Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 23

noviembre-diciembre 2024 | CUENCA, ECUADOR

Un hombre habita dentro de mí: el espectro y su registro en «Retrato de un hombre invisible»

Por: Lenin Luis Ponce

 

Coloca una hoja en blanco sobre la mesa y
escribe estas palabras con su pluma:
Fue. Nunca volverá a ser.

PAUL AUSTER

Es posible que aquella fuera la confesión
que el agua quería obtener de mí:
que hablara la lengua de mis padres.

AMÉLIE NOTHOMB

Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.

Una persona puede pasar su vida entera fingiendo que lo que escribe no está atravesado por una clave ausente que lo abate en secreto. Puede evitarla durante años, acaso consciente de que, en algún momento de su vida, no huirá de sus garras y encontrará la tranquilidad arrebatada por su presencia. Cuando, «de repente, aparece la muerte», cambia el esquema. «Retrato de un hombre invisible», la primera parte de La invención de la soledad (1982) de Paul Auster, habla de eso, pero también del terror de mirarse al espejo, un día cualquiera, y encontrar en nosotros mismos una mínima similitud con nuestros padres, a quienes se puede querer y detestar por partes iguales, sin que esto represente un problema.

Tras la muerte de su padre, Auster sigue los últimos pasos dejados por él, con la intención de hallar un tanto de claridad en la vida de un hombre distante. Desde las primeras páginas de «Retrato de un hombre invisible», entendemos que estamos a punto de leer una puesta en escena acelerada, comprometida a una causa personal y extraliteraria: la permanencia misma —no la de Auster como escritor, sino la de su padre—, el espectro que da sentido a la pérdida. Este duelo, resuelve Auster, solo podría ser llevado a cabo a través de su registro, en el encuentro entre hijo y ausencia. La escritura, entonces, huye de las ficciones y pretende apegarse a la realidad, para encontrar en ella una respuesta con la que colmar las resignaciones y vacíos. Un padre que, hasta hace unos días permanecía resguardado en su cotidianeidad, ahora abandona su espacio, sin oportunidad a las últimas palabras, a las confesiones, a la sucesión de invenciones propias y alejadas de la paternidad.

El narrador acude a la casa para encontrarse repentinamente con la cercanía de la que ha sido privado durante las últimas décadas de su vida. Se enfrenta a los vestigios de una existencia en cese, un hombre que, iniciada su escritura, habita dentro de él. A propósito de las pertenencias, dice: «Cuando una vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas intangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen». Más que una compensación, una recompensa en forma de artefactos del recuerdo, se convierten en un anuncio mediante el que se recuerda al infractor, al curioso, que pretende cruzar un territorio, hasta hace unos momentos, infranqueable.

A medida que se deshace de las pertenencias de su padre, rememora su propia infancia y reflexiona sobre su relación con el hombre. Piensa en los primeros temores, en la búsqueda por su atención, pero también en el cariño y el respeto que le causaba su imagen. «Había perdido a mi padre; pero al mismo tiempo lo había encontrado», sentencia al hallar sus fotografías. Como ocurre con Kafka y su trágica Carta al padre (1919), aquí la figura del progenitor se ve representada por dos caras habituales: un leve sentido de tiranía, intrínseco en la relación con el hijo, y una noción vaga de juventud pospuesta, que se halla una vez que se mira al padre con ojos de igual. Mientras que la primera ocupa el pasado de la niñez, la segunda ocupa el presente, donde, con el tiempo, uno comienza a horrorizarse por la similitud que tiene con sus padres.

Leer «Retrato de un hombre invisible» nos permite reflexionar en torno a la escritura como mecanismo para salvaguardarse ante la pérdida. Encontrar en el registro una manera de enfrentarse a la tristeza. Así mismo, nos incita a cuestionarnos qué tan cierto es que perdonar a un padre, en la mayoría de los casos, también suponga perdonar a un abuelo. Al respecto, Auster prepara una búsqueda que lo conduce hacia la infancia del padre: el origen del desconcierto. En ella dará con rencillas familiares, violencia doméstica y un asesinato. Con esta historia familiar, en la que encuentra leves indicios con respecto al comportamiento de su padre, Auster logra transformar los eventos en una breve narración detectivesca, sin abandonar los afectos que iniciaron la búsqueda. Al fin y al cabo, se trata de la crudeza de encontrar un porqué.

Concibo a «El libro de la memoria», la otra parte que compone La invención de la soledad, como una demostración brutal de los hilos que tensan esa pérdida, esa ausencia. De hecho, la movilizan hacia el lado de la investigación literaria y referencial. Consciente del carácter universal de la paternidad y el duelo, Auster habita su experiencia propia a partir de la ajena —pasajes del diario de Pascal, versos de Mallarmé, cartas de Flaubert, pasajes bíblicos y otros fragmentos literarios—, sea o no reveladora. Si en el antes hablaba sobre el abuelo, esta parte se centra en la generación siguiente a la suya, ocupada por los herederos del amor o la crueldad masculina, porque, al hablar de un niño que se guía tomado de la mano, es imposible no referirse a los que antes caminaron sueltos, abandonados. Auster describe, en el descubrimiento y en la paternidad, sus afectos y reflejos, como una interrogante enorme, imposible de saber a menos que se pregunte: ¿será que ellos, en su momento, sintieron lo mismo conmigo? Si no hay una respuesta, coloquemos, entonces, una hoja en blanco sobre nuestra frente. Ella, sin necesidad de intervención, nos dirá: «Soy. Posiblemente siga siendo durante un tiempo más. Quien viene después de mí tampoco la tendrá fácil». Si estamos conscientes de ello, nos pareceremos un poco menos a nuestros padres.

Lenin Luis Ponce (Guayaquil, 2001). Estudió Literatura, con enfoque en edición y escritura creativa, en la Universidad de las Artes. Es parte de proyectos de investigación que giran en torno a las producciones literarias nacionales, además, es miembro del departamento de crítica en el Blog-F-ILIA, del Instituto Latinoamericano de Investigación en Artes, donde escribe y edita. Ocasionalmente colabora como editor adjunto y asistente editorial en UArtes Ediciones. Varios de sus poemas se han publicado en distintos medios digitales, como Revista Anapoyesis (México), Antología Policarpa Salavarrieta del Centro Cultural Pandora Ediciones (Colombia) o el Plaquette de Editorial Naranja Cuadrada (Guayaquil). Recibió una mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía Lanfor Abierta.

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