Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 17

MARZO 2024 | CUENCA, ECUADOR

The Boys: la vida cuando se es adulto

Desde que era guagua me consideré amante de las películas y las pantallas. Me gustaba ver de todo y volver a ver de todo. Por donde vivía cuando era más pelado, había un videoclub —creo que el propietario sigue ahí con la misma selección y todos los multiversos de Yo soy Betty, la Fea— que tenía los DVD que no se conseguían nomás en cualquier lado. Y de no tener la película, le sobraban las sugerencias que me llevaron a conocer unas cosas que… diositosanto, cómo también habrán sido hechas (esas, a veces, eran las más chéveres).

Allá por los tempranos noventas, también sabían descuidarse a la madrugada en los canales nacionales y se mandaban unas joyas del cine. Entonces, conocí las mejores películas de terror, me asusté por primera vez viendo las de zombies y las de comedia gore. Empecé a reconocer a los actores y directores, por ejemplo, a Wesley Snipes hecho vampiro o al Freddy Krueger (tristemente, con la voz del papá de ALF en español latino).

The Boys  / Imagen libre de derechos intervenida por David Riera.

Con el tiempo, arrancó la locura de los superhéroes, y la inmejorable fórmula del cine fácil y entretenido se había perfeccionado. Todo era ponerle un poco de acción, la bola de efectos especiales y de vez en cuando, meter algún chiste medio sonso y una referencia musical que cause nostalgia. Me enamoré de las ciento ochenta películas que salieron, me las vi todas (dos veces). Y aunque no había sorpresa ni novedad porque ya sabía quién iba a ganar, la emoción venía de intuir si le atinaba a alguna de las teorías locas que había visto en la Internet.

Así pasaron los años. Las películas que me encantaron de pelado comenzaron a tener remakes y secuelas y precuelas a “nisecuelas” que más bien, me estresaron. Tanto llegó a molestarme esa necesidad de rehacer lo que ya estaba hecho que, dejé de ver películas y me metí en las series. Algunas que me recomendaban, otras que veía porque me amenazaban con sacarme de ciertos grupos si no lo hacía, y series que me animé a ver porque ya no estaba entendiendo la pop culture alrededor mío. Ah, y también hubo una serie que solo vi por la Emilia Clarke, nueve temporadas me pegué.

Creo que ya lo dije antes y estoy empezando a pensar que me he convertido en uno de esos que… pero el tiempo transcurrió y encima de todo, tenía cada vez menos tiempo, menos ganas y menos pelos en la lengua (y en la cabeza), por lo que me volví más chinchoso con lo que veía. Ahora, con menos tiempo, los intereses más definidos y los fetiches más aceptados, me he puesto a buscar contenidos alejados de la televisión nacional y en lugares que me dejan vivir en paz con mi déficit de atención, es decir, que me permiten creer que, si estoy “viendo” algo mientras trabajo, no estoy perdiendo el tiempo ni la productividad. Con esta dinámica en mente pasé por el drama histórico, vi la serie del ajedrez con la actriz de origen argentino y español, traté de verme la del juego de la oca coreano y hasta intenté con Pasión de Gavilanes porque Netflix me la sugirió después de marcar mi gusto por Naruto y una película de Tom Cruise. Con la que no mismo pude fue con La casa de papel.

De chiste en chiste y buscando lo rebuscable, casi sin querer queriendo pero al mismo tiempo haciendo exactamente lo que quería hacer, caí en una página de películas y series piratas que no mencionaré pero diré que rima con Cuevana; aquí me encontré con la mejor respuesta a la saturación de superhéroes y patriotismo que he visto en mucho tiempo. Ya quedamos, los superhéroes me gustan pero lo que me cansó fue que todas las propuestas sean igualitas y que siempre gane el suco ojomishi o su equivalente inclusivo. La serie con la que me tropecé se llama The Boys, pésimamente no traducida como “Los Guambras”. Salió en Amazon Prime, y aunque no tengo idea de cómo se consigue y a cómo sale esta plataforma, lo importante es que se trata de una subversión de expectativas única y maravillosa que me ha dejado lo que es, pasmado.

En The Boys resulta que este mundo en el que vivimos ahorita, la gente con poderes sí existe. Y además, es tan real como el departamento de Marketing, la oficina de Relaciones Públicas y los reality shows. Un mundo tan puerco como el nuestro, pero con el detalle adicional de que hay un Superman que no se llama así pero vuela y toma leche; una Wonder Woman que tampoco se llama así pero tiene hasta la misma costurera; un Flash que acá es afroamericano, apostador y mujeriego; y un Aquaman que no tiene esa sensualidad animal del Jason Momoa, sino más bien resulta un puerco que quiere aparearse con todo mamífero que tenga cerca. Bien alejado de los Superamigos que yo conocía pero cercanísimo a esa realidad feaza que llega cuando se es adulto, es como ver una serie de drama serio, pero con la chispa y la alegría que nos dan los héroes con cuerpo escultural en mallas y licras. Es como Breaking Bad, pero no estoy comido cemento aguantándome las ganas de llamarle a mi amigo químico que tiene su quinta en Cojitambo. En fin, creo que The Boys me gustó porque ya no tengo tiempo de ver nada, y como sabía que tenía de todo, me acabé picando. Tiene un poco de terror, un poco de humor, un poco de política light, escenas de acción, drama, y a ratos, se pone hasta transgresora nosequé. Y como estoy viéndola en pirata, no tiene ni un solo comercial. Ya mismo sale la siguiente temporada, solo espero ansioso a que…

José Boroto. Nací en Cuenca con la finalidad de estar cerca de mi madre al momento del parto, allá por el año 1983. Hijo de madre cuencana y padre gringo, concebido en acto carnal, el ultimito de tres hermanos. En lo que respecta a estudios, estudioso nunca fui. Más bien, fui medio pilas y elocuente, por eso me gradué del colegio, luego de psicólogo, después me metí a la Comunicación y finalmente, me recibí de Máster en Educación. Básicamente, estoy académicamente capacitado y reconocido por la Senescyt para dar clases por Zoom, respetando los sentimientos de mis estudiantes y los contenidos de moda. Soy padre de un hermoso guagua que va a cumplir cinco años, y espero que alguna de estas actividades le llene de orgullo porque él sí me llena de orgullo a mí. Actualmente, me dedico a la docencia universitaria y a la indecencia en la publicidad. Ahora, ojalá haya chance de volver a la irreverencia de las palabras y los textos.

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