Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

¿Me querrás hasta el final del fin?

Por: Erika Torres

Carl Sagan y Aldo Bartra. Imagen libre de derechos intervenida por Juan Contreras. Cortesía.

«Chumbala, ca chumbala, ca chumbala» pasé tarareando durante aquel 31 de diciembre del 99, era mi canción favorita y sí, un poco extraña, pero para mí nada había causado tanta incertidumbre como ese último día del año en mi casa, la que quedaba en una calle misteriosa, del barrio cuencano Los Joyeros, que nadie podía ubicar en el mapa.

En la mañana la familia y los vecinos hablaban sobre el fin, no solo era el fin de los sueños inconclusos del año, sino que se trataba del fin del mundo. La canción tenía sentido para mí, porque al finalizar la medianoche las calaveras y todos los humanos regresaríamos, no sé a dónde, pero regresaríamos a algún sitio oscuro y comprimido. En la tarde los crédulos estaban a la expectativa del Apocalipsis, en la radio los locutores no paraban de hacer el famoso conteo regresivo y la gente no quería armar los monigotes porque: «¿ya qué?». En la noche vi que algunos de mis amigos se reunieron para lanzar tazos en las aceras de la calle y nunca olvidaré que, mientras cambiaba los canales de la TV, acababa un episodio retransmitido de Cosmos: un viaje personal, uno en el que se veía a Carl Sagan caminando sobre la simulación de un bosque que se iba destruyendo por cosas que caían de algún punto del espacio y explotaban sobre la llanura, ¡a la espalda de Carl Sagan! En otro canal, cuando al fin la Tierra terminó otros mil años de haber girado por completo alrededor del sol, el primer turno de bienvenida lo daban los habitantes de ciertas regiones del Pacífico, los vi entre fuegos artificiales en las fiestas televisadas por Ecuavisa y Telesistema. Luego, desde Oceanía se reportó el último acto de recibimiento y ningún lugar del planeta se había desintegrado. Desde entonces han pasado veintitrés años y he vivido muchos «fin del mundo» como clasificaciones al mundial.

En el 2014 llegó Amanda, mi hija, con quien pude dejar de lado la frase: «los niños de ahora solo pasan en YouTube» —obviamente, ¡bendito sea cualquier creador!, porque no condenaré a mi hija a ver programación nacional—. Hace un año, una tarde en la que yo tenía mucho trabajo en la casa, prendí mi computador, entré a la famosa plataforma audiovisual y coloqué lo primero que vi que era adecuado para que Amanda viera en ese instante, mientras yo trabajaba a su lado. Afortunadamente di con uno de los canales de YouTube más divertidos e interesantes que he visto: El Robot de Platón.

A quienes lo siguen, seguro en sus cabezas sonarán familiares frases como: «Hola, soy Aldo», «Hoy vamos a hablar de…», «Pan con jamón». El Robot de Platón es un canal creado por Aldo Bartra —un hermano hispano que actualmente vive en Nueva Zelanda— y se encuentra disponible en la versión kid de YouTube. Tengo el presentimiento de que es uno de los canales más importantes de difusión científica en el mundo hispanohablante, o eso dicen las reseñas, aunque yo no soy muy amiga de lo que el resto piense.

Mi experiencia con este contenido es la siguiente: antes de dormir, Amanda y yo nos acostamos y vemos el nuevo video subido por Aldo, entre besos y te quieros nocturnos hemos aprendido sobre agujeros negros, el mundo onírico, trastornos mentales extraños, tiempo, energía, dimensiones desconocidas, La escala de Kardashev, la Nada, internet, la NASA y también sobre «el fin del mundo» —a lo que agregarían los niños de ahora: XD—. Similar a Sagan, Aldo Bartra también usa filtros que simulan el espacio en el fondo de sus producciones, además suele dejar un mensaje oculto al final de cada video, algunos dirían que es una moraleja, para mí es una invitación a la reflexión sobre nuestra presencia en este plano físico. Y es que el buen Aldo nos lleva la delantera con casi once horas que le permiten recibir los nuevos días, mientras, desde este lado del globo terráqueo, para Amanda y para mí no existe nada mejor que despedirnos de la noche con un buen abrazo y alguna pregunta que retumbe entre sueños, una como: ¿me querrás hasta el final del fin?

Erika Torres. Nómada de los Andes que hace poco terminó el «año maldito» por el que todas las rockstars pasan. Licenciada en Ciencias de la Educación, con mención en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales. En sus tiempos libres se dedica a armar sendos monólogos sobre la existencia que quedan solo para ella, porque, como buena juliana, es algo reservada. Le gusta escuchar porque así aprende más que cuando habla. Es más lectora que escritora y también viceversa.

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