Lecciones de realpolitik: tan cerca de Dios y del infierno
Por: Christian Espinoza Parra
Fernando Villavicencio durante su último mitin político. Fotografía de cortesía de REUTERS e intervenida por Juan Contreras.
Me demuda por varios días la muerte de aquel hombre. Ninguna muerte, salvo la de un escritor querido de mi ciudad, me ha afectado así. Me da vergüenza que se trate de la de un político: han asesinado a Fernando Villavicencio un día antes del diez de agosto, fecha en la que se conmemora la Independencia de un país que deja de existir en la bocacalle del frente. ¿Qué país existe, por ejemplo, de Guayaquil a Durán? Roland Barthes escribió en su diario, cuando la señora Henriette, su madre, murió: «En cuanto alguien está muerto, construcción enloquecida del porvenir (cambio de muebles, etc.): futuromanía». Y yo me pregunto: ¿cómo serán los nuevos muebles sobre los que este país ni siquiera velará a sus muertos?
Hombres y mujeres muertos que
ya no mueren viejos
en sus camas.
Ahora
una sábana los oculta pronto
y para siempre
y luego huye con su cara
con la cara que no
tuvieron
con la cara que nosotros imaginamos
para robarle el gesto
antes de acostarnos…
Mañana será otro día o no será.
Ocho segundos
Apenas mataron a Fernando, llamó mamá y, mientras subía el volumen de las bocinas de mi celular, escuchaba cómo su voz llorosa hilaba un monólogo desesperado. Esta imparable carrera de la violencia ha dejado atrás la idea de la muerte como fin que transfigura el cuerpo —nuestro cuerpo— en su mensaje definitivo. Aunque, no, la violencia no puede tener un mensaje definitivo, porque mientras más se acerca a ello, se vuelve más inútil el lenguaje y más legítimo el otro como arma, como herida.
En una sociedad como la nuestra, vale más la posibilidad de la revancha que la dignidad ante la derrota o, al menos, ante el reconocimiento de un error. Por eso, hoy, un cuerpo ensangrentado sobre el pavimento dice tan poco. El mensaje, en realidad, nos dice tan poco y la violencia, claro está, envía mensajes cada vez más contundentes y al mismo tiempo menos definitivos, porque la violencia, como cada uno de nosotros, es perfectible, y a tantos eso nos importa tan poco y, para una sociedad violenta, nada mejor que el hielo negro de los indiferentes.
Entre las decenas de historias que inundaban mi Instagram, cliqueé aquel video que, en los siguientes días, sería el continuum de nuestra invariable historia, siempre tan cerca de Dios y del infierno. «Vivimos eso con los escuadrones de la muerte de León Febres-Cordero», dice la voz de mamá fundida, sobreimpresa entre la sonrisa ladeada de un hombre que emerge investido de una camisa y chaqueta inflamada de azul marino y de banderitas y de flashes, y de las palmas de gentes que lo aúpan a la salida del coliseo del colegio Anderson, al norte de Quito. Porque, era claro, Fernando Villavicencio iba a ser el próximo presidente de la República, aunque estuviera cuarto o quinto en las encuestas, aunque muchos lo odiaran y otros más —soy uno de esos— lo encontraran impresentable por haberse volcado hacia una derecha recalcitrante y mafiosa, luego de años de enfrentar a una izquierda recalcitrante y mafiosa.
«Eran tiempos violentos, eran tiempos de miedo, cuando se escuchaba de los muertos, ahí a la salida de las casas, en las bocacalles, mijito», dice mamá y, ahora que vuelvo a revisar el video, cuento lentamente hasta ocho, ocho segundos. Al final, se ve a dos policías que ingresan a aquel hombre a una camioneta. «“Son guerrilleros”, decían, así decían, y yo pensaba que era como ver a mi hermano, a tu tío que no conociste», continúa mamá, cuando aquel hombre cierra la puerta, y los policías y las gentes se tiran al piso, mientras el ángulo de la cámara abandona la tierra, para dejarnos apenas una parcela lejana de cielo nublado, lo que parece una metáfora de este país al que hemos encorsetado en un chaleco antibalas. «Yo tengo sesenta y cinco años, y he vivido. Claro que he vivido. Y tú, que recién empiezas, debes pensar, mijito, debes pensar… en irte… Alejarse de la muerte nunca es abandono», sentencia mamá, como si supiera que casi dos meses después un coche bomba estallará a un par de calles de su departamento. Mientras tanto, en la pantalla de mi teléfono aquel hombre comienza nuevamente su estrecho y último trayecto: ocho segundos, apenas, que se repiten una y otra vez.
El héroe romano
Parecía que durante sus últimos meses de vida y para las elecciones de 2023, Fernando buscó, sin éxito, que su candidata a la vicepresidencia fuera la hija de León Febres-Cordero (Redacción Plan V, 2023, s.p.), a quien mamá me enseñó a temer. Quizá ese temor inicial —o, mejor dicho, iniciático— me ha puesto ante un escepticismo casi absoluto frente a los políticos —que no a la política—, pues siempre he creído que la mejor forma de ejercerla es haciendo bien el trabajo de uno.
Pero aquel hombre no siempre fue así —o mejor: ¿no siempre fue así?—. Fernando Villavicencio, amado por muchos y odiado por muchos más, me atrevo a decir, fue polémico, tanto por su cuestionado título de periodista y comunicador social obtenido en Colombia (El Telégrafo, 2023, s.p.), como por ciertas declaraciones en las que admitía que, para sus investigaciones periodísticas, recurría al financiamiento de «empresarios pequeños [y] honestos» cuyas marcas no podían aparecer en su portal por temor a represalias (La Posta, 2019, 18m45s), por su actitud beligerante en general —la que, de 2021 a 2023, fue adquiriendo visos misóginos: llegó a insultar a rivales políticos (Redacción El Universo, 2022, s.p.), juezas (Vargas, 2023, s.p.) y periodistas (Fundamedios, 2023)—, y por su parcializada postura como presidente de la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional —«Bruno Segovia, asambleísta […] [lo] acusó de tener simpatías con Lasso» (Vélez, 2021, s.p.)—. Nada de esto, sin embargo, puede quitarle mérito a aquellas investigaciones suyas de largo aliento, las que provocaron la huida de los expresidentes Rafael Correa y Lenín Moreno, actualmente condenados por corrupción. No soy elegíaco ni busco cantarle una canción al hombre que por unos años de mi vida creí distinto, hasta que las palabras le cambiaron incluso el sentido de los gritos y acabó, igual que cualquier político de trastienda, volviéndose temible, no solo para sus asesinos, sino también para tantos otros y, sobre todo, para mí. «Es el mal peor», le dije a mamá dos días antes de que lo mataran.
Fernando hizo del anticorreísmo su bandera —por años me sentí a gusto, ciertamente soberbio, reconociéndome parte de esa corriente—, hasta que la memoria del autoritarismo y la corrupción se puso demodé. Entonces, convertimos el miedo en odio y permitimos, poco a poco, lo mismo que aborrecimos, pero al revés. A partir de ahí, hicimos un mea culpa sin eco y, creyéndonos moralmente superiores, subimos más la voz, para asegurar que lo del otro es peor, siempre es peor. El lema tenía —tiene— la simpleza de la imbecilidad: sí, podemos estar mal, pero con el otro estaríamos peor.
Yo creo que Villavicencio nos dio la mano cuando caíamos por el precipicio y luego, después de estrecharla, la retiró. No fue inesperado, hubo atisbos, señales de abandono, como cuando, en medio de la toma de la matriz de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, por parte de la policía, en Quito, durante el paro nacional de junio de 2022, tuiteó: «qué carajo es eso de “gestores culturales”» (2022, s.p.), o como cuando se alió a María Paula Romo, a quien antes había denunciado por repartir hospitales cuando hacía gala de su cargo de ministra de gobierno (Periodismo de Investigación, 2020, s.p.), esto con el fin de lanzar su candidatura presidencial. A pesar de ello, para ese exacto momento habíamos aprendido a aferrarnos a los salientes hechos de piedra, no porque él nos lo hubiera enseñado, sino porque solo entonces descubrimos que nos habíamos pasado cayendo, como un suicida que se lanza de un décimo piso y sobrevive.
Diego Fonseca dice que cuando jóvenes somos «héroes románticos», de viejos «héroes romanos». En la calidez de la cercanía nos reconocen por el nombre, en la frialdad de la distancia por el apellido. Fernando acabó en Villavicencio.
Fernando Villavicencio era candidato a la presidencia del Ecuador. Fotografía de cortesía de Getty Images e intervenida por Juan Contreras.
Adenda
Mi abuelo recordaba con nostalgia sus años de comunista (guiño) y su odisea bananera como último secretario sindical de la United Fruit Company, en Ecuador (guiño guiño). El usurero de la familia que jamás veló por mí ni por su hijo —o sea, mi padre— me enseñó que la empatía no era una moneda de cambio, sino un valor, una moral. Quiero pensar que las incongruencias de los seres humanos son parte de una suerte de dialéctica que dibuja una línea de progreso, aunque sea a las espaldas de la historia, o por lo menos a espaldas de sí mismos.
A veces esa línea hila unas palabras o una frase, la de mi abuelo fue que «uno no sabe de lo que es capaz cuando ama», cosa que nunca supe por él, sino, una vez más, por mi madre. A mí, Villavicencio, me parece, nos dejó tres consideraciones. Una la dijo como Fernando, mientras contaba cómo caminó por quince horas, en medio de la selva amazónica, durante un desesperado intento por burlar el cerco policial que le tendió Correa, tras haberlo denunciado por los presuntos delitos de lesa humanidad cometidos durante el 30 de septiembre de 2010. En esa ocasión dijo: «Que las lágrimas de nuestros hijos no hayan caído en vano», (2023, 3m45s).
Yo que no tengo niños ni perro, yo tan egoísta, apenas pienso en la llamada hiposa de mamá y en las palabras de la propia madre de Villavicencio (Ecuador Comunicación, 2023), quien, días después de su asesinato, bajo la helada noche quiteña, le entregó a su hijo, como último acto de amor, las últimas paladas de tierra, la última canción de cuna que aquí parafraseo:
Que el Ecuador te remede Fernando,
y mejor que tú.
Nos faltará el pan en la mesa,
no la dignidad.
La segunda consideración, en cambio, la tomo textualmente del discurso que Villavicencio (HomeProductions, 2023, 3min28s) dio veintinueve minutos antes de ser abatido: «La única felicidad que vale es aquella que surge del dolor más hondo», lo que suena a remedio de bobos, a justificación de lo absurdo, sobre todo, porque hoy la muerte nos es menos ajena que nunca —¿o más?—. Si este país no le empieza a encontrar un sentido a sus heridas se irá desdibujando lentamente hasta convertirse en una línea más de un ataúd multitudinario o, en el mejor de los casos, en una caricatura de diario La Hora.
La tercera se la dijo a Tamia, una de sus niñas, poco tiempo antes de morir (y aún no tengo qué hacer con aquella consideración final): «He aprendido que yo soy más de lo que pensaba» (Diario Expreso, 2023, 1m48s). Así dijo. Así dicen que dijo. Me pregunto: ¿será posible que podamos aprender algo, por mínimo que sea, de quiénes nos decepcionaron?
Referencias bibliográficas
Diario Expreso. (2023, agosto 22). Fernando Villavicencio: sus hijas, su legado [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=wkPdxb98G-o&t=87s
Ecuador Comunicación. (2023, agosto 11). Emotivas palabras de la madre de Fernando Villavicencio para darle su último adiós [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=bgZT6H8qwcQ
El Telégrafo. (2013, febrero 1). Candidatos a la Asamblea son investigados por títulos irregulares. El Telégrafo. https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/actualidad/1/candidatos-a-la-asamblea-son-investigados-por-titulos-irregulares
Fundamedios. (2023, abril 10). Reacción virulenta de asambleísta ecuatoriano contra generadores de contenido. https://www.fundamedios.org.ec/alertas/reaccion-virulenta-de-asambleista-ecuatoriano-contra-generadores-de-contenido/
Homeproductions. (2023, agosto 10). Fernando Villavicencio, último discurso del candidato presidencial en el Colegio Anderson de Quito [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=UNczEcS9O7c
La Posta. (2019, mayo 24). Castigo Divino: Zurita & Villavicencio [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=bwDpiOAjQak
Periodismo de investigación. (2020, junio 15). Parte uno: la estructura del gran reparto. https://periodismodeinvestigacion.com/2020/06/15/la-estructura/
Redacción El Universo. (2022, octubre 3). Fernando Villavicencio enfrenta nueva queja por llamar ‘puerca’ a legisladora Patricia Núñez, de la bancada UNES. El Universo. https://www.eluniverso.com/noticias/politica/fernando-villavicencio-enfrenta-nueva-queja-por-llamar-puerca-a-legisladora-patricia-nunez-de-la-bancada-unes-nota/
Redacción Plan V. (2023, mayo 15). La visita de Fernando Villavicencio a Liliana Febres-Cordero despierta suspicacias. Plan V. https://www.planv.com.ec/confidenciales/confidencial-politica/la-visita-fernando-villavicencio-liliana-febres-cordero
Vargas, V. [@vilmavargasva]. (2023, abril 9). Los mmv… Uy qué asco… Se pasó por la entrepierna… Como puerca… Me valen tres hectáreas… Sí, y nosotros le… [Tweet]. Twitter. https://twitter.com/vilmavargasva/status/1645093029852717058/photo/4
Vélez, R. (2022, noviembre 12). Fernando Villavicencio presentó informe del caso Pandora Papers. El Comercio. https://www.elcomercio.com/actualidad/politica/fernando-villavicencio-informe-caso-pandora-papers.html
Villavicencio, F. [@VillaFernando_]. (2022, junio 20). Qué carajo es eso de “gestores culturales” [Tweet]. Twitter. https://twitter.com/VillaFernando_/status/1539010120096555013
Villavicencio, F. [@fernandovillavicencioec]. (2023, julio 18). #EsTiempoDeValientes En este capítulo te narro por qué decidimos abandonar nuestro refugio en Sarayacu, y el “regalo” de la mafia [Archivo de video]. Instagram. https://www.instagram.com/reel/Cu3Bjcatpjd/?igshid=MTc4MmM1YmI2Ng==
Christian Espinoza Parra (Cuenca, 1996). Es cronista, editor y comunicador. Sus crónicas, relatos y críticas cinematográficas y literarias se han publicado en varias plataformas y revistas digitales ecuatorianas. Obtuvo el premio a mejor documental, por su cortometraje Un cuerpo sobre el mar, en el marco del programa Historias por contar, que entrega el American Film Showcase y la Embajada de Estados Unidos. Fue codirector del portal Los Cronistas.