Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 24

febrero 2025 | CUENCA, ECUADOR

El concreto que nos aísla

Por: María Fernanda Abad Yánez

 

Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.

Nos hemos acostumbrado al concreto que nos rodea, este material parece ofrecer orden e inocuidad, pero también nos aísla y encapsula. Es un espejo de nuestra propia rigidez, cada capa sobre la tierra es como una escama sofocante que bloquea la respiración de un organismo vivo. Sin embargo, el hormigón es el producto más consumido en el planeta, después del agua, por eso crea una enorme demanda de arena, piedra y ripio. La explotación de materiales pétreos en la cuenca del río Jubones, en el cantón Santa Isabel, ilustra la tensión entre su demanda creciente —especialmente para el desarrollo urbano de Cuenca— y el impacto ecológico y social que esta actividad genera. La cuenca de ríos como este es un ejemplo tangible de un desarrollo que olvida lo esencial. Cada palada de tierra removida arranca fragmentos de un ecosistema que lucha por sobrevivir.

Imaginar un equilibrio entre desarrollo y conservación implica, como dice Farhad (2012), desentrañar el complejo entramado de un sistema socioecológico. Cada hebra cultural, política, social, económica o ecológica se entrelaza y forma un tejido que exige nuestra atención y compromiso. La responsabilidad de nutrirlo es nuestra, no solo de las políticas públicas o autoridades. La inacción, el mirar hacia otro lado es una decisión activa que debilita esta red y nos convierte en cómplices de su deterioro.

Un sistema socioecológico exige que comprendamos las interrelaciones, interacciones y retroalimentaciones que lo constituyen al unirse en múltiples dimensiones. Martín-López y Montes (2011) nos ofrecen una brújula para navegar este paisaje. Evaluar este sistema implica entrelazar tres dimensiones fundamentales: la biofísica, que abarca la capacidad de los ecosistemas para generar servicios; la sociocultural, que examina los valores y preferencias que orientan nuestra relación con estos; y la económica, que considera el valor monetario y el ideal de desarrollo.

En su dimensión biofísica, la sostenibilidad del río es frágil, ya que el ritmo de extracción supera su capacidad de regeneración. En la sociocultural, emerge un conflicto entre los habitantes locales que ven desaparecer sus playas y el acceso a agua limpia, esto, además de los mineros de áridos que extraen ganancias sin atender el impacto local. Desde el plano económico, el imaginario del progreso promueve y justifica este tipo de actividades, lo que perpetua una explotación que a menudo parece inevitable.

El uso de tanto hormigón en las ciudades es preocupante. Desde la dimensión biofísica, la impermeabilización del suelo impide la infiltración de agua y su superficie afecta el microclima urbano. Desde la sociocultural, la expansión del hormigón transforma la identidad y el tejido social de las ciudades al priorizar la funcionalidad sobre la habitabilidad. Desde la perspectiva económica, su uso está estrechamente ligado a la narrativa del progreso y desarrollo, lo que perpetua una explotación insostenible.

Nuestras interacciones con el entorno no son meras actividades económicas, son procesos de devenir, donde humanos y no humanos cocrean el paisaje y generan una malla viva de historias y materiales. Esto revela cómo, al ignorar estos valores interconectados, dejamos que nuestro entorno se vuelva una mercancía o —peor— una sombra de lo que debería ser.

Como cuencanos, celebramos la belleza de los ríos de nuestra ciudad, mientras ignoramos la erosión y el sufrimiento de los que están en zonas rurales. Este abandono, esta desconexión, entre lo urbano y lo rural, nos impide ver la interdependencia de ambos mundos. No se trata solo de conservar la naturaleza como algo externo o accesorio, sino de integrarla profundamente en nuestra vida cotidiana. Hemos tratado a la naturaleza como un recurso de explotación, arrancándole lo que necesitamos sin considerar que formamos parte de un mismo organismo, estamos unidos en un delicado equilibrio. La obsesión con el progreso lineal y la expansión incontrolada nos han llevado a una separación violenta entre lo humano y lo no humano. Esta es la brecha que necesitamos sanar.

 

En 2024, Cuenca sufrió la sequía hidrológica más prolongada desde que se tiene registro: 160 días. El estiaje generó los apagones que empezaron en abril y continuaron en octubre. Aquí se puede ver: (1) el río Tomebamba, en agosto, y (2) la vertiente que se desprende de la laguna de Llaviucu, en diciembre. Fotografías de Rosalía Vázquez Moreno, cortesía.

 

La verdadera armonía no se encuentra en elegir entre el gris del concreto o el verde de la naturaleza, sino en permitir que ambos convivan con respeto, que cada hilo que añadamos a este tapiz sea un reflejo de nuestra voluntad de habitar el mundo en equilibrio, de que cada ser encuentre dónde florecer y de que el entorno respire con nosotros, en reciprocidad. En cada uno de los espacios que compartimos, ya sea una montaña, un río o un humedal, reside la esencia de un sistema interconectado que nos nutre y reclama nuestra presencia y acción para mantenerse en armonía.

El antropólogo colombiano Arturo Escobar nos invita a rediseñar nuestras vidas y ciudades en consonancia con el pluriverso, en un mundo donde quepan muchos otros, humanos y no humanos. Tal compromiso sugiere un enfoque de diseño en el que las ciudades y espacios habitados celebren la coexistencia y la simbiosis, en lugar de la dominación y explotación. Dedicando esta perspectiva a nuestra relación con el entorno, Haraway (2020) nos propone repensar nuestros vínculos con la naturaleza y con los procesos de urbanización. Para esta autora, es vital generar un «parentesco» no solo con otros seres humanos, sino con todas las formas de vida. Esta propuesta implica un compromiso ético y relacional que reconozca que nuestras acciones tienen consecuencias profundas en múltiples seres y sistemas.

Es urgente que aboguemos por un diseño de ciudad donde los entornos naturales y las estructuras urbanas se entrelacen y refuercen mutuamente. Las ciudades no deberían limitarse a conservar fragmentos de naturaleza, sino florecer como hábitats diversos que sostengan a todos los seres. Así, la verdadera cuestión no es simplemente cómo conservar la naturaleza mientras desarrollamos nuestras ciudades, sino cómo podemos existir de tal modo que cada aspecto de nuestra vida urbana sea parte de un tejido vital y sostenible.

La disyuntiva entre desarrollo y conservación no debería ser una elección entre uno u otro, sino un acto de integrar ambos en un solo tapiz que permita que la ciudad prospere en armonía con la naturaleza. En lugar de construir muros de concreto que nos aíslen, es hora de levantar estructuras que respiren y vibren al ritmo de lo natural. Esta tarea de integración es tanto individual como colectiva y exige políticas que sostengan el equilibrio, pero también un sentido hondo de responsabilidad personal, en el que cada acto cotidiano sume vida al tejido compartido. Como Haraway sugiere, hay que «seguir con el problema» y aceptar la complejidad sin buscar respuestas rápidas.

En el fondo, el equilibrio entre desarrollo y conservación es una danza constante entre humanidad y naturaleza, en la que debemos encontrar nuestro ritmo y responsabilidad en la música de la vida. Al fin y al cabo, la verdadera sostenibilidad no es una meta estática, sino un proceso de cocreación en el que cada uno de nosotros contribuye con su hilo, en armonía y respeto con todos los demás.

Referencias y recomendaciones de lectura

Farhad, S. (2012). Los sistemas socio-ecológicos. Una aproximación conceptual y metodológica. XII Jornadas de economía crítica, 265-280.

Haraway, D. J. (2020). Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno (Vol. 1). Consonni.

Martín-López, B. y Montes, C. (2011). Los sistemas socioecológicos: entendiendo las relaciones entre la biodiversidad y el bienestar humano. Biodiversidad y servicios de los ecosistemas, 6(1), 444-465.

Mejía Barrera, C. A. (2014). Receptores de impactos: una mirada desde el extractivismo hacia las comunidades cercanas a los lugares donde se extraen agregados pétreos para la confección de concreto. http://bdigital.unal.edu.co/39644/1/98701292.2014.pdf

María Fernanda Abad Yánez. Tiene veinticuatro años, es cuencana, ecofeminista, posthumanista, escritora emergente y poeta desvariada. Se graduó en Antropología en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y obtuvo su maestría en Criminología y Ciencias Forenses en la Universidad Hemisferios. Se considera una todóloga que persigue preguntas, no respuestas. Actualmente, trabaja en temas de criminalización de los pueblos indígenas defensores de la naturaleza y colabora estrechamente con mujeres indígenas. Se ha permitido explorar y comprender el mundo interconectado que habita y que le habita.

Scroll al inicio