Reflexiones sobre el cine ecuatoriano: escasez, calidad y audiencia
Por: Juana Merchán
Función de Si yo muero primero de Rodolfo Muñoz en las escalinatas Juana de Oro, Festival de Cine La Orquídea (noviembre, 2017). Fotografía cortesía de Mateo García Game intervenida por Juan Contreras.
Era el jueves 30 de noviembre de 2017, yo hacía la cobertura del Festival de Cine La Orquídea Cuenca. Después de un día ajetreado, nos esperaba una noche de cine ecuatoriano. Llegamos al Teatro Sucre y nos encontramos con una larga fila de gente que se había quedado fuera para ver Huahua de Joshi Espinosa. El teatro estaba repleto. Media hora después, bajamos hasta las escalinatas Juana de Oro y, para nuestra sorpresa, más de 1500 personas estaban sentadas en las gradas, en el puente, en la vereda y hasta en la calzada. Con sonrisas en el rostro miraban el documental sobre Julio Jaramillo, Si yo muero primero de Rodolfo Muñoz.
Cuando me preguntan si la gente ve o le gusta el cine ecuatoriano, recordar este día me motiva a decir que sí; pero, cuando pienso en las veces que voy al cine y soy una de las seis personas en la sala y de las pocas que se quedan hasta el final de una película, mi respuesta es no. ¿Por qué la gente no ve ni disfruta del cine ecuatoriano?, ¿acaso es la poca oferta de películas nacionales en cartelera?, ¿es la falta de promoción?, ¿es desinterés por malas experiencias previas?, ¿es cuestión de calidad?, ¿qué pasa en un país con escasa producción cinematográfica?, ¿qué sucede con un pueblo que no se ve representado en pantalla?, ¿qué imagen tienen estos espectadores de su país y de sí mismos?
En primer lugar, consideremos la oferta. A pesar de que la historia del cine en Ecuador inició en 1926, la cantidad de producciones realizadas en el país es baja en comparación a otros de la región. Por una década, las políticas públicas y la continuidad que se les dio desde lo institucional lograron resultados significativos, pero la inestabilidad política y económica de los últimos años ha dejado al sector cinematográfico pobre, con mínimos recursos para la producción, distribución y promoción de películas. Esto, sumado al monopolio de Hollywood, deja al cine ecuatoriano en una seria desventaja comercial.
En 2023, la cartelera comercial de Ecuador solo presentó 4 películas ecuatorianas; de enero a marzo de 2024, tan solo se mostraron 3 filmes nacionales. Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras. Cortesía.
En 2023, de los más de 170 largometrajes presentados en la cartelera comercial de Ecuador, solo 4 fueron ecuatorianos: La piel pulpo, Distorsión, Neisi: La fuerza de un sueño y Los Wánabis. Es decir, menos del 3 % de las producciones fueron nacionales. Este año, de enero a marzo, un total de 58 películas se han estrenado en salas; de esas, 3 fueron nacionales: Al otro lado de la niebla de Sebastián Cordero, Amor en tiempos de likes (reestreno) de Alejandro Lalaleo y Los Wánabis de Santiago Paladines, esta última que busca una nueva oportunidad, tras su lanzamiento el año pasado.
Además de la escasa cantidad de películas producidas, surge el tema de la calidad. Se podría argumentar que la mayor parte del cine ecuatoriano no está orientado hacia un público acostumbrado a consumir cine convencional. Más bien, se dirige hacia un nicho que gusta de lo independiente y de autor, pero incluso este grupo no las aprecia. Películas como La piel pulpo o Lo invisible han sido presentadas en importantes festivales internacionales, pero no han logrado impactar ni al público más cinéfilo ni a la crítica y mucho menos al público masivo. En contraste, películas como Dedicada a mi ex o Misfit, eres o te haces han tenido éxito en taquilla al ofrecer géneros y formas accesibles, pero tampoco han logrado convencer a la audiencia más especializada.
Entonces, ¿es el público? Hay quienes argumentan que la audiencia no aprecia el cine ecuatoriano o el cine independiente en general, porque no ha tenido una alfabetización audiovisual que les permita valorar estas obras artísticas. Es un argumento válido, pues en un mundo sobresaturado de imágenes en movimiento, aprender a analizar las películas sobre su nivel de entretenimiento es necesario. Sin embargo, atribuir la responsabilidad únicamente a los espectadores resulta absurdo, ya que no debemos subestimar al público o culparlo de ignorancia o mal gusto, cuando son los mismos cineastas quienes no han conseguido hacer obras que conecten ni con la audiencia en general ni con la más instruida en el tema.
Nos encontramos entonces con una escasez de películas —muchas de calidad regular—, en la que la mayoría no logra conectar con ningún tipo de audiencia. En este escenario, la respuesta no es hacer cine más comercial, sino mejor cine; pues, en última instancia, el público solo quiere buenas historias. Cuando un argumento es genuinamente bueno, trasciende las etiquetas de «comercial» o «independiente» y tiene la capacidad de resonar con cualquier espectador de manera profunda y universal. El talento y la destreza técnica para hacer películas en Ecuador existe, solo falta perfeccionar las historias.
Por otro lado, la implementación de políticas propuestas en la Ley Orgánica para la Transformación Digital y Audiovisual podría fomentar un incremento en la inversión privada para la financiación de películas, lo que a su vez impulsaría la producción cinematográfica. Esta combinación, junto con el talento innegable que existe en el país, podría transformar el panorama nacional del cine ecuatoriano.
Es responsabilidad compartida de los cineastas, el público, las autoridades y las instituciones culturales encontrar la manera de convertir al cine nacional en una forma de arte y entretenimiento de calidad, así como en una industria estable y competitiva. Después de todo, un país sin cine es un país que carece de memoria e identidad. El cine ejerce una influencia significativa en nuestra percepción del mundo y de los demás, en la construcción tanto de nuestra identidad individual como colectiva, en la preservación de nuestra memoria y en la proyección de nuestra cultura hacia el mundo exterior. Por lo tanto, establecer una industria cinematográfica sólida en Ecuador es crucial en términos económicos, sociales y artísticos.
Mientras tanto, ese jueves de noviembre siempre estará grabado en mi memoria, como una realidad palpable, como un sueño alcanzable. Mantengo la esperanza de que ese día deje de ser un evento aislado y se convierta en un hábito, que el público se acostumbre a ver y disfrutar el cine nacional, sin dudar en adquirir un boleto, sin pensar en la superioridad de las producciones extranjeras. Anhelo que los ecuatorianos se animen a mirar y valorar nuestras historias, las que solo nosotros podemos contar.
Juana Merchán. Es licenciada en Comunicación Social, magíster en Gestión Cultural y, sobre todo, cinéfila. Ha centrado su vida profesional en la comunicación y promoción cinematográfica, colaborando con festivales de cine y productoras audiovisuales. En la actualidad, se dedica a la gestión de proyectos culturales orientados a la exhibición, educación y formación en el ámbito cinematográfico y audiovisual.