Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 23

noviembre-diciembre 2024 | CUENCA, ECUADOR

¿Inteligencia artificial vs. arte?

Por: Juan Fernando Bermeo P.

 

El triunfo de una imagen generada por Inteligencia Artificial (I.A.) en un concurso de arte, ha disparado respuestas de lo más diversas en los usuarios del internet y en el público en general. No obstante, el debate sobre la legitimidad de este triunfo ha llevado a muchos artistas a cuestionarse también sobre su propio papel en el mundo del arte. Pérdida de empleos y obsolescencia del artista han aparecido como incómodos rumores y vaticinios que han llenado las redes y las mentes de muchos creadores de contenido; la pesada sombra del desempleo, del ser reemplazado por una máquina (ninguno de ellos, temores nuevos para la humanidad), se han extendido como los tópicos más recurrentes desde el hecho antes mencionado. Esa especie de «miedo al vacío profesional y artístico», esa suerte de terror ante la posible apropiación del concepto de creación del arte por parte de una fría computadora, parece ser lo que más ha levantado revuelo en el criterio popular.

Théâtre D’opéra Spatial (2022) de Jason M. Allen, es una obra ganadora, hecha en un programa de inteligencia artificial. / Cortesía.

Pero, cabe preguntarnos: ¿es posible que el arte como concepto desaparezca a merced de una máquina que hace lo mismo que el artista, pero más rápida y efectivamente?, ¿es este el inicio del dominio que ya nos auguraron en Enter the Matrix las hermanas Wachowski?

En lo personal, pienso que estamos lejos de ese talante futuro distópico y de dominio que la ciencia ficción nos ha dejado degustar. A pesar de que las I.A. han avanzado muchísimo en esta última década, el proceso que estas realizan responde a una compleja programación detenidamente depurada por una o más personas (programadores, les llaman). Así mismo, no hay nada que las I.A. hagan que no responda a esta programación; por lo que, mientras uno o más diseñadores del código no se llenen de poder y planifiquen la inminente destrucción, fundamentalmente, estamos fuera de peligro del dominio de las máquinas (por ahora…).

Ahora bien, si la preocupación principal ya no responde al dominio de las máquinas sobre los seres humanos, el debate se vuelve a abrir cuando pensamos en que el arte como concepto, en sí mismo, está arraigado a la condición humana y su devenir en esta realidad. Las preguntas que corresponden a esas dudas que se generan suelen oscilar entre estas temáticas: ¿Puede una computadora hacer arte? o ¿una imagen hecha por una I.A. se puede considerar artística?  

Si pensamos que, por ejemplo, el escritor John Ruskin defendía que «el arte es expresión de la sociedad», podríamos quedarnos desde ya con la idea de que el avance tecnológico y sus agentes de cambio, al ser parte de una sociedad, no deberían alejarse del concepto, o al menos, no demasiado. Además, las diferentes fuentes o momentos de inspiración que mueven a los artistas a la creación de la obra, pueden no verse planteadas como condiciones únicas para que cada artista pueda hacer su arte, es decir, pueden ser entendidas como un proceso individual y personal de cada creador. En este sentido, sentenciar que la obra ganadora del concurso no es arte porque no fue concebida por un ser humano, es, también, ignorar toda la labor humana que hay detrás de cada I.A.   

Así mismo, es bueno recordar, llegados a esta parte del debate, que la palabra arte proviene del latín ars, artis, y su definición es una obra o trabajo que expresa mucha creatividad (considerando que también proviene del griego τέχνηtéchne – que significa «técnica»). Es por eso que en épocas pasadas (y antes de la creación del término «Bellas Artes» en el siglo XVIII), el concepto se aplicaba para toda producción realizada por un ser humano; de tal manera que un agricultor o un soldado podían haber sido elevados al mismo nivel que un gran poeta o pintor, siempre y cuando hicieran excelentemente su trabajo. En este sentido, considero que la programación y el uso y dominio de su lenguaje, son una labor demandante y ardua. Por eso, las I.A., con todo su complejo funcionamiento, se me antojan como una gran obra de arte.

El debate, en mi humilde opinión, no es entre las I.A. y el arte, sino entre las personas que reconocen el esfuerzo de programadores y diseñadores (grandes artistas también para mí), y las personas que no lo hacen.

El dilema de la pérdida de empleos y oficios por reemplazo inmediato de máquinas o I.A. que trabajan el doble de rápido o más eficazmente que un ser humano, me parece un razonamiento terriblemente sesgado. Anteriormente, la tecnología ya ha sido usada para optimizar situaciones laborales y, es cierto que muchas plazas de trabajo han sido cambiadas o desaparecidas en nombre de la modernización; pero, aun así, no debemos olvidar que la desaparición de un oficio suele generar la creación de otros. Hace tiempo que no necesitamos policías dirigiendo el tráfico gracias a los semáforos, sin embargo, también tenemos detrás a una o más personas que refaccionarán o darán mantenimiento a este aparato, por mencionar un solo caso de empleo generado.

Debemos tener siempre en cuenta que cada una de las herramientas que han hecho posible el arte, desde sus más profundos orígenes, siguen siendo las mismas: el ingenio humano y la predisposición para hacer cosas. Estas nuevas herramientas no dejan de ser un increíble esfuerzo por parte de muchos creadores digitales para ofertar mejores herramientas por y para el artista. Una imagen creada por I.A. puede no siempre ganar un concurso, pero es posible que sirva de inspiración o de apoyo para alguien que está empezando a definir su línea artística.

Así que no, Patricio, las I.A. no remplazarán a los artistas como el Auto-Tune no ha hecho desaparecer a los músicos (más bien, han proliferado). Pero dejemos tranquilos a los pintores y escritores que temen perder sus oficios frente a una computadora. En el fondo, el temor que sienten es legítimo: el miedo a la nueva era.

Juan Fernando Bermeo Palacios (Cuenca, Ecuador, 1989). Escritor, guionista, músico, docente. Es Máster en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universitat de Barcelona y Licenciado en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales por la Universidad de Cuenca. Es catedrático en la Universidad del Azuay y miembro fundador del ClubPEN Ecuador y Bajoelvolcán Ediciones. Ha publicado Metrópolis: Cementerio de Espadas (La Caída, 2018) y Papelebría (Viz-k-cha Editorial, 2020). Aparece en la antología de cuentos Despertar de la Hydra (La Caída, 2017) y es parte de la antología Wiwasapa (2017) junto con poetas latinoamericanos y españoles.

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