¿Los espacios culturales, para qué?
Por: Andrés Mazza
Amaranta interactúa con una de las obras de NOmade Bienal C4+1. / Andrés Mazza.
Hace un par de semanas, la Amaranta, mi hija de tres años me preguntó si «las mujeres pueden hacer eso». Dejé de hacer lo que estaba haciendo y vi lo que ella señalaba con su dedito: la pantalla de mi computadora que mostraba la imagen de una mujer escribiendo. Una mujer escritora. Y yo, sorprendido, le respondí enseguida: claro que sí, se puede, vos puedes, las mujeres pueden ser escritoras, pintoras, mecánicas, ingenieras. Le dije todas las profesiones que se me vinieron a la cabeza. Después, cuando ella se fue a dormir y yo me quedé solo, me pregunté qué motivó a mi hija para que me hiciera semejante pregunta.
Quizá, me dije, todo parte de su observación que se está afinando, que se está desarrollando. Y, en medio de ese proceso, la falta de recursos y espacios que le hagan notar que ella puede, que las mujeres pueden hacer lo que nos parece impensable, fue lo que provocó la duda.
Bajo esta brevísima introducción de un hecho entre un padre y su hija, quiero decir que la situación trajo más preguntas, respuestas, análisis y opiniones que me llevaron a escribir sobre lo que, aparentemente, yo estoy viendo (porque, al final, cada quien ve lo que quiere ver) en ciertos espacios que deberían contar las otras historias; mostrar los rostros que siguen siendo invisibilizados. Y, en este caso, sobre las caras visibles de quienes están trabajando en el ámbito de aquello que conocemos como «cultura».
Desde hace algunos meses empecé a percibir la falta de nombres de mujeres en los distintos espacios culturales que he visitado por mi labor periodística. Por ejemplo, en las galerías de arte de Cuenca —no tengo el afán de dar nombres porque los aludidos sabrán bien que me refiero a ellos— predominan los mismos de siempre, el mismo grupito de atrás que, por azar, pasa adelante y pretende quedarse allí.
De alguna manera, es admirable que en Cuenca haya galerías de años, galerías que perduran, que luchan por mantenerse a flote entre un público pequeñito, entre un público de amigos que recirculan, que van y vienen. También es admirable que se abran nuevos espacios en un contexto pandémico que ha sido complejo para todos. Pero, más admirable es que, tanto las galerías con mayor antigüedad como las novísimas, todavía no den cabida, como se merecen, a las artistas.
Digo y puedo afirmar que, cuando hay una exposición en conjunto —curada por hombres— las mujeres artistas son tomadas en cuenta por dos razones: o pertenecen al grupito de toda la vida, o son parte de una cuota que últimamente se han inventado todos aquellos que quieran hablar de género y pretenden quedar bien de cualquier forma.
Y para mí es muy triste. Indigna que teniendo un espacio para relucir el arte de las mujeres todavía sigamos inundados de los mismos de siempre. Es como si no existieran, como si hubiera poquísimas artistas en la provincia. Pero además de indignar, aburre. Porque, en mi caso, me llaman los mismos, me escriben los mismos y me dicen que son ellos mismos los que van a exponer, los que van a curar su propia muestra…
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Volviendo al principio, suponiendo que esta triste y aburrida situación se mantenga y con la esperanza de que mi hija crezca y afine en su totalidad su mirada, ella verá lo que yo veo: la casi inexistencia de las artistas mujeres en los distintos espacios. Aunque cabe decir que no solo es un problema de las galerías. Hay un gran problema en los medios de comunicación, en las librerías, en los trabajos, en las instituciones, en los matrimonios, en las familias.
Y sin espacios que den cabida al arte hecho por mujeres, ¿qué nos queda por decir? Pues cualquiera puede decir (véase cuántos autores de libros existen sobre cómo convertirse en millonario). Más bien, lo que yo puedo decirle a la Amaranta es que, si ella quiere, puede dedicarse a la escritura, a la pintura, al trabajo que nos hicieron creer que era solo para los hombres. Pero, ¿y el ejemplo?, ¿el hacer?, ¿el hacer bien de todos los actores?, ¿dónde está?
Creo que la pregunta de la revista Monda & Lironda: «¿El arte, para qué?» (que llegó antes de este texto y calzó con lo que yo estaba pensando), tiene una respuesta propia, distinta, diversa. Cada quien se siente diferente ante el arte. Lo que sí tiene una respuesta amplia y, me atrevo a decir, universal es: ¿las galerías, para qué?, ¿las librerías, para qué?, ¿las secciones de cultura en los medios de comunicación, para qué?
Para mostrarnos el arte de las diversidades.
Para mostrarnos, con ejemplos, la diversidad en el arte.
Para mostrarle a la Amaranta que, si ella quiere, puede ocupar un espacio.
Andrés Mazza (Cuenca, Ecuador, 1992). Periodista. Ha publicado diversos artículos en periódicos y revistas. Su último trabajo (una investigación sobre los migrantes ecuatorianos desaparecidos en la frontera de México y Estados Unidos) en conjunto con diario La Verdad, de México, se publicó con el apoyo de la organización InquireFirst. En la actualidad es reportero de diario El Mercurio.