Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

Apuntes sobre el arte de comer con la boca abierta

Por: Alexander Ávila Álvarez

Encebollado de hueca cuencana. / Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras.

«Bróder, encontré una hueca de encebollados que te va a hacer olvidar de tu ex y, capaz, hasta te quita lo feo. Emborráchate pronto para llevarte a curar el chuchaqui». Así, con un espontáneo mensaje de WhatsApp, mi amigo me había hecho la mañana. Hoy, me acerco a ese día, pienso que un mensaje así no es cualquier cosa ni un momento fortuito. Uno piensa en el otro desde los actos, pues las frases y los clichés no juegan en la liga del «este lugar le va a encantar a mi ñaño y le voy a decir que venga». Ya lo han dicho nuestras madres: quien te quiere bien, te quiere bien comido. Y mi camarada, aunque es nutrido de la vieja escuela y lo de sentimentalito no le cuadra con su pinta, veo que tiene su corazón. De ahí que, llego a sospechar que siempre palpita más por dentro el que menos exterioriza o el que no vibra muy alto. Además, donde te recomienden un encebollado, ahí es.

¿Qué mismo será eso que llamamos hueca? El surreal Diccionario de la lengua ecuatoriana dice que una hueca es aquel puesto de comida donde se ofertan platos a precios económicos y en cantidades generosas. Pero el término no es hermético, porque existe más de una hueca donde la comida no es abundante ni muy económica, lo que significa que, para que un sitio se convierta en hueca debe tener en sus servicios, en su locación y hasta en la personalidad de sus dueños, algún tipo de subjetividad. Tal vez, entonces, una hueca se transforma en hueca porque nuestro instinto y sentimentalismo así lo consideran. Creería que es algo más que un lugar donde comer… es un puente donde propietarios y clientes estrechan sutiles lazos, y donde pequeños gestos instauran una mística, una identidad.

«Dará con yapita, seño», dice Julio apenas se sienta sobre un viejo taburete. Y doña Mayra sonríe sincera y explora las ollas, buscando el anhelado extrita. Julio perdió a su madre antes de cumplir un año, por lo que esa yapa no solo le llenará el estómago. Alguna vez me contó que, lo que más le duele es no recordar su voz; tal vez por ello compone canciones. Ergo, la comida es una de las manifestaciones más profundas del amor, incluso en las personalidades más disparatadas. Como la de Reese, el personaje de la serie Malcolm in the Middle, que encontró en la cocina una forma de manifestar sus sentimientos y emociones. Quién no recuerda, por ejemplo, aquella frase icónica con la que bendice el banquete que preparó para celebrar el Día de Acción de Gracias: «Dios, te agradezco por darme el talento para expresar mi amor con mi familia, de la única forma que sé». En su caso, cocinar también es sublimar, y sublimar es sanar, y sanar es quererse a uno mismo.

Como quererse también es acompañarse en todas. De hecho, he visto más amor en el puesto de salchipapas que en el nuevo rooftop. Hace algún tiempo fui testigo de la caída de un soldado en un bonito café. Entre globos y flores el mesero trajo un postre, en cuyo plato, escrito con sirope, estaba el tan temido «cásate conmigo». De un momento a otro el semblante de la chica cambió por completo. Imaginé lo que iba a pasar. Ella se puso de pie, cubrió su rostro por el que resbalaban un par de lágrimas y se marchó. Enseguida, un aire de incomodidad se apoderó del lugar, el soldado caído se limitó a observar un punto fijo por unos minutos y se fue dejando todo intacto sobre la mesa. En contraste, la madrugada de un sábado cualquiera, llegaron a la huequita de papas fritas que está frente a mi balcón, unos parientes que despertaron a una pareja de recién casados que, aún vestidos con sus trajes, se habían quedado dormidos, completamente ebrios sobre la mesa del lugar. Coincidencias o azares nada más, no lo sé. Pero la vida, a veces, parece un buen meme, y, en este tiempo, se aprende más de ellos que en la escuela.

Lo cierto es que la comida siempre será un viaje hacia los lugares donde fuimos felices. Es, sobre todo, memoria. Quiero decir, un día vas caminando y te encuentras con una olla de humitas afuera de un inmueble, te detienes y ordenas dos con café, a este último le agregas la cucharadita habitual de azúcar. Luego, abres la hoja del choclo, tomas lo que te permite la cuchara y masticas. No, no son como las de mi madre, te dices. Por un momento te cuestionas la distancia, agarras el teléfono y escribes al grupo familiar; te hacen falta, sientes que el ruido de los fines de semana en soledad, te llena de nada. El vacío como un hábito. Necesitas su risa, su humor, la comida en leña de los domingos, Paulina Tamayo sonando en los rincones, los problemas habituales de los que huyes, un poco de certeza. «¿Soy cobarde? Sí». Ahora vuelves a ti, la calle a tu alrededor nuevamente suena y quien te acompaña te pregunta si estás bien. Asientes. Terminan, pagan, se van en silencio. Al llegar a casa revisas tu agenda. Planificas el viaje, pero enseguida lo cancelas. Amores perros (2000) nos enseñó que si queremos hacer reír a Dios debemos contarle nuestros planes. Será cuando tenga que ser. Mañana será otro hoy.

Y ese hoy fue una mañana de sábado, y la resaca fue infernal. Esta vez yo escribía el mensaje de WhatsApp: «¿Dónde andas?», pregunté a mi amigo. «Con tu hermana», respondió. En media hora, aproximadamente, pitaron desde un taxi y nos encaminamos al lugar. «Dos mixtos y una cerveza como canilla de albañil, por favor», pidió por mí. «¿Perdón?», contestó la mesera. «O sea, una cerveza bien fría», le dije. Comimos y, si bien el encebollado no fue el mejor, lo disfruté mucho. De ahí que, cuando de huecas se trata, a veces la comida no es lo más importante. Entre carcajadas y malas compañías las cosas siempre estarán bien. Pese a todo.

Alexander Ávila Álvarez (1986). Autor del libro Disonancias (La Caída, 2017) y compilador de la antología Lengua de tayos, Literatura escrita en Morona Santiago (CCE-NMS, 2021). Ganador, en 2020, de la I Convocatoria de Periodismo Narrativo, organizada por el portal Los Cronistas. Dirige el sello Sur Editorial y es psicólogo organizacional. Parte de su obra literaria ha sido publicada por distintos medios especializados de Latinoamérica.

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