Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 24

febrero 2025 | CUENCA, ECUADOR

¿Deberían los músicos hablar de política? El arte y la disidencia en medio del desastre

Por:  José Solórzano Delgado

 

Las agrupaciones quiteñas Mugre Sur (izq.) y Lolabúm (der.) fueron criticadas por cuestionar al gobierno durante sus presentaciones en vivo. Fotografías de Ana Lucía Zapata, Adrián Gusqui e imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.

Nunca hubiese llegado a Mugre Sur de no ser porque, durante el Quitofest de 2024, la banda colocó, en el escenario, una imagen de cartón del actual presidente y la «colgó» —ustedes ya saben cómo—, condenándose así al escarnio de un sector que les atribuyó todo tipo de calificativos, ninguno favorable. Ese mismo sector de la sociedad poco o nada dijo sobre los cuatro niños que aparecieron calcinados, después de que fueran desaparecidos durante un operativo militar. Sin embargo, hay algo más en Mugre Sur que su disidencia: su música. Hablo de una propuesta que, como ecuatorianos, nos desafía, recordándonos que la música no se limita a la tristeza del amor, la nostalgia o la alegría. Su arte es una crítica punzante que, cuando incendia y cuestiona, regresa a un concepto esencial del hip hop: confrontar la realidad.

«Amnesia», su colaboración con Guanaco, es, para mi gusto, su canción más ecuatoriana. A pesar de su título, es una melodía con memoria que nos interpela, algo que en la actualidad no está bien visto. La excesiva seguridad en nuestras creencias nos ha llevado a este punto de olvido: no recordamos quiénes somos, de dónde venimos y qué nos hace ecuatorianos, más allá de un equipo de fútbol o la selección. El orgullo de no perder el acento, de hacer notar nuestra identidad y demostrarla es algo que rara vez he experimentado con otros músicos de este país.

El uso de ecuatorianismos en sus letras es un valor añadido que busca hablarnos al oído, desde la proximidad y la identidad propia. Todo ello sumado a la crítica social y a una cosmovisión que, parecería, la música local ha dejado de reflejar. Me pregunto: ¿quién está haciendo lo mismo en esta ciudad? Más allá del género musical, ¿quién está hablando sobre los incendios en El Cajas, de las 1389 hectáreas quemadas y los cientos de animales incinerados?, ¿quién menciona los 160 días de sequía hidrológica que redujeron los ríos de Cuenca a simples charcos?, ¿quién está denunciando el daño que le estamos haciendo al planeta?, ¿quién está hablando de nuestra autodestrucción?

Si nos ponemos más exigentes como sociedad: ¿quién está objetando nuestras políticas locales en torno a estos temas?, ¿acaso la cuencanidad está en una pausa mental, sin preguntarse nada, limitándose a intentar llegar a fin de mes y nada más? Sería una pena, pero parece que vamos por ese camino: estancados y sin ánimo de autoevaluarnos.

 

Al finalizar el 2024, la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos informó la muerte de 44 818 animales y registró casi 5000 personas afectadas por el fuego. Según la Zonal 6 de esta secretaría, en Azuay se quemaron alrededor de 15 835 hectáreas de bosque. Aquí se puede ver: (1) el incendio ocurrido en Jima (Sígsig), en noviembre del año pasado y (2) la trocha edificada para evitar que las llamas siguieran avanzando; (3) a voluntarios trabajando después de que el fuego se tomara el páramo de Chaucha, en noviembre del año pasado. Fotografías de Lorena Arias, comunicadora de la SNGR, Zona 6 (1, 2) y Juan Carlos García, voluntario (3), cortesía.

 

En el ámbito de la disidencia, vale la pena recomendar a Lolabúm. Su visión parte desde otra perspectiva: la lectura entre líneas y el reflejo de la sutileza, con un enriquecimiento instrumental increíble. Es una visión distinta, pero no por ello menos hermosa, de la ecuatorianidad y el apropiarse de lo nuestro (si es que esto aún existe). A diferencia de Mugre Sur, estamos hablando de una banda conocida, si quieren más popular, en el entorno de la música independiente de la región.

«Ecuaboi», «El Ecuador», «Trópicos», «Guayaquil Tyci» son algunas de sus canciones que retratan esa identidad que, en algunos momentos, intentamos borrar, camuflar o esquivar, como si divorciarnos de nuestras raíces fuera una solución para crecer; cuando hacerlo, en realidad, es la receta para perdernos y dejarnos llevar por las tendencias pasajeras.

Pedro Bonfim, vocalista de la banda, realizó una reflexión política profunda en una presentación en vivo en la que dijo: «Lo peor que ha hecho este gobierno es hacer que la gente se olvide de lo que es vivir con dignidad […]. Estamos acostumbrados a vivir de la peor manera, en las peores condiciones [se refería a los apagones que empezaron en abril y se retomaron en noviembre]». Al igual que Mugre Sur, Bonfim fue objeto de críticas. A ambas agrupaciones se les ha dicho que solo deberían hacer música y no opinar sobre otros temas. Esta visión cómoda y absurda no hace más que sumergirnos en la mentira de deshumanizar a los artistas, reduciéndolos a simples rocolas, como si no tuvieran opiniones sobre asuntos políticos, económicos o sociales.

Después de aquel suceso, pasó desapercibida la reseña que la reconocida revista Rolling Stone hizo sobre Lolabúm, porque, al parecer, lo importante es destilar odio hacia quien nos hace dudar de nuestras creencias. Sin embargo, lo interesante de la recomendación es que la revista destaca, con justa razón, que el cuarteto quiteño «no deja de pensar en la realidad de su país». Esto es evidente para quien se tome el tiempo de escucharlos.

No puedo sino agradecer la disidencia en la música, ya sea de forma explícita o implícita. Cuestionar lo político, lo social y lo ambiental es algo que en la escena musical cuencana no siempre se ve o no se nota, porque pareciera que no es una opción, porque quizá nuestro tejido social está desbaratado.

Aunque el arte no tiene una obligación con la realidad, sí representa un espacio para demostrar qué tanto nos importa lo que nos golpea o si estamos tan lejos de ello, al punto de preferir no decir ni escribir nada al respecto. La creación es una oportunidad para darle voz a nuestras catástrofes —no solo a las políticas, sino también a las ambientales—, para condenar esta ensimismada autodestrucción y la de nuestro único hogar: el planeta Tierra. No importa si es Mugre Sur, Lolabúm o cualquier otra, nuestra autodestrucción debe tener una banda sonora, una representación poética, algo que nos recuerde que estamos a tiempo de dejar de aplaudir este Titanic que no deja de hundirse, de abandonar los extremismos, de ser críticos en lugar de fanáticos, de hacer ciudadanía real y de salir de la pasividad extrema que nos ha traído hasta aquí.

José Solórzano Delgado. Es profesor, marketero, aficionado a la escritura y la política; asiduo consumidor de mangas, animes y música en general; y aspirante a geek.

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