Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 23

noviembre-diciembre 2024 | CUENCA, ECUADOR

Un sorbito de recuerdos o (des)memoria, a la ecuatoriana

Por: Sebastián Vera

 

Nada se ha perdido para siempre.
Pero algo definitivamente muere, aunque no sea el cuerpo.
KAROL NOROÑA, Ausencias: nombrar al Ecuador profundo

Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.

¿Qué implica la memoria? ¿Es mejor volverla olvido o mantenerla parasitando en la cabeza? Memoria: magia incómoda, sueño elaborado con retazos de elementos familiares y extranjeros, que fulminan la soberbia gracias a la finitud del recuerdo —desengaño desdichadamente fugaz—. Memoria: libro de esbozos, poema infinito, derrame de imágenes espontáneas, marea del pensamiento. Memoria: postura histórica, recuerdo de lo que fue y lo que pudo haber sido, salvación gradual, culto a la conmemoración.

Actualmente, (sobre)vivimos del recuerdo. Nuestra capacidad de contar historias y comunicar experiencias parece ya no pasar por el filtro de lo vivido, sino por una nostalgia ácida, un dolor conocido: el desencanto. Tomemos como ejemplo la reconciliación de los ecuatorianos con nuestra amnesia colectiva. ¿Ejercitamos la memoria cuando elegimos a uno de los principales responsables del Feriado Bancario y a sus amigos, para que estén al frente del Gobierno, a pesar de contar con un registro digital y accesible del pasado y sus consecuencias? Tzantza Matantza —banda icónica del rap nacional— e Igor Icaza —legendario músico y productor latacungueño— exploran este tema en su canción «Simón esos son».

¿Qué vale la pena recordar y qué olvidar? El antropólogo francés Marc Augé asegura que «el recuerdo es la impresión que permanece en la memoria: no lo olvidamos todo; tampoco recordamos todo. Recordar u olvidar es hacer una labor de jardinería: seleccionar, podar». Ese limbo de transiciones compone nuestros relatos. Elegimos, consciente o inconscientemente, aquello que constituye los recuerdos y el olvido. Flotamos confundidos entre ruinas, entre las realidades de historias de fantasmas que, como nos hemos repetido, existieron. Es la memoria la que, en el espejo, nos hace vernos hermosos y malditos.

El caso del exfutbolista Jaime Iván Kaviedes Llorentty pone de manifiesto la fluidez de las interacciones que existen entre el recuerdo y el olvido. Por un lado, tenemos la imagen de uno de los mejores futbolistas ecuatorianos de todos los tiempos: el máximo goleador del mundo con Emelec en 1998; el jovencito santodomingueño que nos ofreció, con su gol de cabeza, nuestra primera clasificación a un Mundial de Fútbol, el 7 de noviembre de 2001. Por el otro, se encuentra el humano depredado por el vicio, los traumas, la indisciplina, el derroche e innumerables polémicas —entre las más dolorosas y patéticas: hallarse borracho y golpeado en Tena—. ¿Qué elegimos recordar?

Jaime Iván, el Nine Kaviedes, anota el gol de clasificación de Ecuador a un Mundial de Fútbol. Cortesía.

También se puede resucitar en la memoria, siempre y cuando: respiremos y vivamos peligro y catástrofe de amor, muerte, belleza, pavor o fe, para llorar y reír, en este teatro personalísimo, donde el libreto es un papiro ciego que ronda los rincones de nuestra piel, encendiendo la última oración frenética, sin someterla a filtros o revisiones. La búsqueda de la añoranza, de respuestas, de los espacios de las ausencias, de manifiestos de saudades y del encuentro con nuestras devociones es necesaria para desmoronar el retrato huérfano y desamparado de las fantasías: sabiduría esencial, verdad restituida por nuestro vacío irrecuperable. 

El documental La muerte de Jaime Roldós (2013), de Lisandra I. Rivera y Manolo Sarmiento, inicia con una frase lapidaria, que cita Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea, y ejemplifica perfectamente lo que nos hace ecuatorianos: «la incapacidad de relacionar una cosa con la otra». A través de las dos muertes del presidente Roldós que se examinan en la película, diseccionamos nuestra identidad e historia posdictadura, nos enfrentamos a lo imborrable e innombrable, a las reminiscencias políticas que nos han llevado al país que somos ahora, uno de pasiones distantes y tan tristes como nuestra democracia. Además, este filme es un reflejo de cómo perpetuamos nuestras propias desgracias, a causa de negar un deber social, crítico y esencial: el recuerdo.

Hay deseo en querer comunicarlo todo, de manera urgente y hasta contradictoria, en el secreto y lo que se oculta. Ahí fingimos, dramatizamos y nos tentamos. Este (des)propósito sin sentido sirve para ladrar al tiempo, en nuestra búsqueda de la nada, y para ser felices, abrazando la espontaneidad que nos desfigura y distorsiona. La mentira sirve para revelar únicamente la verdad y su intensa expresión de pasiones y percepciones, de modo que aquello que nos es propio e intrínseco, sea lo único que nos caracterice: el cúmulo de nociones en perpetua agitación y, dentro de nuestra mente, destellos de ensueños, diario cósmico.

¿Qué le da vida a la memoria?: palabras, imágenes, sonidos, sabores y texturas extraídos de la consciencia; sus fallas, digresiones y vacilaciones. Bajo el cielo de tinta, todos escriben, con su pluma rota, recuerdos y amnesias, con un dolor potente, casi nauseabundo. No puedes dejar de partirte la cabeza, con un martillo de recuerdos y olvidos, para encontrarle algún núcleo a la palabra memoria.

Sebastián Vera (1994). Es un periodista independiente de la ciudad de Quito. Ha publicado textos en los medios digitales PlayClip, Notify, Los Cronistas y La Contra, también ha participado como colaborador en El Notimercio. En 2024, ganó becas de la Fundación Gabo y el medio digital GK. Su camino es el de las hibridaciones y el remix de narrativas. Una pequeña parte de su poema 6 caídas en el tiempo fue publicada en el diario El Espectador de Chimborazo, para la sección La Tecla Crítica.

Scroll al inicio