Sentimiento oceánico, infancia y escritura
Por: Camila Peña
Me gusta pensar que cuando nací podía sentir mis latidos. No solo eso, sino que también escuchaba el corazón de la tierra. Era sencillo, las conexiones con el mundo salían de los bordes de mi cuerpo. Después me pasó la humanidad y, entre el descubrimiento del dolor y una memoria en funcionamiento, mi niña se adormeció. Años después, le piden a la adulta que se tome el pulso. Se agita ante la posibilidad de tener un mecanismo tan complejo en su cuerpo y no logra oír nada.
Playas, Ecuador. Fotografía tomada por Camila Peña e intervenida por Juan Contreras. Cortesía.
La forma más visible de entender esta unión con el mundo y el ser, me ocurrió la primera vez que vi el mar, al ingresar a la abstracción del agua, a una cuna de arena y a las olas tibias que arrullaban una profunda sensación de vida. Los pensamientos simples que surgen del contacto de un cuerpo infante con la belleza profunda de lo natural se representaban en el sentir mis latidos y alcanzar el color dorado.
¿Cómo es ese color? Quizás el acontecimiento repentino de estar solo y nunca estarlo, tal vez la sensación de sentir algo vivo. Romain Rolland define el sentimiento oceánico como una sensación de religiosidad salvaje, de contacto con lo eterno, que se presiente desde la infancia. Es imprevisto y se da desde la quietud: una niña mira el movimiento de las olas bajo un cielo rojo y la luz de cada elemento es verdadera. Por instantes, como humana, puede presentir la unidad con el todo, a partir de su pequeñez.
La sabiduría de la infancia no detiene los horrores de la experiencia vital, no es capaz de parar la violencia ni el adormecimiento necesario para subsistir con los sentimientos bajos de un «otro» que lastima. Lo único que se puede hacer es persistir, quedarse en los límites de un campo y en el zumbido de las abejas. Este es un eco familiar y colectivo que ha existido desde siempre.
Este placer profundo es también el espejo de un mundo emocional simple que se acopla a lo cíclico de la vida y entiende la pérdida desde su naturalidad. ¿Pero qué ve el adulto después de que lo atraviesa el tiempo y las experiencias? Cada vez más abrumado por una realidad creada, se aleja del placer profundo de la quietud de las montañas.
Escribir es un oficio que requiere amplitud de la mirada. Si desde siempre la infancia ha sido el terreno fértil para la creación es porque en aquel entonces se abrazó, aunque sea por instantes, la esencia de ser parte del todo. ¿Por qué Virginia Woolf decía que necesitaba campos vacíos y una existencia animal? ¿Por qué Sylvia Plath solo quería acostarse cerca de las flores para sentir en ese vacío una noción de libertad? ¿Por qué Natalia García sigue buscando los escarabajos y los paisajes que le generaron tantas preguntas en su niñez?
El mundo natural es la realidad de las emociones sin apegos. El que escribe ingresa al terreno de la memoria para desenredar un poco el ser en el que se convirtió y tocar con la punta de los dedos ese dorado infantil. Esta experiencia tiene el carácter de la poesía. Un poema que trasciende el ego resuena en fibras profundas y colectivas, no necesita hablar de pájaros ni del río, tan solo alcanzar una quietud donde la luz de lo verdadero se pose.
Me gusta pensar que todavía puedo sentir mis latidos y que la escritura es el oficio a partir del cual alcanzo esa primera experiencia en el mar. Quiero creer que mis mecanismos son simples y que solo hace falta cerrar los ojos para recordar, desde la atención, que mis dedos pueden soltar las raíces a las que se aferran y aceptar la cálida verdad de pertenecer.
Camila Peña (Cuenca, Ecuador, 1995). Es máster en Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura. Ganadora del II Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel con el poemario Jardín transparente, publicado en Valparaíso Ediciones (2021), su traducción al inglés estuvo a cargo de la sede estadounidense de la misma editorial (2022) y se presentó en la Universidad de Virginia. Publicó su segundo poemario Erma junto a La Caída Editorial (2022). Ha participado en festivales nacionales e internacionales.