Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 24

febrero 2025 | CUENCA, ECUADOR

Mariana Ávila y la comunidad de las toquilleras

Por: Rosalía Vázquez Moreno

 

Mariana Ávila, presidenta de la Asociación TESYA. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras.

Desde la camioneta veo el transcurrir enredado de las carreteras andinas: curvas a la derecha y curvas a la izquierda entre barrancos desde los que también se ven sembríos que, como una enorme alfombra verde, configuran la textura de las montañas que nos rodean. El silencio se funde con la vibración constante del motor; además, la temperatura cambia y presiento el abrazo del frío de la cordillera. Cuando llego a la casa de la Asociación de Tejedoras de Sombreros y Artesanías de Paja Toquilla TESYA, miro cómo la neblina continúa su descenso y envuelve la vivienda que está en lo alto de un monte, a pocos minutos del centro del cantón Sígsig.

Al llegar  me saluda Mariana Ávila, presidenta de la asociación. La tejedora de cincuenta y nueve años me da un pequeño tour, en la entrada se exhiben las diversas artesanías de paja toquilla que ella y sus compañeras elaboran: desde coloridos móviles para las cunas de bebé, pasando por individuales y llaveros, hasta llegar a la creación estrella, los sombreros que, desde 2012, son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Después, Mariana me invita a pasar tras bastidores y entramos a un taller grande donde varias de sus compañeras y otros trabajadores laboran. Una de ellas remata los bordes de un sombrero, mientras otra los plancha, al tiempo que otro tira de las grandes palancas de una prensa que le da su aspecto característico a los sombreros.

El planchado es uno de los pasos fundamentales en la elaboración de los sombreros de paja toquilla. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras.

Según PRO ECUADOR, los sombreros de paja toquilla se exportan «a países como Francia, España, Italia, Estados Unidos, Brasil, Argentina y Japón» (La Vanguardia, 2015, s.p.), además esta misma institución explica que durante los cinco años anteriores al 2021 «se exportaron 63.56 millones de dólares y 400.13 toneladas de estas artesanías» (American Retail, 2021, s.p.). Sin embargo, Mariana me aclara que, aunque ese sea el caso, «los que tienen el beneficio de nuestro trabajo son los señores que exportan en grande».

Por años, trabajadores de la artesanía, como Mariana, han advertido que los sombreros de paja toquilla y muchas otras artesanías están en peligro debido a la explotación que sus creadores experimentan, ya que esta hace que se opte por otros oficios más rentables. «Una se sienta a tejer y […] no se saca más de unos diez dólares al día; en cambio, si vas a una casa a trabajar, te pagan hasta quince o veinte».

Cuando le pregunto a Mariana qué deudas tienen con las tejedoras la prensa o las instituciones u organizaciones que deberían garantizar sus derechos me dice: «A veces todo queda en fotos, en palabras, en artículos». Teniendo en cuenta este escenario, en Monda & Lironda nos cuestionamos cómo podemos hacer para honrar la voz de esta artesana y la de los trabajadores que como ella aparecen constantemente en cifras o vallas publicitarias. Por esto, decidimos darle la palabra, para que fuera ella quien nos contara sobre su vida y sus experiencias como persona, como habitante de la ruralidad y como creadora de uno de los productos artesanales ecuatorianos más codiciados en el mercado internacional.

Cuéntanos cómo te iniciaste en la labor del tejido de sombreros.

En mi tiempo, en las familias campesinas de Sígsig, se enseñaba a las niñas a tejer desde los seis años. Yo aprendí a los siete. Con mi mamá y mi abuela tejíamos sombreros de paja toquilla para ayudarnos económicamente, para comprar ropa, comida, libros, cuadernos, lo que se necesitara.

Tejer ha sido un trabajo que nos ha sostenido en el hogar, en la familia. Antes, además de la agricultura y la crianza de animales pequeños, el tejido era el único medio que había para poder vivir. Los sombreros eran la fuente más importante de ingresos.

Podrías contarnos cómo es un día en la vida de una tejedora.

Hay diferentes experiencias, pero, por lo general, el día de una tejedora consiste en levantarse, a más tardar, a las cinco de la mañana. En mi pueblo, papá y mamá tejían desde las tres de la madrugada, además, despertaban a los hijos para tejer. Ahora hay muy poco de eso. Después, se arregla el cuarto; se hace el desayuno; si es que los niños están en clases, hay que enviarlos a la escuela; y se cuida a los animalitos, algunas personas tienen vacas, chanchos, cuycitos, pollos. Luego de todo eso, una se sienta a tejer. Se teje antes y después del almuerzo, hasta la tarde y, si es que no se alcanzó o si se quiere trabajar más, se teje en la noche. Por ejemplo, yo lo hago hasta las diez u once de la noche, porque las necesidades son muchas y se necesita dinero para sobrevivir.

¿Cuánto tiempo se necesita para hacer un sombrero?

Todo depende de la calidad y el diseño, hay sombreros que llevan un día, pero los más finos necesitan más tiempo; en promedio entre dos o tres días, hasta una semana. Los que yo tejo necesitan una semana, porque son finos y tienen diseños. Hay otros que están hechos con paja muy fina, como una hebra del pelo, esos llevan meses y son bastante caros, porque su precio depende del tiempo que se invierte.

¿Qué crees que nuestros lectores y lectoras deberían saber sobre la labor de las tejedoras?

Bueno hay muchas cosas, el tejido es muy amplio. Yo diría que se debe valorar nuestro sombrero, el que equivocadamente se ha conocido como de Panamá, aunque es muy ecuatoriano, azuayo, de la provincia del Cañar y de Montecristi.

También quiero motivar a que se lo use. El sombrero está visto como: «Ah, eso es de las campesinas —despectivamente—, de las cholas». No se lo valora. Se pensaría que esto solo pasa en la zona de la ciudad, pero también pasa en la zona campesina, por el hecho de que, actualmente, tanta gente ha migrado del campo a la ciudad. Entonces, las señoritas que regresan de trabajar como empleadas domésticas en una casa en Cuenca vienen vestidas de otra manera. Eso me da pena, porque la persona no vale por lo que viste, sino por su personalidad.

¿Qué tan importante es esta labor para la comunidad del Sígsig?

Es importantísima, vendiendo sombreros es cómo compramos comida, ropa, muchas cosas. A pesar de que no estén bien pagados, sí tenemos recursos para gastar, aunque sean poquitos. Los sombreros mueven la economía familiar y de la sociedad en el Sígsig y otras parroquias y cantones, como Chordeleg y Gualaceo.

¿Hay alguna tejedora a la que admires?, ¿por qué?

Yo admiro mucho a la gente que teje el sombrero fino y a las mujeres que tejen rápido. Tenemos una compañera en la asociación, Inés Fajardo, que hace un sombrero fino en una semana. Es admirable la habilidad que tiene, su mano es muy ágil. Ese don que Dios le ha dado, no es común. Nosotras las llamamos ligeras y hay muy pocas; yo conozco a cuatro o cinco.

¿Qué es la Asociación TESYA?

La Asociación TESYA se creó con el fin de compartir saberes y de no ser explotadas, porque hay mucho comprador de sombrero, intermediario le llamamos, que paga lo que le conviene. Entonces, aquí tenemos un precio fijo y eso nos ayuda. El fin es crear un grupo organizado para poder vender nuestro trabajo a mejor precio y tener mercado. En esta organización hemos podido exportar el sombrero. La administradora conoce a bastante gente, a los clientes de fuera, de Francia y Argentina.

Por ejemplo, la pandemia fue un tiempo muy difícil, los sombreros se vendían a uno o dos dólares. La gente, por no estar sin trabajar, se desesperaba y regalaba el trabajo. En cambio, en la asociación vendimos los sombreros a un precio justo. Dos meses se hizo una pausa por tanta bulla, pero nosotras seguimos tejiendo y vendiendo.

Somos un grupo de cuarenta compañeras. Unas van, otras vienen; la gente es así, se cansa porque hay que tener compromiso y, a veces, eso no les gusta. Qué sé yo, piensan: «Afuera vendo y nadie me dice que haga bien las medidas, que teja bien. Compran nomás. No me están pidiendo reuniones, no me están pidiendo cuotas. Entonces, me voy».

Por momentos nos mantenemos y, actualmente, tenemos la casita que es propia. Además, hay trabajadores y las socias que aportan de lleno.

¿Cuáles son los retos a los que se enfrentan las tejedoras?

Que se vaya perdiendo, poco a poco, esta artesanía. Quedamos pocas, sí hay otras más jovencitas, pero las señoritas ya no quieren tejer, porque están estudiando y dicen que el sombrero da muy poquito. Una se sienta a tejer y, a no ser que sea como las compañeras rápidas, no se saca más de unos diez dólares al día; en cambio, si vas a una casa a trabajar, te pagan hasta quince o veinte, dependiendo, y además tienes la comida.

El pensamiento y la forma de vivir y adquirir recursos ha cambiado. En mi tiempo, íbamos a la escuela, pero no había tanta tarea como ahora. Antes, comíamos, hacíamos los deberes y a tejer. Hoy se escucha: «No puedo, es que tengo que hacer los deberes». Fíjese, se pasa hasta los dieciocho en el colegio y, después, a seguir estudiando, aunque no haya trabajo.

Por eso tiende a desaparecer la artesanía. Habría que motivar, que rescatar, que valorar. Antes, en la generación de mis padres, hace unos sesenta o setenta años, hasta los hombres tejían y ahora eso es para el museo. El otro día vi a un mayorcito tejiendo, mientras esperaba el bus y pensé: «Dios mío, si tuviera una cámara para hacer una foto y documentar esto».


Las manos de las toquilleras son un patrimonio que mueve la economía. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras.

¿Crees que los hombres se avergüenzan de tejer porque perciben que esta actividad es algo de mujeres?

Sí. Puede que alguno teja, escondidito en la casa, pero antes nadie se avergonzaba de tejer, todo el mundo lo hacía.

Cuéntanos sobre tu ambiente de trabajo, ¿tejes sola o acompañada?

Bueno, depende la familia que se tenga, por ejemplo, cuando éramos chicas todo el mundo tejía: mamá, abuela, hermanas. En la parroquia Cutchil, de donde vengo, había la costumbre de reunirse para tejer y hacer las mingas del tejido. Entonces, tejíamos conversando. Venían las vecinas, nos sentábamos a tejer y cuando se iban, les decíamos: «Vendrá otro día». Así trabajábamos juntas, una rebajaba paja, otras tejían, otras remataban. Unas nos sentábamos en el piso, otras en un banquito. Todas tejíamos y compartíamos parte de la vida.

Me acuerdo que, cuando era guambra, había una viejita que contaba cuentos y así nos tenía interesadas para que tejiéramos. Era muy lindo, pero eso ya se ha perdido. La gente piensa: «No, ¡qué vergüenza! Andando donde las vecinas, para qué». Ahora, por ejemplo, en mi casa, yo tejo sola, porque mi sobrina va a clases. Entonces, yo paso tejiendo y ella teje solo un ratito conmigo. Hoy es muy solitaria la vida para mucha gente, por la migración, por todo.

Queremos saber sobre tus aprendices, ¿quiénes son?, ¿cómo es usualmente el proceso de enseñanza de esta labor?

Usualmente, la mamá, las hermanas o la abuela se encargan de enseñar. Por ejemplo, a mi sobrina le enseñé a tejer y lo hace muy bien, pero todavía no sabe comenzar. No se lo he enseñado aún, porque eso necesita mucho tiempo. Yo le digo: «Haz esto», vuelta daña, vuelta hay que dar arreglando [risas]. Entonces, prefiero darle todo listo, para que teja el sombrero, porque el proceso es largo y hay que aprenderlo poco a poco.

¿Cuánto tiempo te llevó aprender a hacer un sombrero sin cometer errores?

Mucho tiempo, no es así de la noche a la mañana. Yo creo que a los diez años ya estaba tejiendo bien. Al principio, una teje feito, por eso te pagan menos, porque los sombreros salen dañados, pero bueno, haces. Mi mamá teje sombreros finos, entonces ella nos ha pulido, nos ha enseñado a tejer bien. Todos decimos: «A mí no me gusta comprar una blusa que esté dañada o un paño que esté con cortes», lo mismo pasa con el cliente, quiere un sombrero bien hecho, para que le dure, para usar con ganas y feliz.

Ahora hablemos sobre las instituciones u organizaciones que deberían garantizar el cumplimiento de los derechos humanos, laborales, culturales, etcétera (me refiero a las instituciones públicas, de cultura o la prensa, por ejemplo), ¿qué deudas tienen con ustedes estas organizaciones?, ¿qué podrían hacer para fomentar la mejora de su vida y su labor como artesanas?

Podrían promocionarnos o, tal vez, publicar algo sobre el valor que tiene el sombrero, su importancia y motivar a que se lo use, porque también es parte de nuestra vestimenta, de nuestro traje. Si ustedes ven las fotos antiguas de Cuenca, ¿cómo están vestidos los señores?, ¡con sombrero! Ahora, vaya a ver cuántos salen con sombrero. Se ha perdido también la costumbre del uso.

Las autoridades sí nos han visitado, pero más para hacerse una foto, yo creo que para justificar su trabajo, pero, apoyar… Incluso ahora con eso de que se declaró patrimonio de la humanidad al sombrero, vea…

Cuenca que tiene sus casas exportadoras, donde sé que venden de maravilla, parece que hasta en el Mundial de Fútbol les dieron un puesto para vender. A nosotros nos hicieron trabajar, nos dijeron que nos iban a dar un puesto, total, al final de cuentas quedó en nada. Nos hicieron perder el tiempo y los recursos para que, supuestamente, vayan las compañeras a Qatar. Luego, se supo que las exportadoras fueron a vender el sombrero por miles de dólares. Nos usaron. Tal vez se llevaron fotos de nosotras, se llevaron información y ya. Así no nos apoyan.

Yo no creo que algún día hagan algo. Es muy difícil que realmente nos tomen en serio. Ya las grandes empresas están apoderadas del sombrero, ellas tienen el poder y el mando en todo. Y, ¡claro! los intermediarios se llevan una pequeña parte, pero los que tienen el beneficio de nuestro trabajo son los señores que exportan en grande.

¿Qué les dirías a los lectores que quieren apoyarles?, ¿cómo podemos hacer para adquirir el sombrero de una manera más justa?

Compren en las asociaciones, la nuestra no es la única. Apoyen al artesano, valoren y difundan que el sombrero es una artesanía muy valiosa. Bueno, también, se puede tratar de apoyar creando espacios para exhibir los sombreros. A veces solo queda en fotos, en palabras, en artículos.

Mariana Ávila teje sombreros de paja toquilla desde los siete años. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras.

¿Hay alguna anécdota que quieras contarnos?

Algo que me ha cambiado la vida es el reunirnos entre vecinas y tejer juntas. Se hablaba de cómo está la familia de usted, la mía, la de ella. Recuerdo a la abuela que nos contaba los cuentos. Pienso en cómo hubieran servido los medios de ahora para captar, para escribir, para grabar aquellas maravillas que ella contaba de su tiempo, de su niñez, de su juventud. Hay que rescatar lo bonita que era la minga del tejido. Yo no la viví, eso pasaba en el tiempo de mi mamá. Por ejemplo: una señora tenía las pajas listas y todo preparadito. Entonces, cuándo las vecinas la visitaban, les entregaba todo. Así daban tejiendo lo que podían y todo era para la señora que invitó.

¿Hay algo que no te hayamos preguntado y quieras decir?

Yo diría que motiven a la gente a que se asocie, a que forme grupos en las comunidades, a que se organice. Es importante que la gente venga, vea y conozca, que sepa que nuestro trabajo tiene valor. Por ejemplo, antes de venir a la asociación, yo no sabía que al sombrero le daban tanto valor a nivel internacional. Creía que era solo un tejido y yo tejía para ganarme la vida. Ahí acababa todo. Algunos no saben el valor simbólico y económico que tiene el sombrero. Sí, una que otra vez se oye que es patrimonio, pero muchos no saben qué mismo es eso, lo que implica.

Referencias bibliográficas

González, D. (2021, febrero 10). Sombrero de paja toquilla ecuatoriano busca destacarse en nuevos mercados. American Retail. https://www.america-retail.com/peru/sombrero-de-paja-toquilla-ecuatoriano-busca-destacarse-en-nuevos-mercados/

Redacción. (2015, febrero 20). El sombrero de paja toquilla: tradición hecha arte en Ecuador. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/viajes/20150220/54426351284/sombrero-paja-toquilla-tradicion-ecuador.html

Rosalía Vázquez Moreno (Cuenca, Ecuador). Es licenciada en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales por la Universidad de Cuenca y máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid. Es escritora, editora, correctora de estilo, lectora y fotógrafa aficionada. Sus textos han sido incluidos en Wiwasapa (antología artística) (2017), Apenas memoria. Cuentos de transición (2020), ¿Hasta cuándo con el tal Chiriboga? (2021), El diablo verde (2023) y la novena edición de la revista literaria Salud a la esponja (2021). Ha escrito para varias publicaciones como Inhaus, la Gaceta Cultural República Sur y L’escalier Magazine. Le gustan los museos, el café y el rock ecuatoriano.

Scroll al inicio