Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 25

MARZO 2025 | CUENCA, ECUADOR

Samantha Jones: bendito sea el placer que nos libera

Por: Sofía Méndez

 

Samantha Jones, interpretada por Kim Cattrall. Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.

Recuerdo que descubrí Sex and the City por un video de TikTok. La primera vez que la vi, me sentí tan incómoda con las apariciones de Samantha. Detestaba sus escenas con amantes desconocidos y luego olvidados en cada capítulo, odiaba los consejos que le daba a Charlotte, la manera en la que coqueteaba con los hombres, su incapacidad de sentir culpa… la consideraba un personaje plano y frívolo. Claramente, mis juicios sobre ella estaban fuertemente abrazados a las ideas tradicionales con las que me crie y, aunque ya yo era feminista y crítica ante el sexo, la sexualidad y el placer, me sentía como una señora conservadora mirando porno.

Redescubrir y resignificar a Samantha Jones me tomó tiempo, pero, sobre todo, me permitió comprender que ella es un símbolo de sexualidad libre y sin barreras. Con el pasar de los episodios, me quitó esa idea de que el sexo debía ser un acto meramente romántico que compartiría únicamente con el hombre que me llevara de blanco al altar. Pero antes de seguir, un poco de contexto: esta es una serie, situada en la Nueva York de finales de los noventa. Me resulta curioso que, a pesar de que tiene más de veinte años, aborda temas que aún, en nuestra realidad inmediata, son controversiales: actualmente el sexo sigue siendo un tabú, el aborto se mantiene en el debate moral y nos es muy complejo extrapolarlo al de la salud pública (pese a los enormes avances que hemos conseguido desde los feminismos), el sexo sin vínculos afectivos aún es muy mal visto en nuestra ciudad curuchupa y conservadora, la libertad y emancipación femenina todavía se entienden como un problema («¿Cómo así que no quieres casarte ni tener hijos, guambra machona?»).

Así también, Sex and the City no es del todo ficción, está basada en la vida real. Candace Bushnell, la autora del libro del que se adaptó esta serie, se inspiró en su grupo de amigas y nos narra la cotidianidad de cuatro mujeres, completamente opuestas unas de las otras. Carrie (la protagonista), por ejemplo, es la encarnación de una mujer sumergida en el amor romántico, es el ejemplo vivo de por qué esa frase «El amor todo lo puede y todo lo soporta» es una mentira patriarcal que la lleva siempre a los límites de su cordura… ¡todo por un hombre! Por otra parte, Charlotte es una princesita: dulce, tierna, mucho más recatada y tradicional que sus amigas (de hecho, tiene la regla de no acostarse con un hombre, sino hasta la tercera cita, así, no siente que el sexo es algo negativo o que es una mujer fácil). Charlotte es capaz de dejar su vida entera por conseguir una existencia de «ensueño» con el «amor de su vida»: busca casarse y tener una familia. Luego, nos encontramos con Miranda, ella es fuerte, decidida, exitosa en su trabajo y tiene miedo al compromiso. Es una abogada ejemplar, personifica lo que es ser una mujer económicamente libre. A diferencia de sus amigas, a ella le atraviesa la paradoja de ser guapa, exitosa y, por eso, «espantar» a los hombres. Y la última, pero no menos importante: Samantha. Preciosa, próspera, divertida, encantadora, segura de sí misma y sexualmente muy activa. No le preocupa tener una familia, como a Charlotte; no está atravesada por las idealizaciones del amor romántico, como Carrie; es igual de exitosa que Miranda, pero con la suficiente confianza como para saberse deseada.

De izquierda a derecha: Charlotte (Kristin Davis), Carrie (Sarah Jessica Parker), Miranda (Cynthia Nixon) y Samantha (Kim Cattrall) en el episodio once de la primera temporada (1998). Imagen de HBO.

Este personaje es visto como «Una mujer con el comportamiento de un hombre». Esto quiere decir, esencialmente, que ella nunca se inmutó al mirar a los varones como un objeto con los que complacer sus deseos sexuales, sin ningún compromiso. Así tal cual lo hacen muchos hombres, pero sin ser juzgados. Tampoco le molestó jamás hablar abiertamente de sus amantes con sus amigas o con ellos mismos. Ella no restringía su placer, de hecho, lo buscaba a toda costa. Esto no significa que carezca de sentimientos fuertes o vínculos sinceros. Con el paso de los episodios, nos encontramos en una situación en la que Samantha decide mantener una relación formal con un hombre conocido por ser mujeriego. Aunque ella es tan segura de sí misma, comienza a desconfiar de las mujeres que la rodean, piensa que en cualquier momento podrían convertirse en la amante de su ahora novio. Cuando se cansa de celarlo y perseguirlo, para evitar que la engañen, inicia una icónica ruptura que cierra con una frase que nos invita a analizar lo que somos capaces de hacer por nuestros vínculos afectivos: «Te amo, pero me amo más a mí». Así se libera. Cuando reflexiona con sus amigas al respecto, les explica que una persona que te ama y te prioriza, no te engaña, más bien, cuida de ti y de tu salud mental.

Por esto y mucho más, ella representa una ruptura fundamental en el arquetipo femenino tradicional que se presentaba en la televisión: no, no era frágil ni delicada ni sentimental, más bien, todo lo contrario. Este personaje lograba separar el romance del placer sexual y priorizarlo sin verse afectada por los juicios morales sobre su comportamiento. Es lo que se denominaría una bad bitch. En todos los capítulos desafía por completo el control patriarcal que se ejerce sobre nuestros cuerpos: reivindica el orgasmo femenino e insta a sus amigas a disfrutarlo también, rechaza la monogamia obligatoria, es clara al decirle a sus amantes que no busca compromisos, redefine el poder sexual al tomar la iniciativa y no sentirse como una «mala mujer» al hacerlo, negocia los términos de sus encuentros y pone límites claros, basados en sus estándares y necesidades.

Aunque muestra el goce femenino como algo normal, Samantha sabe bien que su libertad tiene un precio muy alto. Es alguien capaz de reconocer que su forma de vivir puede ser muy criticada, pero prioriza sus deseos sobre los prejuicios. En cierta ocasión, Charlotte les cuenta a sus amigas que su pareja la llama «puta» en la cama y que esto la incomoda. Luego, les pregunta: «¿Soy una puta?». Los dilemas morales de Charlotte se ven atravesados por su crianza, por sus valores más tradicionales, por la necesidad de saberse como una mujer que es wife material. Ante esto, Samantha le responde: «Por favor. Si tú eres una puta, ¿eso qué me hace a mí?».  Ella entiende muy bien que, sin importar con quién se acueste, no es una zorra ni una mujer fácil, es libre y, en su autodeterminación, se escoge y prioriza conscientemente todos los días.

De esta manera, nos lleva a un recorrido de la anatomía del placer: Samantha conoce bien su cuerpo, sabe lo que le gusta y se concede aprender otras formas de disfrutar. Se sale de la heteronorma que impone mantener relaciones únicamente con hombres, permitiéndose encuentros con mujeres. Es un personaje que no muestra culpa por gozar, confía en sí misma y escucha sus necesidades, sin que esto simbolice un problema. En muchas ocasiones, la vemos terminando con sus parejas porque ya no se siente escuchada ni satisfecha. Es tan humana como todas, reconoce sus límites, descubre sus tristezas, abraza sus logros y, sobre todo, explora cada vez más su libertad.

Descubrí que me incomodaba este personaje porque me molestaba pensar en las mujeres libres y que resignifican su sexualidad. Me resultaba más sencillo identificarme con Carrie o Charlotte, porque a mí se me enseñó que algún día sería una esposa y que, para que eso sucediera, mi amor rompería cualquier barrera y debería estar dispuesta a perdonar. Sex and the City llegó y rompió por completo estas ideas tan arraigadas que tenía sobre lo que es ser una «buena mujer». Me enseñó que la autodeterminación viene de la mano con todas las revoluciones y que yo soy la única dueña de mi cuerpo, que ninguna persona puede obligarme a vivir como yo no quiero. El fastidio que Samantha me causaba desapareció en el momento en el que le dijo a Carrie que las amigas no se juzgan, más bien, se abrazan y se comprenden. Pese a ser un personaje ficticio, ahora la siento cercana y real, tanto que en muchas ocasiones me he cuestionado: ¿qué haría en mi lugar? Así, tomo decisiones que me benefician y me hacen sentir cómoda conmigo misma.

El legado de Samantha no es únicamente la representación de una mujer sexualmente libre, sino la demostración de que el placer es una forma de revolución personal y colectiva. Ella nos recuerda que el disfrute es un derecho y que nuestra naturaleza multiorgásmica nos agradecerá inmensamente que nos descubramos y experimentemos mientras nos sintamos cómodas haciéndolo. El goce sin restricciones que encarna no se limita a una preferencia personal, sino a una declaración política, es una forma de gritar: las mujeres tenemos el derecho a vivir nuestro placer bajo nuestros propios términos, sin justificaciones, disculpas, ni desvalorizaciones.

Sofía Méndez Andrade (Azogues, Ecuador). Es comunicadora y artesana del verso autoproclamada (porque quiere evitarse el tedio de ser poeta). También es feminista y activista por los derechos de las mujeres. Ha publicado en antologías de poemas y cuentos, además, (a veces) es gestora cultural. Es fan de los clichés románticos, los cafés bien cargados y de cocinar cuando le aturde el mundo.

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