Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

Tres cuadros desplazados

Por: Fernando Falconí (Falco)

Carlos Colombo, immigration lawyer, imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras.

I

No, abogado Carlos Colombo. No estoy interesado en una residencia permanente en los Estados Unidos. No me interesan ni las políticas del presidente Biden, ni obtener mi green(go) card, ni la EB-2 por interés nacional —a pesar de que tengo posgrado— y, sobre todo, no me alcanza el sueldo en Ecuador para mantenerme y mantener una familia.

Seguro sabe (lo marcan estudios estadísticos) que entre treinta y cincuenta por ciento de la población latinoamericana emigraría de nuestros países, si pudiera. Sabrá también que actualmente la población ecuatoriana está entre la población latina (no hispana) que más se desgarra y destierra hacia Estados Unidos. Por ejemplo, a pie, cruzando el desierto entre México y el gabacho, o atravesando el Darién para llegar a Costa Rica, o trepados en La Bestia, el tren de la muerte que viaja abarrotado de latinoamericanos y latinoamericanas.  

Son muchas las formas por las que intentamos llegar a esa tierra prometida en la cima del mundo, desde donde usted —en impecable traje— se graba para aparecer en YouTube, cada media hora, y vendernos el sueño de una visa permanente. Entonces, voraz irrumpe en los videos de todos quienes no tenemos premium —los que pueden pagarlo no necesitarán salir del país—.

La gente aquí ya no cree en nada ni en nadie. Miles solo habitan la zozobra, empacan su esperanza, dirigen su mirada a la estrella del norte, se abrazan a la suerte y prometen ir a volver.

Pero también se mueren, nos morimos en el camino; somos traficados; se viola a las mujeres; se roba a las niñas y niños; se asalta y extorsiona. También hay malos tratos —se llegue o no al destino soñado—, por nuestra condición de inmigrantes. O nos devuelven acá, apenas llegamos allá, entonces, regresamos aún más endeudados. O, simplemente, desaparecemos.

Carlos Colombo, immigration lawyer, son buenos tiempos para sus arcas; pero, para Ecuador, son tiempos de sombra y desarraigo. Ha vuelto el ‘sino’ de la carestía y desbandada. Ya no solo somos una fosa común, ahora, también, una línea desimaginada.

II

A los diecisiete salí de casa, fui a vivir a Arizona. Por eso, supe también lo que es ser latino, «espalda mojada», «wetback» en USA. El masterado lo hice en Madrid. Supe también lo que es ser ecuatoriano, «sudaca» en España. Después fui a vivir a Quito y, además, supe lo que es ser morlaco, «provinciano» en la capital. Hace cinco años fui a vivir a México. Incluso, siendo de Latinoamérica, mucha gente en ese gran país no ubicaba dónde queda Ecuador.

El viaje, la movilidad, el desarraigo, el dejar la familia, los panas, lo construido… y empezar de nuevo, en otro lugar —algo que nos ha tocado a millones de ecuatorianas y ecuatorianos, a millones de ciudadanos y ciudadanas del mundo— ha sido parte de mi vida. Pero mi situación fue distinta, yo no era parte de una crisis humanitaria, yo no salí de mi país porque ya no tenía qué comer o qué darles de comer a mis descendientes, yo no tuve que permanecer acampando en terminales o vivir la incertidumbre diaria de no tener nada o de estar cada vez más cercado por restricciones para entrar a otro país, aunque ese sea también de la demagógicamente llamada «Patria Grande».

En todos los países y ciudades donde he estado, he conocido gente maravillosa, del mismo lugar y de afuera. Muchos de mis mejores amigos en ese tiempo (o hasta ahora) no eran de esa ciudad, ni siquiera del país. Recuerdo que en Madrid compartía piso en Lavapiés. Edith se llamaba ella, era venezolana, de Caracas, y vivía en el mismo edificio con su pareja brasileña. Las dos encantadoras. Edith venía huyendo de un régimen político. Fuimos vecinos y panas. Cuando terminé el posgrado y beca, me había enamorado de Madrid, así que me quedé medio año más como indocumentado, pues mi visa de estudiante expiró. Hice los trabajos que podía hacer un «ilegal» en ese entonces: repartir periódicos a la salida del metro; vender planes de estudio por teléfono; pescar suscriptores en la calle, para fundaciones altruistas; ser albañil en la construcción de edificios. Nos explotaban, justamente porque no estábamos regularizados. A Edith eso le jodía y, por su cuenta, me ayudó a conseguir trabajo en la agencia de mudanzas donde laboraba, lo que me permitió mantenerme allá hasta que decidí volver.

Recuerdo que con ella bromeábamos, diciendo que teníamos la misma bandera, «salvo por esos adornos [el escudo y las estrellas] que se les ocurre poner a los políticos para separarnos». Eso me dijo alguna vez que comparamos nuestras telas tricolores. Cuando estaba por volverme a Ecuador y fui a despedirme, ella cortó una estrella y me la dio. Yo en su lugar le dejé el cóndor, pues me había contado que la bandera de Venezuela alguna vez lo tuvo. Años después perdimos el contacto, pero aún me queda una bandera ecuatoriana con una estrella como parche y gratitud hacia esa mujer, en cualquier lugar donde esté ahora.

Cuántos de nosotros o de nuestras familias somos o fuimos emigrantes e inmigrantes. Cuántas veces más nos tocará serlo. Somos raíces, sí, pero también somos semillas que nos sembramos y florecemos en diferentes territorios, a lo largo y ancho del mundo. Tenemos derecho a ser de donde queramos y podamos. Un país es también de los que quieren vivir y superarse en él. Y la grandeza es justamente acoger al vulnerable, al necesitado, más allá de nuestras propias crisis y necesidades, como individuos y como sociedad.

Menos xenofobia y más memoria.

III

Según la Organización de las Naciones Unidas, en lo que va del 2023, la cantidad de personas que han cruzado la selva del Darién, ubicada entre Colombia y Panamá, ha sobrepasado cualquier registro que se tuviera en la historia (Ramírez Vargas, 2023, s.p.). En un solo día pueden llegar a cruzar hasta 2800 personas (Díaz y Ramírez Vargas, 2023, s.p.). Como es sabido muchos migrantes y refugiados han transitado el peligroso camino y vivido abusos a los derechos humanos. El 21% son niños, niñas y adolescentes de los que «aproximadamente el 51% son infantes de cinco años o menos» (Primicias, 2023. s.p.). Además, de acuerdo a un reporte emitido en julio del 2023 por el Gobierno de Panamá, la ecuatoriana se convirtió en la segunda nacionalidad que más cruza el Darién, después de la venezolana, la cual lleva un porcentaje mayor al 50% (ibidem).

Tengo un primo azuayo, se llama Diego. A los cuarenta y nueve años, cuando inició la pandemia, perdió su trabajo. Se aprovecharon de la mala época y lo echaron sin liquidación ni beneficios de ley. Él intentó ubicarse en algo similar, pero por su edad, no lo volvieron a contratar en ningún lado. Entonces, decidió ponerse un negocio propio: jugos y batidos naturales. Contrató a Yesenia, una chica venezolana que tenía la mitad de su edad, para que atendiera el local. Sin embargo, los jugos no se vendían: la gente prefería cubrir otras necesidades. Diego tuvo que cerrar el negocio. Estuvo como un año sin encontrar nada, viviendo bajo el signo de la desesperación.

Hace pocos meses decidió «cruzar la chacra» hasta Estados Unidos. La semana anterior me encontré en la calle con su hijo, me dijo que mi primo aún no llegaba a ese país, pero que, al tercer día de caminar desde Panamá, se había encontrado en la selva con la chica de Venezuela que antes había trabajado para él… Ambos cruzaban la misma ruta hacia el norte. Hablando con su hijo, desde una llamada remota, Diego le había dicho:

Mijo, al menos yo no estoy con una niña de seis años caminando día y noche [se refería a la hija de Yesenia]. O no corro el riesgo, como ella y su nena, de que cualquier rato me violen. No importan nuestras nacionalidades, finalmente, acá todos somos del sur del mundo, un sur no solo geográfico, sino del desamparo. Y pareciera que, por las condiciones del trayecto, nuestra vida no vale nada.

Eso fue lo que me comentó que alcanzó a decirle Diego, antes de que se cortara la llamada.

Miles de personas de Venezuela han llegado y llegarán a Ecuador, de paso o para hacer vida. Sin embargo, últimamente, cientos de migrantes de Ecuador y Venezuela se encuentran en las rutas para llegar a Norteamérica. Es en esos duros transitares donde también conviven y se apoyan. Es ahí donde se encuentra que la precariedad y la situación de vulnerabilidad, por un lado, más la voluntad y el coraje, por otro, también nos están hermanando, más allá de discursos patrios, nacionalistas e, incluso, bolivarianos. En estos encuentros casuales y causales la experiencia traspasa prejuicios sociales, en contra de la diferencia, de la extranjería y de la movilidad humana que ocurre desde y para cualquier país.

Y es que las crisis, la pobreza, el desempleo y la incertidumbre configuran también una noción menos progresista, pero muy real y dramática de esa «Patria Grande»: una que se desplaza y que transita, ha transitado y transitará. En esta comunidad fluctuante, sin Estado ni territorio único, sin estabilidad integral ni garantías de bienestar para cada quien y nuestras familias, en esa comunidad se movilizan las personas, desde nuestros países latinoamericanos, entre los que históricamente se ha destacado el Ecuador.

Además, es desde ahí desde donde también se construyen tejidos de humanidad, de solidaridad, de empatía, de minga, cual estados transestados, transfronterizos, de transnacionalidades resistentes y resilientes que se cobijan por una bandera hecha con todas las banderas de origen, más las que aspiremos o las que nos toquen.

Todo ocurre gracias a un desborde material, inmaterial y humano que desarma muros para, con esos bloques, construir puentes y refugios. Gracias a un tejido vivo, a un colectivo de libertades, dignidades y esperanzas.

Y, mientras el estado de incertidumbre y terror que vive nuestro país desalienta y expulsa a más compatriotas, desde esa última llamada a su hijo, no hemos vuelto a saber nada de mi primo. Ha pasado un mes. Desde hace dos semanas, publicamos su foto en redes, lo buscamos en las noticias a diario. Su hijo, cada noche, pone el celular conectado bajo la almohada. Ayer hablé con el muchacho, me dijo que, si no sabe nada de Diego hasta el fin de octubre, en noviembre tomará la misma ruta que él. Su madre, trémula, dice que no quiere perder a ambos. El corazón, también es una diáspora.

Referencias bibliográficas

Díaz, J., & Ramírez Vargas, S. (s. f.). Alarma en Colombia por alto flujo de migrantes que buscan llegar a Panamá por el Darién. La Voz de América. https://www.vozdeamerica.com/a/colombia-alerta-llegada-migrantes-cafetera-darien/7247762.html

Ramírez Vargas, S. (2023, septiembre 6). Número sin precedentes de migrantes ha cruzado el Darién este año en camino a EEUU: ONU. La Voz de América. https://www.vozdeamerica.com/a/numero-sin-precendentes-migrantes-cruzado-darien-camino-eeuu/7256832.html

Redacción Primicias. (2023, julio 30). Ecuatorianos son la segunda nacionalidad que atraviesa el Darién. Primicias. https://www.primicias.ec/noticias/sociedad/migrantes-ecuatorianos-darien-record/

Fernando Falconí. Es un artista transdisciplinar, gestor cultural, docente universitario y artivista. Actualmente es doctorando en Artes en la Universidad de Guanajuato, México. Además, es máster en Arte y Nuevas Tecnologías por la Universidad Europea de Madrid, España, y licenciado en Artes Visuales por la Universidad de Cuenca, Ecuador. Tiene reconocimientos nacionales e internacionales en arte contemporáneo, artes visuales, performance art, y arte y contexto social. También ha expuesto dentro y fuera del Ecuador y ha trabajado como director académico de la carrera de Artes Contemporáneas de la USFQ. Desde el 2000, ha coordinado diversos proyectos y plataformas artísticas y culturales, a nivel nacional e internacional.

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