Daniela Prado: «el arte tiene una influencia terapéutica bastante profunda, pero es como luz y sombra»
Por: Tania Párraga
Daniela Prado, psicóloga clínica. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras con imágenes libres de derechos y detalles de la ilustración de nuestra portada, elaborada por Jorge Chicaiza Molina (Ioch).
No está del todo claro en qué momento comenzamos a decirles a nuestros amigos: «Eres bipolar», «De ley estás depre», «Qué border que eres», «Es tu momento más esquizofrénico» y un sinfín de expresiones relacionadas con la salud mental que hemos reducido a un momento jocoso. Sin embargo, sabemos que los trastornos de la mente han estado representados desde siempre en el arte y la cultura, lo que tal vez nos dé una idea de por qué banalizamos tanto algunos conceptos.
«La psicología nació de las expresiones artísticas», dice Daniela Prado, psicóloga clínica cuencana. Y sí, desde las obras de teatro de la antigua Grecia, hasta las abundantes series de las plataformas de streaming, son incontables las veces que se han tratado las patologías psicológicas en el arte, pero ¿qué tanto entendemos sobre ellas?
Con Daniela exploramos qué está pasando con la salud mental de quienes consumimos diferentes manifestaciones artísticas y culturales, y qué con la de quienes hacen posible que estas lleguen a nosotros. Es necesario preguntarnos: ¿por qué hay canciones, poemas o películas que nos golpean el alma con más fuerza que la de un café cargado el lunes por la mañana?, ¿es porque estamos atravesando los mismos estragos psicológicos de quienes las crean?, ¿les exigimos a los artistas sufrir para sentirnos más cercanos a ellos? Daniela nos amplía el panorama para dar respuesta a estas y otras preguntas.
¿Cómo la cultura y sus diferentes manifestaciones están representando la salud mental?, ¿aprendemos a través de ella sobre las afectaciones mentales?, ¿las estigmatiza?, ¿las maximiza?
Creo que esto es simbiótico, es decir, la cultura ejerce una influencia en la salud mental y la salud mental hace lo mismo en la cultura. Actualmente, la cultura tiene un papel dual en la representación. Por un lado, está sirviendo como un medio poderoso para visibilizar y normalizar afecciones mentales. Pienso que ahora es mucho más fácil hablar de ansiedad, de depresión. Esto permite que las personas se sientan menos aisladas y más comprendidas. Lo he visto muchísimo en mi práctica clínica, cada vez llegan más personas que me dicen: «Vi esta serie y creo que yo puedo estar atravesando por algo similar». Eso es maravilloso, porque se habla mucho más del tema, ya no se lo sataniza tanto.
Ahora bien, también pasa lo contrario. Si bien es cierto que la cultura está ofreciendo una plataforma para la empatía y la normalización de muchos temas, también está fomentando estigmas. No sé si como sociedad no estamos listos para consumir arte con contenido psicológico, falta explicación o existen representaciones inexactas que transmiten un mensaje diferente. Por ejemplo, hay una película muy buena que se llama Split (2016); creo que cuando la vimos todos dijimos, «Wow, representa temas de salud mental». Sin embargo, este filme perpetuó el mal concepto que tenemos de una persona con trastorno disociativo de la identidad. Empezamos a creer que quienes tienen este trastorno son peligrosos y esto generó miedo, cuando las personas que lo tienen no representan un riesgo.
Al tener todo este contenido sobre salud mental a nuestro alcance, en series, películas, libros y demás, ¿qué tan común es encontrarse con personas que se autodiagnostiquen una afección mental?
Ese es otro conflicto. Cuando salió la serie Euphoria, que habla muchísimo de trastornos mentales, llegaron a mi consulta muchas personas, entre adolescentes y adultos tempranos, que me decían: «A mí me pasa exactamente lo mismo». Yo trataba de explicarles que el trastorno de ansiedad, la ciclotimia, la manía, la bipolaridad y el TOC son otra cosa. También suele suceder que se dejan influenciar. Por ejemplo, en esta serie en particular, se ve que, al tomar los medicamentos para tratar una afección mental, un cuadro psicológico empeoraba. Si bien es cierto que hay un porcentaje reducido de personas que tienen efectos secundarios con el medicamento, algunas personas que realmente lo necesitaban, después de ver la serie dejaron de tomarlo. Es importante analizar, evaluar y socializar un autodiagnóstico, para evitarlo o para que pase menos.
¿Hay expresiones artísticas que estén banalizando los problemas de salud mental o somos los consumidores quienes banalizamos las afecciones que nos presentan?
Me parece muy fuerte la palabra banalizar. Creo que no todos estamos preparados para todo. Pienso que hay libros que todos deberíamos leer, porque hablan de salud mental, pero luego me cuestiono: ¿para qué edad?, ¿para qué tipo de lector? Lo propio con el cine, porque no todo es para todos, más aún cuando uno trabaja con personas que tienen afecciones mentales que están pasando por procesos durísimos y profundos.
Vale aclarar que no se trata de controlar qué consume quién, pero, así como fue un avance explicar la edad permitida para cada contenido o qué contenidos tienen violencia, también debería haber un proceso de recomendación, por ejemplo, informar qué contenidos pueden servirles a las personas que tienen trastornos psicoafectivos, porque el arte tiene una influencia terapéutica bastante profunda, pero es como luz y sombra: el mismo grado de cura puede generar un cuadro de afección más grande.
En medio de todo este bombardeo de expresiones culturales que hablan de salud mental ¿cuáles son los estereotipos que deberíamos combatir?
El estereotipo más grande es que las enfermedades mentales son peligrosas o son incapacitantes. Otro, que no solo tiene que ver con las representaciones en la cultura, es que buscar ayuda es sinónimo de debilidad. Si bien es cierto que esto se ha reducido, todavía es súper frecuente. La gente que llega a terapia aún se está sintiendo débil, cuando buscar ayuda es el acto de valentía más grande, porque permite que la gente se encuentre consigo misma.
De una u otra forma, creo que el desafío en el ámbito cultural es buscar representar las afecciones mentales con precisión y con sensibilidad. Considero que en la producción artística tiene que haber una persona que tenga experticia en el tema, para que se pueda mostrar con precisión lo que se quiere mostrar, sin transgredir el elemento artístico. Es posible que muchas expresiones, sobre todo en este bombardeo, muestren algo que tal vez ni siquiera existe.
¿Nos ha llevado este bombardeo a trivializar algunos términos como bipolaridad, depresión, esquizofrenia para referirnos de manera burlona a actitudes que nada tienen que ver con un trastorno mental?
Un poco sí. Creo que la psicoeducación es importante para que nuestro lenguaje se vaya ajustando con lo que realmente pasa. Es común escuchar el uso de la palabra border —«Estoy border» o «Qué border que eres»—; cuando, una persona que tiene trastorno límite de la personalidad atraviesa más que un simple cambio momentáneo en el ánimo. Hay gente que confunde la tristeza con la depresión, cuando tienen un espectro muy diferenciado. Incluso decimos: «Ay, es que estoy feliz», cuando sentimos calma o, a lo mejor, un estado de manía del que no nos damos cuenta.
Este sobremanejo de la terminología psicológica en el contexto del bombardeo de conceptos sobre salud mental, que vino especialmente después de la pandemia, también trajo consigo el hecho de que se hable muy fácil de cualquier tema y que se pueda tomar muy a la ligera un trastorno.
¿Te has encontrado con expresiones culturales en las que se esté abordando con ligereza estos términos?
Sí y no solo pasa con temas de salud mental, pasa con la obesidad, la hiperhidrosis y demás. Está bien, por ejemplo, reírnos de nuestras propias desgracias, pero debemos cuidar que al otro le siente bien eso. Hay que cuidar mucho el concepto que se quiere transmitir. No está mal representar enfermedades o problemas, pero creo que debería haber precisión para hacerlo. Por ejemplo, hay una escultura de una persona con obesidad que se está cincelando y empieza a mostrarse tonificada. Esta es una expresión artística que he visto, más de una vez, en consultorios que atienden a personas con obesidad. A mí me parte el corazón, porque yo sé que la obesidad es una enfermedad crónica que afecta la identidad y la autoestima. Entiendo que la intención del autor es decir: «Constrúyete a ti mismo» o «Tú puedes», pero no es tan simple como cincelarse. Considero que hay una brecha entre lo que transmiten algunas expresiones y lo que realmente siente alguien que padece la afección.
Fotograma de la segunda temporada de Euphoria (2022). Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras. Cortesía.
¿Debemos estar preparados antes de consumir arte sobre salud mental?
Sí, sería ideal que todos ampliemos nuestros conocimientos sobre salud mental. A muchos nos ha pasado que vemos algo y nos preguntamos: «¿Qué querría decir?».
En el teatro se han representado muchas tragedias que la psicología ha tomado para explicar conceptos, como el complejo de Edipo. Me pregunto cuántas personas, después de ver la obra de teatro Medea, en lugar de pensar: «Qué bestia, la mamá mató a sus hijos por irse con un hombre», piensan: «Voy a investigar un poco más sobre eso». Creo que como sociedad nos falta despertar la curiosidad y cuestionarnos, porque tampoco les podemos responsabilizar de todo a quienes están haciendo arte y cultura.
La solución es generar un proceso de crítica, autocrítica y curiosidad que amplíe lo que conocemos. También se hace cultura a través de eso, porque, si no, puede pasar lo contrario: podemos encontrar una representación muy buena, pero si no logramos absorber todo el mensaje, lo cambiaremos. Ser críticos con lo que consumimos es el desafío para minimizar esa brecha, pero no es solo tarea del ámbito cultural, es tarea de todos: de los profesionales de la salud, de los medios de comunicación, del Estado y de cada uno.
Hablemos de quiénes están al otro lado del telón, ¿cómo influyen las condiciones laborales del sector cultural (precariedad, horarios irregulares, presión creativa) en su bienestar psicológico?
A mi consulta llegan muchas personas del ámbito cultural, precisamente por lo que se menciona en la pregunta: por la angustia que generan esas condiciones de trabajo. El síndrome de burnout en artistas es bastante común, aunque parezca contradictorio, porque están haciendo lo que aman. He trabajado con cantantes que me han dicho: «Es que estoy en tantas misas de velorio que ya no doy más». He visto muchísimo el tema del agotamiento mental que genera producción creativa en sí misma, porque no se procuran procesos de respiro y autocuidado. La precariedad laboral también tiene mucho que ver con esto.
El tema de los horarios irregulares es otro problema, porque mitigan la calidad del sueño, lo que reduce la calidad de vida. Por ejemplo, como los desbloqueos creativos se dan en las madrugadas —al menos es lo que he visto—, muchos artistas están quemados.
Tenemos muy generalizado el concepto de que quienes están en el arte y la cultura son sensibles, ¿ese también es un estigma?
Es súper interesante este tema. A finales de los años 50, se empezó a investigar sobre la salud mental de los artistas y, en la gran mayoría de estudios, hasta más o menos los años 90, se hablaba de que un 30 % ha presentado algún problema de salud mental, sobre todo, el ciclo maniaco-depresivo, que es una exacerbación de felicidad y seguida de un bajón. En algunos estudios, se mencionaba que hasta un 87 % de poetas y pintores han presentado este cuadro.
Posteriormente, esas investigaciones —que no son muchas y creo que ahí también hay una deuda— aclararon que no se debía confundir un brote de creatividad con un estado maníaco. Lamentablemente, en la actualidad no existe un diagnóstico social con respecto a esto y, de una u otra manera, eso puede generar un estigma, porque, a lo largo de la historia, se ha visto que la sensibilidad y sobre todo la melancolía han sido sublimadas y expresadas por medio del arte.
Hay otros estudios en los que se revela que, cuando se trata la melancolía, los brotes creativos disminuyen, pero no se puede generalizar. Cada caso debería ser analizado para no alimentar la idea de que se necesita de la tristeza y la melancolía para producir arte, eso sería muy peligroso.
Daniela Prado, psicóloga clínica, en su consultorio en Cuenca. Fotografía de Jaime Villavicencio.
¿Los consumidores estamos romantizando y normalizando el sufrimiento de quienes trabajan en la cultura para obtener a cambio «mejores obras»?
Sí, y creo que es injusto para quienes producen arte. Aplaudimos el dolor del artista, porque esta persona se pone al servicio de la tristeza ajena, expresando lo que otros no pueden, poniéndole forma a una emoción a la que otros no pueden. Pero, como consumidores, no deberíamos generar un refuerzo positivo que perpetue el cuadro clínico de una persona que está sufriendo. He trabajado con artistas que, consciente o inconscientemente, tienen miedo de sanar su herida emocional, porque tienen la idea de que, si sanan, perderán su brote creativo, cuando, a lo mejor, sanar haga que se expanda. Esa es su lucha interna.
¿Estamos llevando la salud mental de los artistas y trabajadores de la cultura al límite?
Cada vez más. Para empezar, el mismo Estado no garantiza sus derechos o se precarizan sus presupuestos, eso es ponerlos al límite. Los artistas y trabajadores de la cultura necesitan, como cualquier otro profesional, su sustento, su tranquilidad.
Además, nosotros, como consumidores, también nos hemos vuelto más exigentes: queremos que no solo se exprese la tristeza, sino que se exprese con más intensidad.
¿Cómo pueden los profesionales de la cultura equilibrar toda la presión creativa con su salud mental?
Es crucial establecer límites claros, no solo a los demás, sino a uno mismo. Por ejemplo, el otro día escuchaba a una persona que se había quedado como cinco noches hasta las cuatro de la mañana, porque vivía un brote de escritura, pero eso hizo que menguara su calidad de vida. Creo que el límite propio es necesario y saludable.
No se necesita el estado de tristeza o la melancolía para producir arte, aunque antes haya sido así. También, hay que normalizar la búsqueda de ayuda cuando sea necesario, además del acceso a la salud mental, para poder reconocer cuándo se necesita esta ayuda.
Recomiendo prácticas muy concretas que permitan descansar el cerebro, como técnicas de relajación, y no descuidar el cuerpo. A la larga, para el creativo todo está en la mente, pero no se debe reducir el cuidado del cuerpo. Se lo puede hacer a través de un mínimo de actividad física, el descanso, la alimentación, entre otras cosas.
¿Qué es lo que deberían hacer las instituciones de cultura y el mismo Estado para garantizar la salud mental de los trabajadores de la cultura?
Es fundamental que cuenten con departamentos de apoyo psicológico que se institucionalicen. Así como hay un departamento financiero, logístico y demás, también debería haber un servicio de atención integral de salud mental, al cual se pueda acudir de forma temprana.
A pesar de que el mismo hecho de hacer arte ya es terapia, esto puede ser un arma de doble filo, porque, si se hace arte sin autocuidado y en condiciones precarias, se puede estar perpetuando un problema de salud mental. También se deberían mejorar los entornos de trabajo, para procurar el autocuidado de quienes están inmersos en el mundo cultural.
Me gustaría terminar diciendo que la psicología nació de las expresiones artísticas. Nosotros, como psicólogos, consumimos arte y lo transmitimos como herramientas para nuestros pacientes. Me parece un poco injusto no reconocer esa labor. Como profesionales de la salud, ¿qué hacemos por los artistas? No estamos siendo recíprocos. El Ministerio de Salud y la cultura deberían estar más ligados.
Tania Párraga Miño (Quevedo, 1993). Es una periodista que ha enfocado su trabajo en torno a temas de feminismo y género. Curiosa de la ciudad que la acogió y es su casa, también ha trabajado en asuntos que giran alrededor de Cuenca y su gente.