La invención de las especies: «sobrevivir a través de la palabra»
Por: Rosalía Vázquez Moreno
Tania Hermida, guionista y directora, y Ana María Carrión, protagonista de La invención de las especies (2024) en el puente Vivas nos queremos. Fotografía de Jaime Villavicencio.
No es una sorpresa que La invención de las especies (2024), el tercer largometraje de la guionista y directora ecuatoriana Tania Hermida, se valga de metáforas y otros recursos y referencias literarias. A lo largo del filme, existe un evidente rastro de las lecturas vitales de su autora. Desde decisiones estéticas como incluir una voz en off que narra, hasta las innumerables citas a clásicos que se cuelan en los parlamentos de los personajes; la cineasta cuencana presenta un juego intertextual que, en un primer visionado, podría resultar ajeno al lenguaje propio de la cinematografía, pero que está sustentado en una cuestión fundamentalmente humana: la necesidad de estirar los límites de la expresión para sobrevivir.
En su estreno más reciente, Tania nos presenta a Carla (Isla), una niña de doce años que ha viajado a Galápagos con su padre para sobrellevar la muerte de su hermano mayor. Hay una escena fundamental en la que (no spoilers) se habla sobre la inexistencia de una palabra que describa a quienes han perdido a un hermano. Es este vacío en la expresión el que obliga a Carla, a quien el silencio de esa ausencia ha transformado en una isla, a buscar en las palabras de Harriet, Darwin y Wiki, las herramientas léxicas y vitales para navegar su propia tristeza.
La invención de las especies es una película sobre la soledad en el duelo, pero también sobre el poder de la amistad y de la palabra para empoderarnos y transformarnos. Por eso, cuando nos juntamos con Tania Hermida y Ana María Carrión, quien interpretó a la protagonista, quisimos hablar de los libros que alimentan el guion y su rol en el entramado narrativo que configura la historia de Carla o Isla.
Esta película tiene una relación muy evidente con la literatura. ¿De qué libros se alimenta este guion?
T: Para mí, escribir es una forma de citar, por eso, casi todo el guion dialoga con otros textos, sobre todo, con El origen de las especies, el Génesis y Las mil y una noches. Por ejemplo, el primero aparece en el título de la película; el segundo en el hecho de que la historia ocurre en siete días; el tercero fue muy importante en la construcción de Harriet, porque presenta un personaje femenino que demuestra que, como seres de lenguaje, podemos sobrevivir a través de la palabra y podemos seducir a otro al contarle el mundo.
Luego, en la película, hay algunas citas literales a El mito de Sísifo, Esperando a Godot y Cien años de soledad. La primera tiene que ver con entender la vida humana como un esfuerzo cotidiano —que puede ser físico, psíquico o espiritual— de sostener el sentido de la vida. La segunda cita aparece cuando Harriet compara a Darwin y sus amigos con los personajes que esperan a Godot. La tercera se presenta cuando la narradora dice: «Muchos años después, frente a un cuaderno vacío, Carla recordó la tarde en la que Darwin le llevó a conocer Alemania», ese es el primer párrafo de Cien años de soledad reinterpretado.
Darwin y sus amigos esperan en el mirador. Fotograma de La invención de las especies (Tania Hermida, 2024). Cortesía de Tania Hermida.
Quiero decirle, sobre todo, a la gente más joven, que escribir, en cierto modo, siempre es citar. La inspiración creadora, en ningún caso, es una experiencia individual en donde las ideas le llegan al elegido o elegida. No, la creación se teje necesariamente a partir de lo que hemos conocido, de lo que hemos leído, de lo que nos han contado, de las películas que hemos visto; esa es la materia prima con la que creamos, no hay otra forma. Toda pieza de creación es parte de un tejido mucho más amplio.
Este largometraje se desarrolla en torno al silencio y la capacidad de crear a través de la acción de nombrar, cuéntanos más sobre esto, ¿qué te motivó a interesarte sobre esta temática?
T: Cuando estaba escribiendo el guion, llegó a mis manos Lo que no tiene nombre. En este libro, Piedad Bonnett escribe con lucidez y sensibilidad sobre su hijo. Desde el principio, dice que existe la palabra huérfano para los hijos que pierden a sus padres, pero que no hay una palabra para los padres que han perdido a sus hijos. Mientras leía, pensé que tampoco hay un nombre para las personas que han perdido a un hermano o hermana y, sin embargo, han vivido una experiencia que transforma su vida.
En el estreno de La invención de las especies (2024), dijiste que este filme es parte de una trilogía que incluye Qué tan lejos (2006) y En el nombre de la hija (2011). ¿Qué tienen en común Tristeza, Manuela e Isla?
T: Cuando escribí Qué tan lejos no tenía en mente hacer una trilogía, cuando filmé En el nombre de la hija no estaba consciente de que esa película tenía muchos elementos de la anterior. Cuando fui a las Galápagos, para filmar La invención de las especies, pensé: «Ahora sí, esto es completamente distinto». Fue recién en la sala de montaje cuando empecé a identificar que, por distintas que sean estas historias y sus entornos, hay elementos significativos que se repiten.
Tristeza, Manuela e Isla son personajes que hacen un viaje de crecimiento y mutación que se relaciona con procesos de empoderamiento a través de la palabra. Estas protagonistas, al darse un nombre propio, transitan su viaje con una identidad específica. Además, tienen contacto con una amiga, amigo o amigos con quienes forjan un vínculo, aunque parezcan personas completamente distintas que chocan con ellas. En mis tres películas, la amistad es la relación más importante del viaje de las protagonistas y aparece como un lazo por el que dos personas desconectadas, desconocidas y alejadas tejen una travesía común, un acompañamiento de lo que la otra está viviendo, un abrazo que sostiene un proceso de crisis.
Además, para Tristeza, Manuela e Isla llega un momento, cuando parece que han perdido todo el sentido de su vida y de sí mismas, en el que aparece un mentor, que lo interpreta siempre Pancho Aguirre. Este es un personaje arquetípico en la dramaturgia —el loco, el mago, el brujo— que trae las herramientas simbólicas: el cofre con las cenizas de la abuela, la caja misteriosa que no se debe abrir nunca y, en La invención de las especies, una botella con un mensaje adentro. Estos elementos encarnan un objeto vacío al que solo nosotros le podemos dar un significado que nos permita apropiarnos de él y transitar ese momento. En ese sentido, por supuesto, en las tres películas, los libros juegan un rol muy importante.
Tania Hermida y Ana María Carrión en el puente Vivas nos queremos. Fotografía de Jaime Villavicencio.
Ana María, cuéntanos más sobre Isla, ¿cómo te acercaste a su vivencia con el duelo?
AM: Fui conociendo a Isla, poco a poco. Ella es reservada y yo soy bastante diferente en la vida real. Al inicio, ella no muestra su personalidad, porque está de duelo, pero, conforme va avanzando la película, descubrimos cómo es adentro, cómo es su alma. Yo practiqué cómo representar la tristeza según la situación que aparece en la película. Nunca había pasado un duelo, pero me ayudó bastante no recordar algo que me haya pasado, sino intentar entender lo que Isla podía estar sintiendo y, así, con la cara y con todos los recursos corporales, intenté llegar a esa emoción.
No voy a hacer ningún spoiler, pero, en la película, se ve cómo Isla sale de la tristeza. Yo creo que siempre se puede salir de los momentos malos. Si alguien está pasando por un momento así, es bueno saber que hay apoyo y que se pueden expresar las cosas.
La invención de las especies se rodó en 2020, durante la pandemia. Quisiéramos saber sobre la experiencia de rodar en este tiempo.
AM: Primero, el casting fue diferente. Empezamos por mandar un video, luego, dimos una entrevista en línea y, así, poco a poco, avanzaron las etapas, hasta que, al fin, llegamos al contacto presencial. Como el casting también recibía a gente que no tenía experiencia, hubo un minitaller en el que nos dieron una introducción a la actuación y al cine. Esa fue una oportunidad para aprender que nos ayudó a trabajar en los ensayos. Esa parte me encantó, porque pude meterme en el personaje y leer en el guion cómo era Isla. Me emocioné, porque me di cuenta de que me gusta mucho actuar.
Además, gracias al rodaje pudimos ir a Galápagos y salir del confinamiento, pero el hecho de estar con mascarilla y tener en cuenta todas las precauciones fue difícil. Siempre había que andar con mucho cuidado, pero, al final, fue una experiencia increíble.
T: En las tres experiencias de creación más fuertes que he tenido, que son mis tres largos, he visto que cuando una produce suceden cosas muy duras e inexplicables que, de alguna manera, están en sincronía con lo que una estaba pensando y escribiendo. En el caso particular de La invención de las especies, me demoré bastante en terminar el guion, pero, cuando ya lo tuve listo y obtuve la ayuda para producir, llegó la pandemia. Nuestra reacción inicial fue decir: «Postergamos», porque parecía imposible rodar en esas circunstancias. Sin embargo, luego pude ver que había una sincronía entre esta historia de aislamiento con el aislamiento obligado al que nos llevó el covid, pensé que, de alguna forma, debía aprovechar esa experiencia, hasta cierto punto traumática, para volcarla a la creación. Esa fue una de las razones que me llevaron a lanzarme a la locura de filmar en pandemia. Pensé: «Esto hay que abrazarlo y aprovecharlo».
Estar más aislados de lo normal fue una experiencia de aprendizaje extremadamente fuerte, porque en Galápagos solo estábamos los isleños y nosotros, casi no había turistas.
Fotograma de La invención de las especies (Tania Hermida, 2024). Cortesía de Tania Hermida.
Este filme tiene un ritmo más lento, es más contemplativo, ¿qué les dirías a las audiencias que suelen apartarse de este tipo de cine, por estar acostumbradas al ritmo de los filmes de género o de industrias más comerciales como Hollywood?
T: Ver esta película es una invitación a 91 minutos de pausa, de entrar a otra forma de estar en el mundo, de contemplar otro espacio y de meterse en otra temporalidad. Fíjate, la palabra diversión viene justamente del latín divertĕre, que significa ‘llevar por varios lados’. Las cosas van en un sentido y, durante el tiempo que dura un espectáculo, van en otro. Estamos acostumbrados a que todo ocurra a un ritmo tan frenético que no nos permite prestar atención. Por el contrario, esta película nos obliga a poner atención, a mirar hasta el más pequeño detalle, a vivir otra experiencia, a irse y aislarse. Esa es la invitación, la apuesta.
La actuación de Pancho Aguirre es una constante en tus guiones, Tania. Cuando creas un personaje, ¿sabes que debe ser Pancho quien lo encarne?
T: El guion de mi primera película lo escribí pensando en Pancho, pero, como era mi primera experiencia, creí que tenía que hacer un casting, pensé: «Debo ver otros actores, no puedo obsesionarme con uno». Cuando vi a otros, confirmé que Pancho era Jesús. Para mi segunda película ya no hice casting, tenía muy claro que Pancho era el personaje. Cuando empecé a trabajar en La invención de las especies, hice un casting para actrices. Se presentaron varias, todas muy buenas, pero ninguna daba el personaje, yo nunca terminaba de ver a Harriet. Entonces, un colaborador creativo, que es mi sobrino Martín Durán, un arquitecto muy cinéfilo, me llamó y me dijo: «Tía, Pancho es Harriet. Tiene que ser él». Yo le respondí: «No, esta vez es una mujer vieja y eso es algo que no puedo cambiar, porque es medio bruja». Entonces, Martín me dijo: «Tía, Pancho puede interpretar perfectamente a esa vieja bruja». Para mí, ese fue uno de esos momentos eureka, porque, igual que con el tema de la pandemia, me di cuenta de que tenía sentido que Pancho fuese Harriet, porque esta película habla de transformación y reinvención. El personaje encarna todo eso, porque es una mujer trans; se trata de alguien tan entera, tan sólida, tan consistente que representa la invención de una misma. Todo encajó perfectamente; al final, una va encontrando cosas cuando crea.
Pancho Aguirre interpretando a Jesús (Qué tan lejos, 2006), al tío Felipe (En el nombre de la hija, 2011) y a Harriet (La invención de las especies, 2024). Fotogramas cortesía de Tania Hermida.
¿Qué directores (o artistas) te inspiran y cómo han influido en tu trabajo?
T: Hay ciertos maestros que están en la base de mi quehacer. Tarkovski, el cineasta ruso, fue y sigue siendo uno de esos maestros. Hay una escena en Andréi Rubliov (1966) que me conmueve, porque ilustra lo que siento cada vez que termino de hacer una película. En este filme, aparece un niño que, durante la guerra, se queda huérfano y absolutamente solo en un pueblo. Cuando llegan los soldados, él les pide no le maten, porque es el hijo del campanero. Les dice: «Si ustedes me mantienen vivo, yo les puedo ayudar a fundir una campana». Entonces, el niño dirige una fundición con miles de personas y, cuando finalmente se pone a prueba la campana y suena, el niño se pone a llorar a mares y confiesa que no sabía la fórmula de la fundición. Cuando una termina de hacer una película y ve que nació viva, la sensación es la misma, porque, en realidad, una no sabía cómo hacerla y no sabe nunca cómo la hizo. Por eso, esa escena es fundante para mí y va a vivir conmigo toda la vida.
Nikolái Burliáyev interpretando a Boriska. Fotograma de Andréi Rubliov (Andréi Tarkovski, 1966). Imagen libre de derechos. Cortesía.
De los estrenos recientes del cine nacional, ¿qué película recomendarías a nuestros lectores y por qué?
T: Yo quiero recomendar que entren a Cholo+, una plataforma donde está disponible casi el 100 % del cine ecuatoriano que se ha hecho en los últimos 20 años. Ahí pueden ver mis películas anteriores y también documentales que, a mi parecer, son los más importantes del cine nacional, entre ellos, Con mi corazón en Yambo (2011), que es uno de los pilares fundamentales de la historia de este país.
Tania Hermida, directora y guionista de La invención de las especies (2024) en el puente Vivas nos queremos. Fotografía de Jaime Villavicencio.
En el estreno de tu última película, hablaste de la importancia de las políticas públicas para sostener y dar continuidad al desarrollo del cine nacional, ¿qué rol ha tenido para tu trabajo el acceso a los fondos públicos?
T: Me gustaría subrayar que yo no hablo en primera persona cuando hablo de la importancia de la política pública. Mi segunda y tercera película se han producido con fondos concursables del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador, del Instituto de Cine y Creación Audiovisual y del Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación, que son una institución pública que ha ido cambiando de nombre y cuyo objetivo es fomentar la producción audiovisual nacional. También he contado con fondos del Programa Ibermedia, que también se derivan de la existencia de una autoridad cinematográfica que firma un convenio iberoamericano.
Qué tan lejos la hice antes de que exista la Ley de Fomento del Cine Nacional y fue titánico conseguir los apoyos. En el 2006, cuando estrené la película, me parece que también se presentaron otros 2 o 3 largometrajes. Por el contrario, en el 2017, en las salas se estrenaron 17 o 18 largometrajes nacionales. Esto no es una opinión, es un dato que demuestra que, cuando hay una política pública de fomento, la cinematografía de una nación crece, no cada película, como una plantita en el desierto, sino que se desarrolla una cinematografía nacional que se parece a un bosque que nos da oxígeno. Ahora mismo, el fomento está consagrado como política pública en la Ley Orgánica de Cultura y por ello existe un Fondo de Fomento de las Artes que no se puede usar para otra cosa. Si no fuera por esta política, en estos años de crisis, lo primero que se hubiese desfinanciado es la cultura y el fomento a las artes.
A pesar de las demoras y con excesiva burocracia, el fondo sigue convocando a concursos. Nosotros, como ciudadanos —no solamente como cineastas o artistas—, tenemos que defender a capa y espada lo que hemos logrado como país: que esta política pública esté en una ley orgánica, que siempre puede ser mejorada, pero que en ningún momento puede ser desconocida. La tendencia de los últimos gobiernos ha sido creer que, si se desfinancia lo público, lo privado va a abastecer, pero pensar así es letal para los procesos de creación. Creo que tenemos que involucrarnos. En los últimos años, ha habido una desmovilización del sector y eso es muy peligroso, porque nos hace frágiles y ya la historia ha demostrado que los avances en derechos no siempre garantizan su continuidad, hay retrocesos. Actualmente, atravesamos un retroceso, entonces es muy importante estar agremiados, organizados y asociados, para poder dar la batalla cuando haga falta sostener lo que hemos conseguido.
¿Hay algo que no les haya preguntado y quieran decirles a nuestros lectores?
AM: Si van a ver la película, vayan muy atentos, con los ojos abiertos. Busquen cada detalle y cada cosa que se pueda, para que les cambie un poquito.
T: Ha sido muy gratificante ver que se volvieron a presentar Qué tan lejos y En el nombre de la hija en cartelera. Al verlas otra vez, vi otras películas. Mi recomendación siempre es que vean las películas más de una vez, porque hay mucho ahí, hay muchas capas y vale la pena darse la oportunidad de dejarse tocar por todas esas fibras.
Jean Carlo Cabrera, Ana María Carrión y Gabriel Saltos en La invención de las especies (Tania Hermida, 2024). Fotograma cortesía de Tania Herminda.
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El 27 de abril de 2024, La invención de las especies recibió el Sloan Science on Screen Award, en el marco de su estreno en el Festival Internacional de Cine de San Francisco (SFFILM), por su fidelidad al retratar la ciencia en una historia de ficción. Sin embargo, más allá de los magistrales panoramas que Tania presenta de las Islas Galápagos —esta película es, sin duda, su logro visual más contundente— o de la precisión de los parlamentos sobre Charles Darwin o de las crónicas históricas que narra Harriet; esta película cuenta un acontecimiento personal, profundamente cotidiano y trascendental. La muerte atraviesa nuestra vida, por eso, son necesarias las narraciones que, afuera del terreno de la autoayuda, exploren o intenten nombrar las ausencias que quedan en las familias y personas que, a fuerza de romperse, se han transformado. Este filme propone una mirada que no solo se interesa en retratar el dolor, sino en mostrar el afán de sobrevivir incluso a eso que arrasa con nuestra identidad. No olvidemos que, como dice Wiki y como lo hemos visto una y otra vez en las islas, «Hay vida después de la extinción».
Rosalía Vázquez Moreno (Cuenca, 1991). Es escritora, editora y lectora. Sus textos han sido incluidos en Apenas memoria. Cuentos de transición (España, 2020), 100 mujeres de nuestra historia, Ecuador (2020), El diablo verde (2023). También ha escrito para Inhaus, Salud a la esponja, la Gaceta Cultural República Sur y L’escalier Magazine. En 2023 publicó Sobre cómo hacer y deshacer una maleta, poemario con el que ganó la Convocatoria Abierta para Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay de ese mismo año. Actualmente edita la Revista Digital Monda & Lironda. Es máster en Escritura Creativa (Universidad Complutense de Madrid) y licenciada en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales (Universidad de Cuenca). Le entusiasma la fotografía y el rock ecuatoriano.