Ernesto Arbeláez: «La naturaleza es la única que nos puede ayudar a salir de esto»
Por: Rosalía Vázquez Moreno
Como persona, tu mayor problema son las demás personas
[…] ahora imagina que eres un río, un desierto o un oso polar
[…]. Tu mayor problema siguen siendo las personas. […]
Para muchas formas de vida, la humanidad es el apocalipsis.
John Green
Ernesto Arbeláez, director ejecutivo y de conservación de la Fundación y Bioparque Amaru, posa junto a un cuchucho. Fotografía de Trilogía Comunicación Integral, cortesía.
Desde el primero de noviembre de 2024, solo en Azuay, se reportaron 174 incendios forestales, en 14 cantones. Según nos cuenta Ernesto Arbeláez, biólogo, activista y director ejecutivo y de conservación de la Fundación y Bioparque Amaru, los incendios duraron hasta «veinte días y, aproximadamente, tres semanas, los más largos». El año pasado, en nuestro país, se quemaron 79 000 hectáreas de bosque —el doble del 2023—, además, se registraron a 5000 personas afectadas por las llamas y la muerte de 44 818 animales.
Aunque la mayoría vimos cómo nuestra cordillera ardía, en los videos, fotos, cifras y estadísticas que se suelen compartir en redes sociales, fueron pocos los que se arriesgaron a enfrentarse a la furia de las llamas que destruyeron el hogar de innumerables comunidades de animales, insectos y plantas que habitaban en los páramos del Parque Nacional Cajas y sus inmediaciones. Entre los voluntarios que ayudaron a apagar el fuego estaba Ernesto, quien, además, durante veintidós años ha trabajado con Amaru en la promoción del cuidado, conocimiento y protección de la naturaleza, y en la rehabilitación de la fauna silvestre y el monitoreo de especies amenazadas.
Resulta innegable que ya empezamos a experimentar las consecuencias del cambio climático. Muchos expertos nos han advertido que para mitigar la crisis debemos transformar radicalmente nuestros hábitos de consumo y desacelerar el crecimiento económico y la producción. ¿Podemos enfrentar el calentamiento sin incomodarnos?
No, debemos salir de nuestra zona de confort. Es muy importante que nos informemos sobre lo que genera polución, porque se deben disminuir las emanaciones de CO2, que son el principal causante del cambio climático y el calentamiento global. Por ejemplo, tenemos que promover el consumo de alimentos y productos de origen local y nacional. No pensamos en el efecto contaminante que tiene el hecho de transportar una caja de manzanas desde Chile o de cualquier cosa que pedimos en línea. Por el contrario, consumir lo local ayuda a mejorar la calidad de vida de nuestros vecinos, nuestro entorno y nuestra ciudad.
Si salimos al mundo natural, contemplémoslo y habitémoslo con respeto: no lo quememos ni contaminemos. Denunciemos la cacería y el tráfico ilegal de especies. Llevo años trabajando con fauna silvestre y cada vez se incrementa el número de animales que llegan a la Fundación Amaru. Es necesario que sepamos cuidar y convivir con los animales silvestres.
A nivel individual, tenemos que aprender y enseñar que existen otras formas de vida. Nos preocupamos por trabajar y producir, pero olvidamos que, para sobrevivir, debemos mantener una conexión armónica con la naturaleza. Vivimos desconectados del ambiente que nos sustenta y pensamos que la tecnología, las ciudades y el desarrollo son lo que nos sostiene, pero, cuando llega una sequía y ocasiona apagones como los que vivimos el año pasado, recordamos que, para poder trabajar, necesitamos que llueva y que haya páramos que absorban y retengan el agua.
¿Qué deberíamos exigirles a nuestros gobernantes en términos de políticas públicas y crisis climática?
Primero, que haya procesos más efectivos para hacer cumplir la ley. Ecuador tiene legislación clave para la protección del ambiente o cuidado de la naturaleza. Somos la primera nación del mundo en reconocer a los animales como sujetos de derechos. El problema es que no se aplica la ley. Cuando un tema ambiental llega a los jueces, hemos visto una actitud de: «Ay, qué pereza» o «Qué pena condenar a un traficante a cinco años de prisión, solo porque ha estado vendiendo un monito». Eso demuestra una falta de comprensión del trasfondo de la normativa y para lo que sirve. Si no logramos solucionar esto, vamos a seguir en el mismo bache que nos tiene igual de fregados con situaciones de corrupción y violencia.
La sanción es urgente, porque va a permitir cuidar lo poco que nos queda. Cuando digo que es poco, no estoy exagerando. El país en el que vivimos es pequeño y megadiverso, pero también es el que más especies amenazadas tiene en Latinoamérica y, por tanto, el que más conflictos tiene con la naturaleza. Es importantísimo que lo que queda sobreviva y, para eso, necesitamos leyes que lo protejan y sanciones efectivas para disminuir amenazas.
Por otro lado, hay que exigir que nuestros gobernantes propongan acciones de prevención que se proyecten a largo plazo. Necesitamos una labor efectiva de sensibilización con adultos, jóvenes, niños y con las comunidades; sobre todo, con las que están alrededor de las áreas protegidas. No debemos satanizarlas, porque viven en estas zonas o porque usan la biodiversidad. Es primordial que se destinen recursos, agenda, tiempo, asistencia y que se genere un trabajo conjunto y armónico para la conservación. Desafortunadamente, estas comunidades siguen olvidadas.
En el último debate presidencial (de enero de 2025), vimos que la mayoría de los candidatos hablaron de las políticas extractivistas como un camino ineludible para el desarrollo del Ecuador. ¿Qué deberíamos tener en cuenta a la hora de elegir a quienes les daremos nuestro voto en las próximas elecciones?
El tema del extractivismo es muy peligroso. Es necesario el desarrollo, no es que diga que no hay que extraer, pero debemos elegir a personas que estén a favor del uso moderado de los recursos naturales y, ojalá, prioricen las áreas claves de conservación que necesita el Ecuador. Se debe evaluar el valor ambiental y social de un sitio, sobre lo que se puede obtener de un proyecto minero, petrolero, etcétera.
Hoy en día, el gobierno quiere ignorar el mandato popular del 80 % de cuencanos que votó a favor de proteger nuestras áreas de recarga hídrica, de producción de agua y de vida. Lo mismo ocurre con el Yasuní, donde se ha continuado con la explotación del bloque 43, a pesar de que el 59 % de ecuatorianos votó a favor de la conservación de este Parque Nacional. Se está malentendiendo y subestimando el valor que realmente tienen esas áreas naturales. Debemos darle nuestro respaldo a las personas que piensen hasta diez veces si es necesario extraer y repiensen más cómo hacerlo bien, para causar el menor impacto y disminuir nuestra dependencia en la extracción.
Desde hace diez años, quieren sacar lo que hay en las zonas de recarga hídrica de nuestra provincia, por eso, preguntémonos: ¿qué ha pasado con los otros proyectos mineros que hay en las zonas del oeste del Azuay o en la Cordillera del Cóndor?, ¿se ha sentido realmente un cambio en nuestra calidad de vida después de su afectación?, ¿ha habido un desarrollo importante que nos permita entender qué resultados generan estos proyectos?
La verdad es que no ha habido un cambio que justifique el sacrificio que constituye borrar del mapa y dañar irremediablemente un área ambiental como el Cajas, que produce agua, o el Yasuní, la zona más megadiversa del planeta que, además, es un pulmón que está interconectado con los ciclos del agua que se genera en los Andes.
Nos hemos dado cuenta, con esta sequía, que estas áreas naturales tienen un impacto directo en nuestra vida. Por ejemplo, sin agua no hay luz y, sin luz, la industria se paraliza. Si no tenemos una Amazonía que nos mande humedad y agua, de nada sirven las hidroeléctricas. Estamos interconectados y, por eso, hay que pensar en todos los beneficios que resultan de conservar.
Después de todo lo ocurrido en 2024, a nivel nacional y mundial, es evidente que no estamos listos para enfrentar la crisis climática. ¿Qué importancia tiene la acción de los activistas en este contexto?
Es muy importante tener guardianes que alcen la voz y reclamen los derechos de la naturaleza. En este contexto, la comunicación es esencial. Si no podemos socializar el problema, si la gente no entiende que tenemos que prepararnos y disminuir la huella que generamos, como individuos, barrio, ciudad, país, industria, etcétera, no vamos a lograr, ya no salir, sino convivir con la crisis ambiental que ya está desencadenada.
Debemos considerar que es más fácil accionar en escalas pequeñas. Empecemos por trabajar casa dentro, en nuestros núcleos y como comunidad, urbana o rural, dentro de nuestra ciudad o provincia. Es fundamental que exista gente que se especialice en esta temática, que tenga datos actuales y claros que nos permitan educarnos. Esta es una problemática en desarrollo que se va a intensificar, por esto, es primordial entender cómo todo está interconectado: si hay megaincendios, tala y deforestación salvaje en la selva amazónica, los periodos de sequía van a ser más extremos. Es necesario prevenir la degradación de esa biorregión del planeta, porque regula el clima mundial. Lo que está en juego es el bienestar de todos. Por eso, tenemos que hermanarnos con esas otras biorregiones, para poder sostenernos y garantizar una mejor batalla ante la crisis.
En Azuay se quemaron alrededor de 15 835 hectáreas de bosque, según la Zonal 6 de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos. Aquí se puede ver el incendio ocurrido en el cantón azuayo Nabón, en septiembre de 2024. Fotografía de Froilán Salinas, coordinador de la SNGR, Zona 6, cortesía.
En 2024, solo en Ecuador, registramos espantosos récords: alcanzamos la temperatura más alta de los últimos treinta años; en dos ocasiones la central hidroeléctrica de Mazar llegó a su cuota más baja, lo que provocó cortes de luz; eso sin contar que duplicamos la cifra de hectáreas perdidas en incendios forestales. Ante este escenario, pareciera que no queda más que ver el mundo arder. ¿Qué podemos hacer para no perder la esperanza?
Debemos confiar en que la naturaleza es la mejor aliada que tenemos. Su capacidad de resiliencia y autodepuración es la única que nos puede ayudar a salir de esto. Ni la tecnología ni la industria ni todo el dinero van a poder sacarnos de esta crisis.
Sin embargo, hay que aplicar nuestra inteligencia y recursos para apoyar a la naturaleza, para que las zonas afectadas, como esas 79 000 hectáreas que se incendiaron, se logren restaurar y sanar. Tenemos que exigir a las autoridades que generen acciones de prevención, mitigación y restauración. No podemos quedarnos callados, pero también, participemos con nuestras acciones. Si cuidamos lo que tenemos, lo que sobrevive, seguro que el ambiente podrá renaturalizarse.
Por ejemplo, además de cambiar nuestros hábitos de consumo y polución, podemos promover que, en las ciudades, haya espacios con jardines no solamente ornamentales, fomentemos la restauración de un humedal o una quebrada, o que, en un balcón, se arme un jardín que le dedique espacio a las abejas, insectos, colibríes y pájaros. Hay que vivir en equilibrio con los seres silvestres y cuidar las mascotas adecuadamente. Por fortuna, en todo el país, se pueden tener espacios de interconexión con el mundo natural. Esa renaturalización es fundamental, porque está a nuestro alcance y es lo que nos hará tener esperanza.
En el Parque Nacional Cajas, se cuentan 1389 hectáreas de páramo hechas ceniza. ¿Cómo afectará el deterioro de nuestro parque nacional al abastecimiento de agua, de la ciudad y el país, y a los ciclos de los ecosistemas que nos rodean? ¿Qué pasaría si lo perdemos?
Yo estuve en la primera línea durante los incendios y vi cómo bosques que tenían siglos de existencia se acabaron para siempre. Se afectaron las fuentes de agua del Cajas, como parque nacional, pero también las de sus áreas adyacentes, como Chaucha. No estamos hablando solamente del agua que tomamos los cuencanos, sino la del lado oeste de la región: la de Naranjal, Puerto Inca, Molleturo y la de los pueblos de Guayas y El Oro.
El problema es que estos páramos y bosques tenían siglos de cumplir funciones ecosistémicas que se perdieron en los incendios. Se van a necesitar décadas para que se regeneren, si no son siglos en algunos de los casos, debido a cuánto se quemaron ciertas zonas y a qué tanto se dañó el suelo.
Estuve en Molleturo hace dos semanas y, como había llovido, todo estaba cubierto de montes chiquitos. Sin embargo, esas plantas no ayudan a retener el agua ni a absorber y capturar el carbono, tampoco garantizan la presencia de polinizadores. Son áreas verdes vacías. Por ahora, los servicios ambientales locales, los que nos dan vida a los seres humanos, están degradados.
El siguiente paso es proteger lo que queda, ayudar a que no se queme nada más, porque sería una catástrofe que nos afectaría directamente. Si no hubiera «esponjas» —hablo de los páramos y bosques andinos— que retengan el agua, esta cambiaría sus ciclos naturales y, en las épocas de sequía, por ejemplo, habría cortes de agua o energía eléctrica.
Por otro lado, cuando vengan lluvias fuertes, ¿qué va a pasar?: torrenciales aguaceros bajarán desde estas zonas degradadas, las que, por la ausencia de las raíces de las plantas que murieron, ya no tendrán la capacidad de retener ni absorber ese líquido, por eso van a venir inundaciones. Todo está correlacionado.
También la ausencia de plantas afectará a los polinizadores. ¡Imagínate! Aunque vivimos en un país megadiverso, con una gran variedad de polinizadores, si no cuidamos lo que queda, podrían desaparecer, lo que afectaría directamente nuestra seguridad alimentaria.
Problematizar esto no es hacer propaganda, porque tiene que ver con nuestra existencia. El Cajas es nuestra fuente de vida, tenemos que garantizar que se lo cuide adecuadamente y, como ciudadanos, salvaguardar su integridad, para que lo que vivimos en noviembre pasado no pase nunca más.
Estuviste presente como voluntario y activista en los incendios de noviembre de 2024, ¿qué le dirías a los que vieron de lejos las llamas?, ¿qué no nos cuentan las cifras y las noticias?
Fue increíble la reacción de la gente. No la mayoría, pero mucha estuvo preocupada por cómo ayudar y qué hacer. Muchos asistieron a los centros de acopio para donar y voluntarios apoyaron durante los incendios. Creo que eso es muy valioso. También fueron clave las comunidades indígenas que viven alrededor del Cajas, que son quienes mejor conocen sus montañas, páramos y bosques. Estas personas apoyaron con sus vidas para evitar que las llamas avanzaran.
Desafortunadamente, hubo una pugna entre el municipio local y el gobierno nacional, por diferencias políticas. Esto alargó la respuesta ante la emergencia, la que pudo haber sido más temprana y evitar que se quemaran miles de hectáreas. Lo digo de frente, sin ninguna alineación a ningún gremio político, sino como ciudadano. Nuestras autoridades se equivocaron y eso nos pasó factura, con más de 11 000 hectáreas quemadas en el cantón Cuenca.
Hay que fortalecer los organismos de gestión de riesgos y su capacidad de respuesta ante las emergencias. Tienen que haber simulacros y un plan de contingencia establecido. Fue triste y desesperante ver cómo se acabaron los únicos hábitats de especies en peligro y las fuentes de agua de comunidades enteras, porque no hubo capacidad política para tomar decisiones. Se ofrecen recursos, pero, por la burocracia, no llegan a tiempo. Estos incendios son una lección que nos tiene que dejar la voluntad de trabajar, de manera práctica, en la construcción de un plan efectivo, para que esto no se vuelva a repetir. Las autoridades, a nivel nacional, provincial y de ciudad, tienen la obligación de responder efectivamente y a tiempo, de dejar el show político, la campaña y otras vainas.
Sin tintes políticos, se demostró que a los cuencanos nos preocupa el Cajas, porque sabemos que es nuestra fuente de vida. Afortunadamente, algunas acciones se están desarrollando a través del comité de respuesta que se logró conformar, el que se ha promovido por el sector ciudadano y público, a nivel de municipio y de diferentes entes estatales. Pero está tomando más tiempo del que yo esperaba. Ojalá, estos incendios y la crisis ambiental no nos vuelvan a encontrar desprevenidos.
Me pareció que les hace falta un poco más de sensibilidad con la naturaleza a los bomberos urbanos. Sé que cuando trabajan su vida peligra y, por eso, me saco el sombrero. Sin embargo, yo estuve con la gente de las comunidades, arriesgando la vida para frenar las llamas en Molleturo y evitar que llegaran hasta el Cajas. Con estas personas había una urgencia que no percibí en los bomberos. Desde el comité estamos proponiendo que se formen guardaparques y bomberos forestales en las comunidades aledañas a las zonas protegidas. Los señores de las comunidades también tienen todo mi respeto; procedieron sin recursos, equipo, incluso, sin conocimiento técnico. Por eso, debemos apoyarles e invertir recursos. Serán los mejores guardianes que podamos tener. Ni los helicópteros funcionaron tan bien como los guardabosques o comuneros locales. Así de sencillo.
Según la Zonal 6 de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos, solo en Nabón (Azuay), se quemaron 2034 hectáreas. Fotografía de Lorena Arias, comunicadora de la SNGR, cortesía.
¿Hay algo más que te gustaría decirles a nuestros lectores?
Cuando hablamos de incendios forestales o problemas ambientales, no solemos visibilizar a los animales, insectos y plantas en cifras. Es sumamente importante ver a los seres que cohabitan con nosotros en espacios naturales, como el Cajas o las selvas de la Amazonía. La gente debe entender que, con las llamas, se están perdiendo para siempre poblaciones de seres primordiales para el ambiente.
Hablo de millones de insectos polinizadores que son parte de una cadena trófica —son el alimento de aves, invertebrados, reptiles, anfibios—. Hablo de los anfibios que controlan plagas y depuran el agua, a través de sus renacuajos; de aves pequeñas que polinizan y dispersan las semillas en los bosques y las selvas que nos ayudan a retener el agua y a capturar CO2 y gases de invernadero. Hablo de poblaciones de osos y tapires andinos, de cóndores, de ranas que recién fueron descubiertas en los bosques del Cajas y de Molleturo; todos se quedaron sin hábitat y, seguramente, muchos perdieron la vida en el fuego. Por otro lado, grandes depredadores, como pumas, jaguares o águilas rapaces, aunque pudieran escapar de las llamas, después de la pérdida de su hábitat no tienen a dónde ir. Ahí empiezan los problemas de interacción con los seres humanos: se comen el ganado de la gente o a algún animal doméstico.
Aunque nosotros nos favorecemos de su presencia, porque nos da calidad de vida, necesitamos pensar más allá de ese beneficio y entender que todos estos seres vivos —animales, insectos y plantas— sufren por nuestros actos. Cuando sucumbe esa primera línea, que son los insectos, después se afectan las poblaciones de los vertebrados. Todo es un efecto en cadena y su restauración toma muchísimo tiempo.
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Durante el desarrollo de esta entrevista me encontré con un concepto relativamente nuevo. Se trata de la ecoansiedad, un término que se usa para hablar del temor crónico al colapso ambiental. Usualmente, surge por estar expuestos a demasiadas noticias y puede paralizarnos o llevarnos a la evasión, porque (parafraseando al filósofo británico Mark Fisher), a veces parece más fácil imaginar el fin del mundo por el cambio climático, antes que el fin del capitalismo. Sin embargo, hoy más que nunca, necesitamos volcarnos a acciones concretas que realmente cambien el trayecto que, como civilización, hemos elegido. No olvidemos que, como dice Ernesto, existen otras formas de vivir. Sin mirar muy lejos, las comunidades indígenas tienen mucho que enseñarnos; pero, para aprender, debemos estar dispuestos a imaginarnos en otra realidad. Luchar y renunciar a nuestras comodidades para hacerla posible, ese es el siguiente paso.
Rosalía Vázquez Moreno (Cuenca, 1991). Es escritora, editora y lectora. En 2023 publicó Sobre cómo hacer y deshacer una maleta, poemario con el que ganó la Convocatoria Abierta para Publicaciones de la CCE Azuay de ese mismo año. Es máster en Escritura Creativa (Universidad Complutense de Madrid) y licenciada en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales (Universidad de Cuenca). Le entusiasma la fotografía y el rock ecuatoriano.