Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

Entrevista a Johann Sebastian Chambers, policía de arte durante la Bienal de Arte Contemporáneo de Kuenka, BACK: (In)Tensiones

Por: Galo Pineda


En una sala del MMAM, una especie de cucharón de bambú descansa sobre un tanque de piedra; al lado, en el suelo, tres torres de objetos de aluminio (cucharas, platos descartables, ollas viejas), cada una sobre una palangana de plástico con agua, rodeada de cables eléctricos y coronada por un pequeño embudo plástico y luces de neón. Finalmente, el cuerpo de la artista, iluminado tangencialmente por la luz artificial, pero en su mayoría disuelto como una sombra en la enorme oscuridad del museo.

Portada del libro «El buen ladrón». / Cortesía de la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura.

La instalación [la disposición es intencional] me recuerda un cuento de Leonardo López, «El relato de la policial eterna».

Como cédula de la obra, sobre una lámina de acrílico:

NinaTimezu

La artista ítalojaponesa, Yoko Colloni, propone un rito de purificación. Una tecnología que une la ablución con la ofrenda en una metáfora acústica y visual soportada en una estructura lúdica que conecta lo invisible del rito con lo luminiscente de los neones.

Instrucciones: Lave sus manos con la ayuda del timezuya (手水舎) [el cucharón]. Luego deposite esa agua en los embudos; el gotear del agua creará un ritmo propio sobre los objetos y se convertirá en luz. Alégrese, sus pecados iluminan el espacio y desaparecen.

Justo detrás, sobre la enorme pared blanca del MMAM y escrito con color violeta se lee: «Que los pecados de la cuerpa sean música. Que los pecados del Estado feminicida sean ruido. Amén».

En este escenario y rodeado de policías forenses (enfundados de blanco hasta la mollera) me recibe el policía de arte Johann Sebastian Chambers. Aunque la edad le ha quitado algo de estatura y el aire pospandémico de los Andes parece pesarle a sus cerca de 70 años, su mirada es recia y su cuerpo de cal y canto. Se me adelanta y señala con severa cortesía una de las bancas de un pasillo.

A pesar de la hora, tenía puesto su sombrero de paja toquilla. Cruza la pierna izquierda sobre la derecha al sentarse y me planta la mirada en silencio, esperando que haga mi trabajo. Luego de las formalidades respectivas, voy directo al grano:

***

Su trabajo como policía de arte se hizo famoso por el caso de Andrea Buenrostro en 2006, han pasado 16 años desde ese hecho. ¿Cree que hay relación o por lo menos similitudes con la muerte de la artista Colloni?

No lo creo. Mire, el arte y el crimen están en el tejido de los discursos. Un asesino teje hilos de silencio, de mentiras, de trucos de magia para no ser descubierto y va dejando rastros de su psicología en ello, va tejiendo un discurso personal. El artista es igual, movido por una pulsión monta, también, un discurso que se vale de trampantojos. Es más, yo diría que no hay ninguna diferencia entre el arte de matar y una de las obras que se exponen en los museos del Palacio de Cristal o de este museo [señala hacia su derecha, donde está NinaTimezu].

Estamos ante un caso de femicidio, ¿dice usted que este hecho es arte o que es homologable al arte?

No necesariamente, digo que el arte tiene unos mecanismos de ocultamiento de los que se valen también los asesinos. Este homicida…

Femicida [interrumpo].

Homicida de mujeres, femicida, asesino… llámelo como usted quiera. La cosa es que ninguna obra de arte se hace sin concierto, sin espectadores, sin encubridores, sin curiosos y alcahuetes. Digamos que ese es el ecosistema de la muerte. A mejores condiciones, mejores ecosistemas… biología básica.

[Su aspereza me obliga a lanzar de golpe y porrazo la pregunta capital] ¿El arte, para qué?

Para satisfacer nuestra pulsión de hacer del mundo un discurso. Para decir y para ocultar. Mire, toda el arte que existe y que existirá ya está dicha y hecha. No pretenda encontrar nada nuevo en una galería, incluso un cuerpo, vea lo que hizo esta muchachita… [saca su cubo Rubik y cierra los ojos tratando de recordar]… Brawn. En fin, lo que pasa es que todo es un artificio de selección, donde se escoge qué mostrar, qué decir, cómo y para quién. En ese sentido, el arte y el asesinato sirven para eso: para dar salida a las pulsiones más íntimas, que no son otra cosa que las pulsiones colectivas. Vea, a mí la política no me interesa, pero, por ejemplo, si un político tiene la pulsión de poder, de ganar poder, y tiene el recurso suficiente, claro que puede poner el arte o el asesinato a su servicio.

Claro que la gran mayoría de artistas de este país tiene la «extraña pulsión» [hace unas comillas en el aire] de alimentarse; lo mismo se puede decir de los sicarios… [Mueve el juguete en la mano izquierda]. Con plata, en cambio, mire el tremendo discurso que se mandaron con el Malecón o lo que le han hecho a la bella Guayaquil.

[Tras un silencio]

Bueno, usted sabe que yo también existo a manera de discurso. En primer lugar, con Marcelo Báez y ahora con aquí usted. [Disimulo la indirecta]

Entonces, permítame devolverle la pregunta. ¿El arte, para qué?

[Río, el art cop no]

Yo pretendo escucharnos en esta conversación y poder comunicarlo a los lectores.

Bueno, también digamos que hay un acto artístico en su trabajo: seleccionar y mostrar lo que digo o lo que le conviene decir a usted.

Claro, es parte de mi trabajo [contrataco]. Pero, creo que los lectores tendrán más interés en lo que usted tenga que decir.

Ahora bien, no confundamos el hecho de usar los artificios del arte con cualquier cosa. De lo contrario todos seríamos artistas y no es así. En el caso de El buen ladrón estamos hablando de una pieza de un millón de dólares. Recuerdo que cuando Marcelo construía esa trama habían pasado ya cuatro años desde que la verdadera muestra de Rembrandt llegó a Guayaquil. Claro, la ciudad no había cambiado mucho desde los noventa, pero el Malecón ya era el reducto de corrección política y una ostentosa lápida junto a la factoría de crímenes que era y sigue siendo el Puerto. Por lo menos era la enorme lápida de la supuesta Buenrostro, que podría ser, y de hecho es, cualquier otra chica violentada de este país. Lea el libro, ganó una mención en La Linares, léalo y me cuenta qué le parece.

[Sigo como si no hubiese mencionado el libro que tengo en la mochila]

Ha mencionado que Guayaquil es una «fábrica de crímenes», ¿es por eso que ha decidido mudarse a Cuenca?

De alguna forma todo el Ecuador lo es en este momento. Vea las cárceles. En todo sitio donde haya injusticia, habrá arte y muerte, galerías de pintura y galerías de horror.

¿Algún caso en el que haya trabajado recientemente en Cuenca?

Sí, este momento estoy trabajando para el Instituto Nacional de Patrimonio, he dejado de lado los crímenes violentos y me dedico a investigar cuestiones más sutiles. Cuenca tiene un amplio espectro de investigación en lo que respecta a casas derruidas por equívocos de funcionarios, misteriosas fugas de agua, fantasmas, plagas extrañas y demás fantasías… Detrás de la cara bonita de esta ciudad se lava mucho dinero y en cada familia hay una historia de huaquerismo.

Pero, nuevamente, la cara bonita es lo que le importa a la gente y un rostro muerto no se ve muy bonito. Las cosas acá no son menos viles, pero por lo menos son más estéticas.

¿Ha pensado en retirarse?

Todos los días, pero no pienso hacerlo. Es más, creo que me he retirado varias veces, pero como le dije antes, las pulsiones son una cosa más fuerte que uno. Entones ahora mismo, no. A menos que me retiren.

Le agradezco por su tiempo, señor Chambers, ha sido un placer conversar con usted.

[Esta vez sonríe ligeramente y mira al cielo nocturno para hacerme saber que sabe que no he hecho una entrevista en mi vida y que lo que me pidieron hacer era una reseña1].

1 Advertencia: En Monda & Lironda también amamos las entrevistas ficticias.

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