Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 17

MARZO 2024 | CUENCA, ECUADOR

Troppo Mare
Cartas desde Galápagos

Las cartas de Efraín Jara Idrovo publicadas bajo el título Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos, por la editorial Mecánica Giratoria, permiten al lector ser testigo, desde el interior, de algunos instantes claves de su poesía; acercarse a la génesis de sus obras, además de que hacen posible ubicar, con mayor precisión, ciertos momentos biográficos. Son una crónica de sus itinerarios, de su autoexilio en las islas Galápagos, hecho fundamental en su vida y obra.

La escritura epistolar tiene un objetivo funcional: mantener los vínculos con sus seres amados: «A cada instante precisaba de tu imagen, debía refugiarme en el recuerdo de los bellos días en común, cuando los acontecimientos penosos eran compartidos con resolución»1, pero no deja de ofrecer aspectos extraordinariamente interesantes para los lectores, investigadores y biógrafos. La edición de estas cartas puede constituir un material de trabajo en la posibilidad de redescubrir, en conjunto, la singular creación del poeta cuencano.

Portada del libro Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos. / Cortesía de la editorial Mecánica Giratoria.

Contrariamente a las identidades epistolares de algunos escritores, quienes, al escribir una carta solo se descubren a sí mismos, Jara descubre a la humanidad a través de dos aspectos relevantes: la trascendencia de la geografía y el sentimiento del tiempo que fluye indiferente a los seres, a las vidas o a las piedras a las que la intemperie da forma. El tiempo oscila entre continuidad y pausa. Ser viajero de ese tránsito es una condición de la poesía, independientemente de su formato, a la que la intemperie condiciona. Estas cartas dan cuenta de ese desplazamiento y presentan el tiempo de otro modo: «El tiempo se medía por el lapso que demoraban las cicatrices en desvanecerse»2.

También dan cuenta de una fascinación inmensa, su escritura es la respuesta al deseo de «dar lugar» al asombro del que nace, se mueve en un tránsito de tensiones y remansos, buscando la expresión que diga el imposible instante de las cosas que ya fueron, de lo perdido irrevocablemente, el secreto de las piedras y las cosas mudas, el pulso del erizo, el trazo de una débil nube en el que «la golondrina inscribe su rúbrica», que quizá se perenniza en la eternidad de un día, que es lo que el poeta manifiesta a su madre: «Porque tú y yo sabemos que cada día resume la totalidad de la existencia»3. Una existencia que trae ecos de sucesos anteriores al diluvio, pero que también se proyectan al futuro. Ciertamente, la obra de Jara Idrovo, más allá del tiempo y del lugar vividos, es evidencia del trabajo amoroso de un creador por el mundo, es la escucha sobrecogida de los vientos que agitan un paisaje interior.

Ningún desplazamiento, ningún movimiento ocurre sin un punto de partida. En 1954 el poeta decide un autoexilio a las Galápagos y, aunque muchas veces haya declarado que este autoexilio fue una huida de la bohemia y del alcoholismo que lo estaban arrastrando, parece no más verdadera, pero sí una explicación casi olvidada por el autor, la que expone en una de las cartas:

Me contenté con escuchar lo genuino, profundo de mi naturaleza, con la seguridad de que este viaje a Galápagos, anhelado desde mi adolescencia, se realizaría tarde o temprano si era importante (en el sentido de necesario) para alcanzar la plenitud de mi ser. Si vivo y trabajo duramente aquí no es porque haya perseguido la mera satisfacción de una curiosidad o ansia de aventura. Es porque tales momentos exigían ámbito propicio y mi espíritu al rebasar su propio nivel precisaba esta atmósfera para su desbordamiento.4

Jara mueve el escenario del territorio continental de Ecuador a uno definitivamente diferente, las islas (tierra de mar). Entre estos dos paisajes confluyen la experiencia del autor, la comprensión geográfica y política que incluye al hombre de las islas o al hombre aislado y la experimentación intelectual y ontológica que resulta del intercambio del ser humano con el paisaje insular. Dicho de otro modo, la territorialización del texto literario.

Esta correspondencia refuerza el vínculo indisoluble entre la historia, la geografía y la fábula de los orígenes del mundo, presentes en las obras literarias. Jara Idrovo no borra la dimensión ficticia y mítica de los espacios, la contextualiza de manera diferente y la atención al paisaje se superpone constantemente a los espacios simbólicos de las islas y a la cordillera andina. Esta superposición aparece de forma recíproca entre la poesía, el ensayo y la carta, siendo esta última la que oscila entre la espontaneidad y la literalidad, entre la introspección y el ejercicio del pensamiento. Es la forma de escritura probablemente más apta para producir la paradoja bioficcional, no destinada a proporcionar nuevas leyendas del autor, sino para permitir pensar en el poeta-hombre como una identidad más universal a través de la figura en movimiento en todos los aspectos, tanto del viajero como del ausente; en el caso de nuestro poeta, del exiliado. Siempre será mejor citar la concepción del poeta para explicar la validez del género epistolar:

El género epistolar implica una relación, una comunidad de ideas y afecciones en torno a un círculo de intereses que afectan a las personas entre las cuales las cartas urden su ligamen fecundo, sutil, impalpable. Se trata de dos mundos abiertos a recíprocas influencias, como las flores que se fertilizan a la distancia por intermedio del viento.5

Si hay un viaje, es en primer lugar el viaje inmóvil que el lector hace en las páginas de estas cartas, cuyo primer cometido es hacer presente una ausencia. Cartas que fueron escritas con la intención de alcanzar algo, de llegar a alguien, a través de los mares y en pequeñas embarcaciones en las que se movía la ansiada correspondencia. Ahora están aquí extendidas desde su espacio particular a un espacio público, como una especie de hito de nuestras búsquedas de seres humanos y de escribientes, porque en este sentido: ¿Quién no escribió una carta con la esperanza de que sea alojada en el corazón del otro, para que no se pierda en la intemperie del mundo?, ¿quién no recibió o no sueña hacerlo, un papel grafiado con signos que traigan noticias de una ausencia?

La carta es el lenguaje de las ausencias, las mismas que el poema convoca, trincheras, personificaciones, construcciones sintácticas complejas y la omnipotente presencia del  paisaje, la geografía entre lo concreto y lo abstracto, las correspondencias verticales, las repeticiones y su estructura en el tiempo, la elaboración de figuras que le han permitido al poeta Efraín Jara Idrovo ahondar los límites de sus preguntas, domar el espacio insular para domar la muerte, la pérdida, el duelo… y traerlos a nosotros con la misma resonancia y la cadencia del bordoneo que marcaron su exilio. Un exilio que el poeta resumió en estas palabras, que también sintetizan la substancia de sus cartas: «Alegría y abatimiento, éxitos y fracasos representan en Galápagos aristas igualmente valiosas de un hecho único: el puro y maravilloso hecho de vivir».6

1 Carta a Atala, Isla San Cristóbal, 1957.
2 Carta a Eugenio, Isla Floreana, 1955.
3 Carta a su madre, Isla Floreana, 1955.
4 Carta a Eugenio, Isla Floreana, 1955.
5 Carta a Atala, Isla San Cristóbal, 1958.
6 Ibídem. 

Bernardita Maldonado. (Loja, Ecuador, 1969). Ha publicado en poesía: Biografías de pájaros (2007) y Con todos los soles lejanos (2015). Poemas suyos han aparecido en Cuadernos del Matemático, Guaraguao, así como en varias antologías de España y Ecuador. También ha publicado investigaciones sobre literatura ecuatoriana. Es máster en Literatura Comparada y Estudios Culturales. Actualmente realiza un doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.

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