Vivir en el silencio o del porqué Jadis y Aslan aún viven en el armario
Por: John Machado
En 1949 se escribió El león, la bruja y el armario, el primer libro de Las Crónicas de Narnia, que narraba cómo, dentro de un clóset, existía un mundo paralelo donde la Reina Blanca, Jadis, y Aslan, un león parlanchín, luchaban por gobernar.
Más de 30 años después, cuando él nació, ese libro no podría haber estado en los anaqueles de la más completa biblioteca; era la Cuenca del oscurantismo, donde hablar de entrar y salir del armario hubiera sido un sacrilegio, un delito.
De esa condición de ilegalidad él supo mucho durante su vida: ilegal por sentir diferente, por pensar diferente, por haber nacido en un país diferente. Esa ilegalidad le invitó a esconderse, a camuflarse, a mimetizarse en una sociedad que considera externo a su naturaleza todo lo que su moral rechace, aunque frente al espejo todos sean iguales.
Una de las portadas del libro El león, la bruja y el armario, de C.S. Lewis. / Imagen libre de derechos.
C. S. Lewis a Lucy Pevensie: «Un día tendrás la edad suficiente para empezar a leer cuentos de hadas de nuevo»1.
Eran los 90 cuando le llevaron ante el director de la escuela donde estudiaba porque había querido besar a uno de sus compañeros de aula, en la que todos eran hombres. El profesor a cargo de la disciplina impartida en ese momento le golpeó con una regla de madera en la boca y le dijo que eso no se hace. Le preguntó si era marica: «¿Te gustan los hombres o las mujeres?», cuestionó, y en realidad él no notaba la diferencia, tenía siete años de edad, le gustaba jugar fútbol y montar bicicleta. Se calló.
En Ecuador no fue sino hasta el 27 de noviembre de 1997 cuando la homosexualidad, entendida como cualquier identificación sexodiversa, dejó de considerarse como un delito en el código penal de nuestro país. Pese a esto, la sanción seguía contemplándose para las relaciones consentidas entre personas de la comunidad LGBTIQ+ y, por lo tanto, las personas eran detenidas y torturadas.
Contrario al lanzamiento de los libros originales de Las Crónicas de Narnia, la despenalización de la homosexualidad no pasó desapercibida en Cuenca, pues, fue consecuencia de una redada nefasta en el bar Abanicos, un lugar ubicado en las calles Vargas Machuca y Juan Jaramillo, en pleno centro histórico, donde se elegía la primera reina gay de la ciudad. Ahí, la policía detuvo a sesenta y tres personas, a quienes torturaron durante tres días.
Los agentes penitenciarios vendían preservativos a los presos y los organizaban en turnos para una violación masiva que, lejos de ser repudiada por los medios de comunicación locales, fue aplaudida como un castigo por protagonizar escándalos públicos. Si no hubiera sido porque entre los vejados se encontraba gente de clase alta de la ciudad, este inhumano suceso hubiera quedado como una simple anécdota. La barbarie fue llevada ante el Tribunal Constitucional acompañada de 1.400 firmas que pedían despenalizar la homosexualidad. Las Coccinelle lo lograron, la justicia dio paso a su pedido, pero el mensaje había sido claro: ser marica en Cuenca tiene un precio, y uno muy alto.
Señora Castor al Señor Castor: «¿No sería terrible si algún día, en nuestro propio mundo, en casa, los hombres comenzaran a enloquecer por dentro, como los animales de aquí y todavía parecieran hombres, de modo que nunca supieras cuáles son cuáles?»
A finales de los 90 él tuvo su primera novia, había cedido a la presión de su padre: ser «hombrecito», pero también ante la magia de unos ojos azabache y los abrazos de quien estuvo siempre dispuesta a prestarle un hombro para recostarse, tan necesario en aquel momento de su vida. Un año después la relación infantil terminó y la adolescencia le llevó hacia la sonrisa de un compañero de aula, a quien amó casi de inmediato. Este relato, que hoy sería parte del guion de una serie de adolescentes en cualquier plataforma digital, en ese entonces hubiera tenido repercusiones fatales. Había que sobrevivir. Así como se calló a sus siete años, cuando le preguntaron si era marica frente a sus compañeros de escuela, en un aula llena de gente lista para burlarse de él, decidió continuar callado según avanzaron sus años.
Aslan a Edmund Pevensie: «Niño, —dijo el león— te estoy contando tu historia, no la de ella. A nadie se le cuenta una historia que no sea la suya propia».
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), el 15,9% de la población encuestada es bisexual, el 65,9% sintió algún tipo de rechazo y el 61,4% algún tipo de violencia.
Por si fuera poco, el 27,8% de los encuestados dijo percibir ingresos menores o iguales a un salario básico y entre el 50,5 y el 55,8% dijo haber sentido discriminación en el sector privado y público, respectivamente. Entre el 69,8% y el 71,4% experimentaron exclusión en espacios públicos y privados y las cifras muestran, en todos los espacios, una violación sistemática del derecho a la libertad, la seguridad y la igualdad.
Susan Pevensie a Jadis, la Reina Blanca: «Una de las cosas más cobardes que hace la gente común es cerrar los ojos a los hechos».
Pero, el silencio también es sistemático. El 31 de agosto de 2016 la Corte Interamericana de Derechos Humanos reveló que en Ecuador las Fuerzas Armadas expulsaron a uno de sus oficiales por la «condición percibida» de ser homosexual, él se quedó sin trabajo, sin esposa y fue alejado de su hija durante catorce años por «parecer» gay. Ningún medio lo contó.
El INEC no ha actualizado sus datos sobre violencia a la población sexodiversa desde 2013, los compromisos asumidos por los gobiernos seccionales para la inclusión laboral de personas LGBTIQ+ han sido olvidados, los programas carecen de presupuestos, la violencia no ha frenado, la exclusión es permanente. Todos callan.
Perro bulldog a Elefante: «Ahora, señor, —dijo el bulldog en su forma profesional— ¿Es usted un animal, vegetal o mineral?».
A sus siete años, al igual que ahora, prefirió callar porque la violencia y la exclusión no se han ido, porque el aula aún está llena de quienes esperan una respuesta para atacarlo por ser bisexual, o por parecerlo.
Pero, no es el único. Abrir un armario y gritarle al mundo que dentro hay un mundo mágico de bosques encantados y criaturas maravillosas por ofrecerle a todo quien quiera ver más allá de su nariz, aunque, por maravilloso que se lea, sigue siendo causa de violencia, exclusión, falta de empleo, separación familiar, proxenetismo, desigualdad ante la justicia, entre otras batallas que son casi imposibles de ganar.
Cuando C.S. Lewis terminó de escribir El león, la bruja y el armario era primavera en Europa, todo lo que veía desde su ventana era color y vida, pero su libro describía una nevada permanente, un diciembre sin Navidad, sin verdor, con la vida en pausa. Vivir en el silencio es un invierno, sí, pero el infierno fuera de Narnia es aún suficiente motivo para que Jadis y Aslan aún vivan en el armario.
C.S. Lewis sobre Lucy Pevensie: «Recordó, como hace toda persona sensata, que nunca debes encerrarte en un armario».
1 Fragmentos del libro El león, la bruja y el armario de C.S. Lewis.
John Machado. Miembro de CONNECTAS y becario GK. Ha sido periodista de diario El Mercurio de Cuenca, redactor y editor regional de diario La Hora, postproductor en Ecuavisa, redactor en diario El Tiempo de Cuenca y Medios Públicos del Ecuador, presentador de noticias en WRadio. Ponente en la Cumbre Mundial de Comunicación Política. Director creativo en Quinde Films. Finalista del premio Jorge Mantilla Ortega al periodismo nacional.