. Hablando de obras de arte que son el símbolo perfecto de lo que significa el ser humano, ahora se apela a la destrucción del pasado pensando que las imágenes están vivas. Me pasa con mis caricaturas, son sólo imágenes, no tienen poder en sí. Pero, ahí vuelve la idea de ver a las imágenes como un cuerpo viviente.

—Es el poder de la imagen, ¿no? Como el estreno de La llegada de un tren a la estación de La Ciotat (1896) de los hermanos Lumière, donde mucha gente del público se tapaba la cara o salía corriendo porque de verdad creía que el tren le iba a pasar por encima.

—Claro, es que las imágenes se convierten en símbolos y el simbolismo se vuelve sagrado, estético o político, pero el símbolo sigue siendo una imagen. Cuando miras una imagen tú le das la valoración que desees. Luego, vienen los justificativos para censurarte: «eso no es arte», «hasta un niño pequeño lo puede hacer», «eso no debería estar en un museo» (como si un museo validara la obra de un artista). O lo que es peor: «tanta plata que gastan en cultura cuando hay tantos niños muriéndose de hambre».

Esto le lleva a la caricaturista a pensar en la resignificación de los espacios y, una vez más, cita un caso: cuando el artista estadounidense Richard Serra levantó una escultura metálica enorme en una plaza, con la única intención de partirla a la mitad. Luego recordamos cuando en Irak, al desplomarse la larga dictadura de Saddam Hussein, una mole de bronce de 12 metros, con su cuerpo y su cara también se desplomaba en medio de la plaza Firdos en Bagdad, ante la mirada atónita de quienes se agolpaban en torno a ella para escupirla y golpearla.

—Nuestra idea de país —sentencia— nace de una ficción.

—La idea de patria se formó con las novelas románticas de Juan León Mera y la poesía épica de José Joaquín de Olmedo —respondo—.

—Aunque ahora los artistas tenemos la obligación de construir algo nuevo, en lugar de censurar, acallar y destruir.  

— ¿Tú crees que la educación de occidente le rinde culto a la muerte? Martín Caparrós se pregunta, por ejemplo, cuánta diferencia habría si en lugar de contar muertos en los obituarios de los periódicos, se empezaran a contar los nacimientos de los niños.

—Tienes razón. Cuando se destruye una imagen se destruye lo vital que hay en ella: los ojos, la boca. Luego, se registra lo que ocurre después de que ha dejado de existir… se pretende documentar o armar una historia de la destrucción.

Caricatura de Vilmatraca. / Cortesía.

Las paredes sólo son espacios en blanco

La mañana del 6 de noviembre de 2020, el puente Vivas nos queremos amaneció con un elocuente grafiti: «¿Quieren que dejemos de manchar sus muros? Fácil, dejen de matarnos». Los colectivos feministas lo habían pintado tras los cinco femicidios que se registraban en Azuay hasta ese momento. El exconcejal Cristian Zamora, hoy alcalde electo de Cuenca, pedía al Consejo de Seguridad Ciudadana en un tuit que ya fue eliminado: «identificar a vándalos o proceder a detenerles en flagrancia a través del sistema de monitoreo». Varias veces, las denuncias de violencia machista pintadas en el puente fueron blanqueadas por órdenes municipales.

—Los lenguajes estéticos de las mujeres que pintarrajean y se indignan también son éticos —dice Vilma.

Caricatura de Vilmatraca. / Cortesía.

Afilar el lápiz

Vilma cuenta que, cuando estaba en el colegio, junto a sus amigos pintaron una tela enorme con los colores del poncho de Cacha y debajo escribieron una frase de monseñor Leónidas Proaño: «Un indio vale más que una catedral». Que un exnovio le dedicó un poema que, más tarde, se convirtió en un tango. Que viajó a Quito a estudiar artes, pero acabó estudiando diseño gráfico y arquitectura… aunque decidió ser caricaturista para evitar ir al psicólogo. Que viajó a México y conoció al dibujante Rius que la bautizó como Vilmatraca, por el ruido que hacía con su lápiz. Que durante el gobierno de Rafael Correa no entraron una sino dos veces a su departamento en Chambo, y la última se llevaron ocho autorretratos. Que en 2016 la censuró la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, durante la administración de Iván Petroff Rojas, alegando que una muestra suya contenía «materiales absolutamente politizados». Que renunció a diario El Comercio porque le pidieron que cambiara una caricatura en la que Guillermo Lasso aparecía vestido como el Papa. Que adoptó dos gatos cuencanos: Catalina Crespo y Plinio Cornelio Borrero, dice que este último no sólo comparte el apellido con el actual Vicepresidente, sino la pereza. Que, aunque esté en Quito, Cuenca, Alcalá de Henares, Gante o Pittsburgh, siempre llevará consigo sus hojas de papel y sus lápices de colores en la maleta. Que en sus noches libres lee cuentos y novelas, pero siente fascinación por la poesía de Fernando Pessoa.

—Él habla de las dos pulsiones que tiene el ser humano: el pensar las emociones y sentir los pensamientos —explica Vilma—. Pessoa que también significa persona, buscarse, seguirse buscando…

Autorretrato Puro teatro, perdido después de que desconocidos robaran la casa de Vilma Vargas en 2015. / Cortesía.

Christian Espinoza Parra. Nació en Cuenca, en 1996. Es cronista, editor y comunicador. Sus crónicas, relatos y críticas cinematográficas y literarias se han publicado en varias plataformas y revistas digitales ecuatorianas. Obtuvo el premio a mejor documental, por su cortometraje Un cuerpo sobre el mar, en el marco del programa Historias por contar, que entrega el American Film Showcase y la Embajada de Estados Unidos. Fue codirector del portal Los Cronistas. Actualmente es asistente editorial y de publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay.

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