Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 25

MARZO 2025 | CUENCA, ECUADOR

Corrección política

La XV Bienal de Cuenca a la luz de la cancelación del futuro

El Pensamiento de las Plantas de Paúl Rosero. Cortesía de la Bienal de Cuenca / Santiago Escobar.

Hay un elefante en la habitación. Más bien, un dinosaurio. Una mañana mientras trabajo como funcionario de una institución municipal, un padre y un hijo se presentan delante de las puertas de la Casa Cultural del ***. Su expresión está agitada, su respiración nerviosa. Acaban de llegar en una camioneta blanca espolvoreada de lodo, sobre cuya paila resalta una lona negra; el carro está parqueado en la doble línea sin intención de moverse. Se nota el agotamiento de los viajeros, les invito a pasar.

En la casa estamos un funcionario administrativo, la guardia, una vecina del barrio y yo. De modo que, cuando el padre pregunta quién está a cargo, los demás se liberan de cualquier compromiso. Queda a mi cargo, al del licenciado. Mientras el padre insiste en hablarme en privado, el muchacho de quizá siete años, cuenta el famoso chiste de los presidentes en un avión que se desploma y en el que no hay suficientes paracaídas. El padre y yo nos alejamos. Sin embargo, en cuanto alcanzamos la oficina, el hijo se escabulle de su audiencia e intercede antes de que consigamos decir palabra. «Tiene que ayudarnos, señor» —su padre lo detiene—. «El señor ni siquiera sabe de qué le estás hablando —dice, apartándole levemente con el haz de su brazo— déjame hablar».

El padre me explica que su profesión lo habría llevado al Oriente, que habría trabajado con las grandes mineras. Sus palabras se entremezclan pero entiendo que sus quehaceres no eran siempre lícitos, además, que ahora es una especie de fugitivo. Me habla de tierras, permisos, concesiones, amenazas, disputas territoriales, ambición mineral, abogados, máquinas perforadoras, limpiadoras, mezcladoras, rompedoras y taladradoras… Su relato se fragmenta en escenas imposibles. Entonces, toma aire. «Papá, cuéntale del dinosaurio» —suelta el hijo aprovechando el silencio—. El padre se acelera, menciona la compañía que lo habría contratado para desaparecer un dinosaurio, precisamente un Yamanasaurus que tiene ahora en la paila de la camioneta. Mi cara de sorpresa lo devuelve a ese instante y espeta: «Sí, un dinosaurio de tres metros de altura, un pequeño herbívoro que rondaba hace cientos de miles de años por los Andes». Me froto los ojos para saber sí estoy soñando. El padre continúa con su historia… «Desaparecer al dinosaurio es imperativo para alejar a los pipones del MAE de los asuntos de la empresa». Ahora bien, hacerlo así sin más, le parece inadmisible, especialmente después de escuchar los argumentos del hijo, un apasionado de las especies extintas. «Por eso he venido hasta aquí, Señor —continúa el padre— quizá usted puede ayudarme y esconder al dinosaurio como una de las obras de arte que se exhiben en esta casa».

***

Valdría empezar señalando que los artistas no son libres. Tampoco lo son las instituciones públicas, las privadas, los museos ni las galerías. Esto se debe a que, por ejemplo, las instituciones responden al subsistema de la política y la necesidad. A su vez, los políticos responden ante sus votantes, quienes replican a menudo las opiniones de los medios de comunicación que se sostienen sobre el sistema productivo. Este último crece para satisfacer las necesidades de un pueblo en expansión. Este mismo pueblo, agotado, presta poca atención a sus hijos y engendra más artistas…

A pesar de esto, existe una libertad sin libertad en la creación artística que tiene que ver con la apertura de un campo formal que, en ocasiones reafirma los límites de lo real, empujando en una dirección u otra. La libertad del arte es que puede soñar incluso «lo que no ha ocurrido todavía». De ahí que, esté en la capacidad de explicar, definir y desdibujar los objetos cotidianos. Ahora bien, empujar unos límites, aceptar un imaginario previo sobre el que se dialoga, involucra también someterse a unas reglas de juego, a un lenguaje y a una(s) tradición(es).

Toda tradición es, por tanto, un limitante y en cierta medida exige una adecuación. El concepto de ‘corrección política’ podría usarse para describir su actuar. Este apela a la idea de que ciertos usos del lenguaje imposibilitan ver la ‘realidad’ o «lo que verdaderamente está sucediendo», que acaba disimulado en eufemismos. En su reformulación del concepto marxista de ideología, la idea de la ‘corrección política’ —normalmente empleada de manera burda— es decidora, especialmente cuando se aplica a aquello que «no podemos decir», no debido a algún impedimento externo sino porque carecemos del lenguaje adecuado.

Aunque ya me extiendo demasiado… ¿Existe algo de la ‘realidad’ que no sepamos mencionar?, ¿nos priva el presente de la capacidad de señalar alguno de sus componentes? Y especialmente, ¿les ocurre esto también a los artistas?, ¿en su libertad sin libertad pueden los creadores abordar «lo que pasa en realidad» al hablar, por ejemplo, sobre la crisis ecológica y el futuro de la humanidad? Paseando por la Bienal de Cuenca me fascino con algunas de sus obras. La Bienal invita a desdecirse, a emborronar críticamente el legado moderno, a limpiarse los pies en frases idiotas de prohombres pasados. Entiendo que algunas obras buscan comunicarse con los objetos inanimados, como los libros de hielo de Basia Irland que escriben paisajes para que sean contemplados ¿nunca? (…) Otras, en cambio, imaginan escenarios deshumanizados en una cierta ansiedad gozosa que fantasea con la desaparición. Lo veo, por ejemplo, en el jardín de plásticos y fungi de Paúl Rosero, donde (…)

Alfombras, 2021 de Avelino Sala y Eugenio Merino. Cortesía de la Bienal de Cuenca / Santiago Escobar.

Llegado a este punto estoy algo incómodo. Algunas obras parecen obviar que ante la crisis ecológica existe la posibilidad de tomar otra postura que no sea la melancolía o la contemplación (gestos de moderna heredad). Y es que la crisis ecológica no es algo del futuro ni del pasado, o más bien, lo es en la medida en que estos tiempos se condensan en nuestro presente. No obstante, la invitación a soñar futuros distintos parecería haber sido recibida por varios artistas como una invitación para soñar universos paralelos, armatostes de (in)significación. Imaginar «el fin de los tiempos», fantasear con sus derroteros me parece redundante cuando esto está ocurriendo justo delante. Acaso la obra que evita este ofuscación de manera más radiante es Ríos de gente de Regina José Galindo, donde la memoria del río, los cuerpos regados por este y el ritual se juntan para reocupar un territorio.

Porque me hostigan las prisas formulo la siguiente hipótesis: el límite de la corrección política al hablar de la crisis ecológica es la pregunta por el poder. Al preguntarnos sobre los efectos del sistema productivo capitalista y cómo otras configuraciones o modelos sociales permitirían un futuro distinto, resulta preciso brindar una respuesta a cómo esto podría ocurrir. Los artistas detestan los relatos totalizadores como ‘proceso democrático’, ‘insurgencia popular’ o ‘constitución de un estado de derechos’. Acaso soñar ecosistemas repletos de esporas y de polvo es la manera de obviar la confrontación que es propia del actuar humano; quizá los escenarios en los que el mundo-ya-terminó, distraen de la imaginación de la violencia inherente a los procesos de transición social que permitirían escenarios de continuidad. En relación con esta problemática, la disputa por el significado de la figura de Humboldt me parece decidora: siguiendo las interpretaciones de Fabiano Kueva y Cristina Lucas, ¿fue Humboldt un depredador o un ecologista?

Creo que una elucidación efectista de la sentencia «es más sencillo imaginar el final del mundo que el final del capitalismo» es la causa de este impasse. Para comprenderla, la clave no está en el más-allá del final, en el mundo después del capitalismo, sino en lo que ocurriría antes. El subsistema de la imaginación y la filosofía se ha enfrascado en la ciencia ficción, anhelando un mundo distinto pero ignorando la pregunta por la política. Ahora bien, el reto para el pensamiento es nimio si únicamente fantasea con utopías, sin preguntarse por el camino que las fraguaría.

Josué Durán H. Cursó un pregrado en Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona y una maestría de investigación en el mismo tema, en la Universidad de Ámsterdam. Además, cursó los tres años del Itinerario para Narradores de la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés. Con su primer libro de ensayos, El abandono de la experiencia, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit. Actualmente, se desempeña como docente de Comunicación en la ESPOL.

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