Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

Pepita Machado: «El feminismo siempre las estará esperando»

Por: Issa Aguilar Jara

A Abigail Supliguicha y todas las víctimas de feminicidio.

Pepita Machado es abogada, activista feminista y artista. Fotografía de Jaime Villavicencio.

Tiene la habilidad del sarcasmo ampliamente desarrollada, algo que no se le da a cualquiera. Esto y sus opiniones informadas sobre diferentes problemáticas —hay que decirlo— la han convertido en una rockstar en Twitter1. Si bien su humor es una marca personal, es muy cautelosa, sensible y prudente con los temas en los que ha trabajado desde hace más de quince años y es esta labor la que la ha colocado en la esfera pública. María José Machado Arévalo es abogada, tiene estudios en Derecho Constitucional y está finalizando un doctorado en Ciencias Sociales. Además, es activista feminista, ha militado por los derechos humanos y forma parte del Movimiento de Mujeres de Cuenca, el que vela por la construcción y exigibilidad de los derechos de las mujeres. Desde esta lucidez tan necesaria, nos habla sobre lo duro que es ser mujer en un Ecuador violento.

De enero a septiembre de 2023 se han registrado 238 femicidios y muertes violentas por razones de género en Ecuador, el periodo más espeluznante en cuanto a violencia machista. ¿Cómo sobrevivimos las mujeres en un país así?

Ser mujer en este país no es fácil, todas experimentamos a diario violencia de nuestras parejas, de nuestros padres, de nuestros hermanos, del vecindario, de nuestros colegas de trabajo, en el transporte público, en las calles y en las redes sociales, que son un espacio de muchísima misoginia. Sin embargo, en medio de todo esto, somos las propias mujeres, desde nuestra capacidad de resiliencia y recursos colectivos, quienes podemos generar formas para sobrevivir en este Ecuador tan violento, además de intentar salir, individual y colectivamente, de una violencia que lamentablemente es transversal.

La violencia contra las mujeres es un fenómeno estructural, histórico y sostenido del que, por lo menos ahora, (siento que muchas, no todas lamentablemente) tenemos un poco más de conciencia. Pero, sin duda, los feminicidios han aumentado; 2022 y 2023 han sido años mortales para las mujeres y, en esa cifra que mencionas, la mayoría de feminicidios fueron perpetrados a manos del crimen organizado. El feminicidio ha ido modificando sus características, pasó de ser un fenómeno cometido en el entorno del hogar y la pareja, a ser perpetrado en espacios públicos, por parte de bandas delictivas del crimen organizado, con características similares a lo que viene ocurriendo desde los años 90 en Ciudad Juárez, México.

Entonces, el crimen organizado es un actor que nos obliga, como sociedad y principalmente al Estado, a hacer esfuerzos distintos para pensar la prevención y la erradicación de todas las formas de violencia, pero también a pensar que las mujeres estamos sometidas a una serie de violencias específicas. Yo creo que una de las principales está dada por este sistema económico que, en los dos últimos gobiernos, ha precarizado completamente las condiciones de vida de las jóvenes, de las emprendedoras, de las jefas de hogar y de las profesionales. Estuve revisando los datos de un estudio que hizo la agencia GIZ en Ecuador —cuyas actividades se centran en el desarrollo sostenible de los países—, sobre los costos de la violencia contra las mujeres emprendedoras; el estudio revela que ellas sufren mayor violencia por parte de sus parejas, porque, aunque nos han dicho que la autonomía económica puede ser una salida y es un factor protector, el hecho de generar recursos puede ser también un motivo de tensión o de apropiación de estos recursos por parte de los hombres. Este tipo de violencia atraviesa a todos los estratos sociales y niveles educativos, pero, ahora, en las provincias donde hay más presencia del crimen organizado, toma dimensiones más graves.

Además, la Unicef y la UNFPA Ecuador publicaron un estudio sobre uniones infantiles, tempranas y forzadas en el país que analiza el Censo 2022, según el cual existen 5217 niños —la mayoría niñas, obviamente—, de entre los 10 y 14 años, que están viviendo en pareja. Esto es una atrocidad, porque, según el Código Orgánico Integral Penal, toda relación sexual mantenida con una persona menor a 14 años es una violación y este es un tipo de violencia que ha sido totalmente normalizado.

Pepita de niña en medio de una fiesta. Cortesía.

¿Cuál es la diferencia entre femicidio y feminicidio?

Es una diferencia conceptual de los debates latinoamericanos en torno a la muerte violenta de las mujeres. El término femicidio se puede entender como el asesinato de una mujer y tiende a mirarse como un hecho más individual, mientras que el término feminicidio le da a la muerte de las mujeres una connotación de ‘genocidio’, en el sentido de que no son muertes que ocurren de manera aislada, sino que obedecen a una estructura y a un sistema patriarcal, por eso tiene características del crimen de guerra y un factor de impunidad estatal perpetrada, tanto por la falta de prevención como por la falta de atención a las víctimas, quienes quedan desprotegidas al momento de la denuncia y cuando deciden separarse de sus agresores. Además, no existe una reparación integral de los derechos de las familias y de los hijos e hijas de las víctimas de feminicidio. Aunque, en ambos casos, la responsabilidad siempre será estatal.

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Para María José es más común que la llamen Pepita, esa debilidad por el diminutivo que tenemos los cuencanos. La Pepita de apenas 22 años fue la que, en 2009, incursionó en la política por elección popular, primero como concejala suplente y, luego, a los 26 como concejala principal. Cuenta que en ese momento no sabía nombrarlo, pero que padecía el síndrome de la impostora, pues, aunque era estudiante de Derecho, tenía experiencia laboral en el sector público y el Concejo Cantonal de Cuenca incluyó a mujeres en su mayoría, ella sentía que no encajaba. «Mi juventud y el sistema adultocéntrico y patriarcal me hacían minimizar mis capacidades. Al menos ahora tengo la sensibilidad de reconocerlo y decirlo públicamente, porque, aunque no creo que sean sentimientos ajenos a los hombres, quizá somos las mujeres quienes más los expresamos en un mundo tan masculinizado como es la política».

A todo esto, ¿qué ha significado el feminismo en tu vida?

El feminismo, para mí, lo ha sido todo. Yo me descubrí feminista al terminar la universidad, antes de eso no tenía mucha conciencia al respecto, porque veía mi propio hogar como un lugar bastante igualitario. Después me puse las gafas violetas y fui descubriendo el mundo. Me hice feminista cuando estudié en la Universidad Andina Simón Bolívar, quizá mi llegada fue a través de la teoría. Hice mi tesis sobre la participación política de las mujeres y la paridad de género, mientras ejercía como concejala. Más tarde, comprendí el feminismo desde la política pública, ocupando cargos en Cuenca y en Quito. Ahora lo sigo comprendiendo desde el trabajo de campo, acompañando a las organizaciones de mujeres trabajadoras del sector bananero. Todo esto me ha dado el privilegio de conectar con colectivos de todo el país y conocer el feminismo que se ejerce desde las organizaciones afrodescendientes, indígenas, los feminismos más jóvenes e, incluso, los debates y las tensiones que hay en esta diversidad.

En conjunto, aquello ha significado una transformación radical y profunda de mi vida. Creo que el feminismo ayuda también a mirar las injusticias que hemos experimentado en la propia carne. Claro que es un proceso imperfecto e inacabado, porque, por más que una sepa y domine la teoría, muchas veces se da cuenta de que vuelve a ser víctima de este sistema. Por eso, tomar conciencia permite modificar los comportamientos, esa es la riqueza de los estudios feministas. Para mí, la enseñanza del feminismo ha sido aprender a mirar con amor y compasión, a mí misma y a otras mujeres.

María José Machado Arévalo ha entregado gran parte de su vida a los estudios feministas. Fotografía de Jaime Villavicencio.

¿Alguna vez has sentido desgaste y ganas de «tirar la toalla» en el activismo?

Por supuesto, sobre todo en un momento en el que siento que el activismo también se vuelve otro rol para nosotras las mujeres. En realidad, es un trabajo que algunas veces ha sido remunerado y otras no, es decir, no siempre se tiene la capacidad de sostener una labor colectiva militante sin tener un resguardo material. Entonces, en estos últimos años, sí he priorizado el autocuidado y las actividades remuneradas. Creo que haber entregado durante tantos años mi pensamiento y mi escritura ha sido importante, y no me arrepiento, pero también me ha tocado canalizar esa entrega. Una se cansa, no solo porque la misoginia es fuerte o porque los grupos antiderechos nos hacen temer por nuestra seguridad o porque la valentía puede resultar costosa, sino porque el activismo es un trabajo muy agotador que se asume o se espera que sea gratuito.

Ahora que lo mencionas, hay una percepción colectiva de que los grupos antiderechos han tomado una fuerza preocupante en Latinoamérica. ¿Qué crees que está pasando para que tengan tanto alcance?

La gente, de algún modo, los ve como «salvadores». Tal es así que los actores conservadores han tenido tiempo para profesionalizarse y mejorar sus estrategias de respuesta y arremetida. Ellos utilizan la propaganda, es decir, presentan información sesgada y engañosa que apela a las emociones, por eso van de la mano de las pseudociencias y las teorías de conspiración. Crean un enemigo común y una retórica belicista, donde los niños y las niñas son muy utilizados como pretexto para atemorizar, sin embargo, la violencia sexual o la deserción escolar no están en su agenda. No olvidemos que también se aprovechan de los recursos que el propio sistema democrático les ha dado, por ejemplo, algunas mujeres antiderechos, como Verónica Abad, Mamela Fiallo o Amparo Medina, emulan los mismos mecanismos del movimiento feminista para llegar al escenario público, con el fin de conmover y asustar a una parte de la población que está enojada y no informada. Además, estos grupos están financiados por las cúpulas de las Iglesias evangélica y católica, y por otras instituciones patriarcales con las que han encontrado una agenda común: el ataque a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de las personas de las diversidades sexogenéricas. Lo que quieren finalmente es controlar la reproducción, que es un tema fundamental para el capitalismo y es funcional al sistema neoliberal. Tener un exceso de población en situación de pobreza que no conozca sus derechos les permitirá que haya más mano de obra barata y precarizada.

Partamos de que los grupos antiderechos siempre han existido, pero el activismo feminista y el feminismo institucional, a partir de las agendas internacionales, fueron tomando mucha fuerza en los años ochentas y noventas, esta presencia, sumada al uso de las redes sociales, la toma de las calles y las luchas en América Latina por la despenalización del aborto, ha dado como resultado movilizaciones inéditas en el mundo, lo que, evidentemente, molesta al patriarcado.

Pero hay otra cosa: las opciones de izquierda tampoco han sido capaces de sostener condiciones de vida digna para la población, así que la derecha es muy hábil para mentir y dar «soluciones mágicas» que encauzan toda la indignación popular. Son estrategias populistas que capitalizan, por ejemplo, el odio a las personas migrantes, a las personas racializadas, provocan la distinción entre el buen y el mal ciudadano, y ofrecen una suerte de «limpieza social». Yo veía que Daniel Noboa era el representante de esa derecha, aunque me parece que, como dijo alguien en Twitter, va a ser una derecha un poco más fancy, quizá heredera de ciertas oligarquías o grupos empresariales extranjeros. Esperemos que estén basados en el respeto a los derechos humanos que, finalmente, es el programa constitucional que debería cumplir cualquier gobierno.

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Mañana será otro día (2022), una de las ilustraciones de Pepita Machado. Cortesía.

Además de esa dedicación al estudio de los derechos de las mujeres y su trabajo como servidora pública en diversas áreas sociales, Pepita Machado es también artista: la pintura y la literatura ocupan su corazón, el que, según dice, está dividido entre el arte, la vida emocional y el derecho. La he escuchado con tal atención que, durante toda la entrevista no he dejado de pensar en el cuento de hadas «Barba Azul» y en cómo las realidades a las que estamos expuestas las mujeres pueden caber en esas narrativas escritas hace cientos de años. Cada respuesta suya me ha hecho imaginar un óleo sobre lienzo, donde, tal como en el cuento de hadas, el depredador se gana sigilosamente la confianza de su víctima. Le quiero hacer preguntas incómodas, polémicas, de esas que generan debates en las reuniones entre amigos y familiares, donde podría o no haber, al menos, un barba azul.

¿Pueden los hombres ser feministas?

A mí no me gustaría dar una respuesta de sí o no, porque conozco hombres feministas, sobre todo, hombres homosexuales que tienen un compromiso y una militancia feminista de toda la vida. Creo que se puede enarbolar el feminismo en un nivel intelectual, pero otra cosa muy diferente es vivir una vida feminista. Es decir, un hombre, más que feminista, debería ser antipatriarcal y deconstruir los términos violentos y tóxicos de su propia identidad masculina hegemónica, eso implica una renuncia a los privilegios y un trabajo de pares con otros hombres en su proceso de despatriarcalización. Hablo de alguien que en el hogar sea un buen padre, un buen compañero… porque conocemos un montón de hombres que son «aliados feministas» de discurso, cuyas vidas están permeadas por la infidelidad, el maltrato a sus parejas o por la violencia patrimonial. No tengo estudios para afirmar que los aliados son más proclives a ejercer violencias, pero se han dado casos en los que estos hombres captan las vulnerabilidades o se camuflan muy bien y pueden seguir siendo machistas, pero de una manera más sofisticada o más encubierta.

Pienso que sí puede haber hombres con mucha sensibilidad feminista, no creo que el espíritu feminista sea algo exclusivo de mujeres, pero, si yo fuera hombre, no me pondría la etiqueta de feminista. Porque sentiría que estoy usurpando el lugar de una identidad política que es de liberación para las mujeres, aunque también ha sido de emancipación para los propios hombres. Como te digo, creo que los hombres podrían ayudar muchísimo en la modificación de la conciencia de sus pares: confrontándolos.

Todas hemos sido la amiga que no se da cuenta y también hemos estado del otro lado diciendo: «Amiga, date cuenta». En situaciones en las que mujeres cercanas y queridas están en un círculo de violencia del que no pueden salir, ¿cómo podemos acompañar amorosamente?

Los estudios sobre la violencia contra las mujeres dicen que la mujer que se encuentra en una situación de violencia no siempre está consciente de aquello. Entonces, yo creo que es una primera riqueza que las mujeres decidan hablar con alguien. Las psicólogas y demás expertas recomiendan que nuestra amiga, nuestra hermana o quien sea que haya acudido a nosotras sepa que estamos para ella. Pero también hay que tomar en cuenta varios factores, el círculo de violencia es un proceso cíclico muy poderoso, porque el agresor tiene la capacidad de, a partir de una serie de actos de manipulación, cercar a la víctima y alejarla de su entorno familiar y de sus amistades, así la desvaloriza y disminuye su autoestima. Otra cosa importante es entender que esa persona está en un proceso de victimización muy complejo, por eso hay que verla con mucho amor y empatía. No es fácil, a veces existe una fuerte dependencia emocional, económica o sexual.

Finalmente, ¿qué les dirías a las mujeres que no se sienten identificadas con el feminismo, porque, quizá, todavía no reconocen lo que las organizaciones y colectivos feministas han hecho a favor de sus derechos?.

Les digo que el feminismo siempre las estará esperando. Yo puedo entender que no se sientan, a priori, identificadas. Primero porque, de pronto, no han vivido situaciones de violencia que les hayan hecho tomar una conciencia radical de la desigualdad que vivimos por el hecho de ser mujeres; luego, porque tendemos a idealizar y naturalizar muchas formas de violencia. Entonces, a las mujeres que viven en un entorno justo y están rodeadas de figuras masculinas positivas, solo quisiera llamarles a mirar las estadísticas: 8 de cada 10 mujeres han sido víctimas de violencia; la mayoría de pobres en este país son mujeres; acceder a la educación primaria, secundaria y superior ha sido todo un camino para las mujeres; en política y economía las mujeres estamos menos representadas que los hombres y, si hay mujeres en esos espacios, es gracias al feminismo. Creo que es importante ampliar la mirada.

Pienso también que parte de este proceso es respetar que muchas mujeres, probablemente, no se consideran feministas porque creen que para serlo es necesaria una militancia estudiosa, llevar el cartel, tener una identidad feminista al cien por ciento, cuando, más bien, es una cuestión de cultivar una mirada crítica frente a la vida y las desigualdades, es una postura política. Estoy convencida de que este distanciamiento tiene que ver con una falta de conocimiento del mundo y del feminismo y sus diversidades, porque me parece muy difícil creer que una mujer esté en contra de sí misma.

1 Sabemos que ahora se llama X, pero nos preguntamos si alguien realmente le dice así.

Issa Aguilar Jara (Cuenca, Ecuador, 1988). Es periodista, escritora e hinchapelotas como si no hubiese un mañana.

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