No, no, no, ¡eh!
¿Quién te ha dicho que el (des)amor es fácil?1 Un repaso desordenado por la precarización del amor en nuestros tiempos
Por: Diego Vintimilla
Basta un googleo para ver que la búsqueda de la palabra amor arroja diez veces más resultados2 que palabras como felicidad u odio; o 1,5 veces más que la palabra sexo, para advertir que el amor es una preocupación recurrente. Resulta una obviedad decir que es un problema humano, aunque, como problema filosófico y político ha estado presente en todos los episodios de la historia.
En el mundo occidental, al menos, existe un problema con el término amor, en tanto que su origen latino amōris es, a su vez, la síntesis de un sinnúmero de referencias griegas en las que confluyen diversas emociones y sentimientos. En general, en el amor convergen: el eros, como expresión de pasión, sexualidad y relacionamiento carnal; la philia, como afinidad, afecto y pertenencia de grupo, y el agapē, asociado a la noción de divinidad y la relación con las personas.
Doodle de Google con alusión a San Valentín. / Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras.
Por ello, cuando hablamos de amor podemos referirnos a tantos ámbitos de la vida humana. Pero, además de las dificultades de expresar lo que sentimos, el problema se agudiza según la comprensión que tenga del amor nuestro interlocutor. Entonces, vamos a concentrarnos en sus conexiones con el eros: el amor como pasión humana.
Digamos que este amor se ha (des)nutrido, fundamentalmente, de dos grandes vertientes: de la herencia grecolatina y de la tradición judeocristiana. La primera hace referencia a una compleja mitología justificante y unas corrientes filosóficas que buscaron sus primeras explicaciones. La segunda guarda relación con el mandato ético en las esferas religiosa y secular. Por esto, nuestras experiencias de amor las vivimos como un loop de bajo presupuesto, en el que reeditamos los mitos de Eros, los complejos de Edipo, los amores platónicos, las historias teológicas de Adán y Eva, la divina concepción de María, o las pulsiones apócrifas de Jesús y María Magdalena. En suma, todos los episodios de amor, según la temporada, son un retorno a estas corrientes, en ocasiones como tragedia y en otras como comedia.
En términos prácticos se convierte en la confluencia dialéctica de estética, ética y política, en tanto que lo asociamos con lo bello, lo bueno y lo verdadero. Una suerte de mesa de tres patas que, según cual sea la que tambalea, produce crisis amorosas con desarrollos variados y tramas particulares. La dificultad del amor radica, precisamente, en lo caótico y complejo de equilibrar tres de los conceptos más controvertidos y polisémicos. ¿Cómo hablar de él sin ponernos de acuerdo con nuestras ideas de belleza, bondad y verdad en las proporciones correctas que deben ir en una receta?
Así, se comprende que al amor lo experimentamos como la tensión —y su intento de resolver—, entre otras cosas, estas contradicciones: abundancia-necesidad, búsqueda-agotamiento, manifestación-secreto, don-culpa, libertad-condena, encuentro-pérdida, serenidad-angustia, equilibrio-caos, memoria-olvido, eterno-efímero.
Independiente de la forma en la que nos vinculamos con él, lo indispensable es la existencia de un yo (quien ama) y otro (a quien se ama), tal como señalan Zúñiga y Álvarez: «La experiencia del amor brinda la posibilidad al hombre de reconocer que solo en el otro es posible su existencia» (2017, p. 153). En ese sentido, es amplia la lista de autores/as (Fromm, Adorno, Arendt, Zubiri, Illouz, Giddens, Nussbaum y un largo etcétera) que han procurado despellejar al amor, estirar sus pliegues para desentrañar las profundas causas y consecuencias de la humana aventura de amar. Lo que resulta claro, en todxs ellxs, es que: amar es siempre un acto de común-unidad entre el ser y lxs otrxs.
Ahora bien, aspectos a los que debemos echar un ojo son la condición y la calidad del amor. Partamos del hecho de que amar es un acto que solo puede desarrollarse en libertad y, en ese contexto, el baremo para determinar su calidad ha obligado a construir adjetivos que lo contextualicen. Para Giddens (2006) el amor es «confluente», es decir, complementario entre sujetos ya completos; para Bauman (2005) es «líquido», en tanto a lo superficial y renuente del compromiso, coincidiendo con el relato posmoderno; además, es «romántico», como la extensión del corpus ideológico del contrato sexual impuesto bajo las reglas del capitalismo heteropatriarcal.
Si tomamos la libertad como condición para amar, una de las investigadoras más audaces y precisas es Eva Illouz (2020), quien emite una crítica mordaz a la forma en la que, bajo el discurso de la elección libre, producto de la revolución sexual, el capitalismo ha mercantilizado el amor y los dispositivos conexos. Así como la estructura del amor romántico fue funcional para la organización sexual del capitalismo del siglo XX, la desestructura del (des)amor actual representa «la intersección entre el capitalismo, la sexualidad, las relaciones de género y la tecnología [que] produce una nueva forma de (no) sociabilidad» (p. 13), en tanto que «la elección es un relato cultural de suma importancia para las personas modernas» (p. 34).
Similar a la manera en la que, en sus inicios, el capitalismo recurrió a la estructuración rígida de conceptos como familia, amor y sexualidad, como correlato de la organización fabril, hoy en día vivimos un proceso de desregulación de esas relaciones, representada en «la elección negativa en nombre de la libertad y la realización del yo» (p. 14). En dicha comparación, la autora encuentra una herramienta que partiendo de una crítica sociológica a la sexualidad puede derivar en una crítica al capitalismo.
Illouz, en referencia a Melman, señala que hemos pasado del goce al deseo, el primero regulado mediante la escasez y la prohibición, mientras que el segundo se regula desde la satisfacción inmediata en medio de la abundancia. «El goce es, entonces, el modo real del deseo en una sociedad de consumidores, donde los objetos, los afectos y la satisfacción sexual desplazan el centro moral del yo» (p. 318).
La precarización del amor es un síntoma radical del capitalismo que sustituyó progresivamente a la noción de humano por la de ciudadano, y esta, por la de consumidor. Sin pretender un nostálgico retorno a tiempos pasados, criticar la mercantilización del amor y la sexualidad contemporánea es un paso para ensayar nuevas formas de amor que se reivindiquen libres, sin que eso implique perder los horizontes de justicia e igualdad, de compromiso y cuidado, como búsquedas de otra humanidad posible, donde amemos sin cuerpos colaterales desparramados por nuestro paso, donde podamos consumirnos de amor y no ser amantes del consumo, donde podamos amar por fuera del valor de cambio.
1 Riccardo Perotti dixit.
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Referencias bibliográficas
Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica.
Giddens, A. (2006). La transformación de la intimidad: sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Cátedra.
Illouz, E. (2020). El fin del amor, una sociología de las relaciones negativas. Katz.
Zúñiga, W; Álvarez, O. (2017). El amor en la filosofía. Una perspectiva ético-estética. Praxis 13(2), 141-155.
Diego Vintimilla Jarrín (cuencano, amante del mote, 1989). Papá de tres humanos y un pez dorado; aficionado a la palabra y a la política, militante de la resistencia, caminador errante, entre dios y un Nietzsche desnudo. Aries por imposición estelar y auquista por el viejito que me crió. Licenciado en Filosofía, Sociología y Economía, máster en Relaciones Internacionales con mención en Política Exterior. Actualmente, rector de un colegio y comunista.