Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 21

AGOSTO-SEPTIEMBRE 2024 | CUENCA, ECUADOR

La estética del cemento

Por: Andy Cambisaca

Marco Antonio Torres (B-boy Tony Dog), Steven Angelo Rivera (B-boy Enno), Darwin Pintado (B-boy Dafer), Raul Pérez (B-boy U Lil), Andy Cambisaca (B-boy Camby) de Sucre Crew y Ariana Macías Villa (B-girl Ari) de Bboy Dance Studio. Fotografías de Rosalía Vázquez Moreno e Ian Álvarez (archivo), intervenidas por Juan Contreras.

Deambulan sin prisa, por los límites de una ciudad, artistas improvisados que, de manera exhaustiva, estudian las técnicas de la calle y prestan la carne para que algo emerja desde dentro, algo tan violento por la forma en que brota, algo como un escupitajo que cae sobre estas calles adoquinadas.

Cuando Héctor Lavoe dijo que «La calle es una selva de cemento / y de fieras salvajes, cómo no», nunca imaginó que con eso retrataría a los b-boys y las b-girls, seres cuadrúpedos que, guiados por ritmos robados (samples), ofrecen sus manos para apoyarlas contra el piso y construir una danza híbrida, medio bestial, medio acrobática, medio robada también. Fiesta violenta entre ladrones, fieras, equilibristas y artistas, todos incompletos o improvisados forjan, sin querer, un movimiento espontáneo que se abre paso, entre lo espeso de esta pequeña jungla.

Al igual que cualquier otro artesano, el b-boy o la b-girl, danzante de cuatro patas, curte sus manos en el fuego, hasta que estas ya no sientan nada, y acosa sus extremidades tanto como puede, para que sean una con el pavimento. Moretones, torceduras, lesiones, todo hasta conseguir el tan ansiado callo. Lo que para muchos representa un déficit estético, para el b-boy o la b-girl representa un logro y también el final del primer sufrimiento.

Esa pequeña deformación o, mejor dicho, transformación —en patas, garras, hombros, espalda y lengua— hace que el cuerpo se acostumbre a los impactos, a algo así como poner el dedo en la llaga una y otra vez, hasta que el dolor y el ardor sean solo otra circunstancia del presente. Así mismo sucede con el animal que se impacta con el pavimento, una y otra vez, hasta encontrar un camino que, aunque árido, le permita cohabitar con la colisión y avanzar. El callo que protege al b-boy o a la b-girl es un precio que debe estar dispuesto a pagar, si quiere desplazarse por la selva de cemento como una fiera salvaje.

Cuando están bien aprendidas las técnicas del pavimento, la bestia pone su mundo de cabeza, trepa por las paredes y se desplaza cual serpiente, todo esto da luces a una danza primitiva que brota desde los instintos y que escucha al impulso. En el transcurso de esta primera etapa, junto con la aparición del callo, la criatura experimentará también otras mutaciones: perderá el pelaje, sus costumbres, su ropaje y la vergüenza.

El segundo sufrimiento es el más complejo, pues, ya comprendidas las técnicas del cemento, el pobre animal, de un momento a otro, tiene que dar el salto evolutivo: olvidarse de sus cuatro patas, erguirse y caminar en dos; debe entender que, por poco doméstico que pueda llegar a ser, esta es una selva y no todo se rige por su libre albedrío. Las leyes de la naturaleza son las mismas para todos: para comer, hay que cazar, y esto le compete también al b-boy o a la b-girl, porque no solo de expresiones violentas se sobrevive.

Este proceso evolutivo es quizá el más duro: ¿cómo se le pide a una bestia que deje de serlo? La fiera no logra asimilar el abandono de sus callos, pero la necesidad le obliga a ponerse de pie, para así adentrarse, en dos patas, a la urbe. En este punto, habiendo adormecido el instinto, más de uno se ha olvidado de que es cuadrúpedo, ha perdido el callo y ha encontrado otras formas de hacerle frente a los depredadores. Otros, por su parte, intentan conservarlo: usan sus cuatro patas a escondidas, en las noches, en su tiempo libre y, aunque resulta pesado, se yerguen cuando la necesidad les llama. Buscan enfrentar a la urbe tratando de mantener el callo, para que, cuando sea necesario volver a ser salvajes, sus cuatro patas estén dispuestas. Por último, están los que jamás abandonan su instinto cuadrúpedo. Reacios a la evolución, deciden salir a la urbe e intentan hacer valer su posición. Los puedes ver caminando a la par de los seres de dos patas, las técnicas del cemento les permiten seguirles el paso y aguantar estas calles de adoquines mal acomodados.

Las bestias, los pocos que se sostienen en su naturaleza primitiva, se rehúsan a abandonar el callo. Intentarán suplir las adversidades con ideales y expresiones violentas. Convierten su movimiento salvaje y lo adaptan para conseguir un lugar en la urbe, en el que vivir en cuatro patas no solo represente libertad, sino también remuneración. Al fin y al cabo, como cualquier otro artista o artesano, buscan ser remunerados y, aunque los subsidios son carentes y los fondos escasos, mantienen sus cuatro patas bien pegadas al piso, siendo fieles al conocimiento que les otorgó el cemento y haciendo que el callo valga la pena.

Aunque sea despreciado por siempre llevar las manos sucias y por sus tendencias bestiales, la b-girl o el b-boy cuadrúpedo ha logrado sobrevivir, ha consolidado gremios (crews), se ha apoderado de algunos espacios públicos y ha okupado los privados, ha mantenido el callo que, por generaciones, ha permitido a humanos comunes saber realmente lo que significa ser salvajes.

La estética del cemento no existe o, mejor dicho, no está escrita, pero se radica en lo primitivo, en lo feroces que podemos llegar a ser cuando empleamos las órdenes de los instintos; es una especie de vanguardia que hurta secretos de otras artes y los junta; resulta de un sinnúmero de experiencias en la carne y de la adopción de gestos que crean un movimiento único (breaking, hip hop) que invade las calles, escupe en las paredes y grita por los altavoces.

En una selva de concreto o, más bien, en un nicho, una esquina, hay una celebración con música inventada, robada; con una danza improvisada, copiada; con un idioma o una jerga. Ahí hay una manada de animales salvajes (b-boys y b-girls) que intentan sostener su nicho y se juntan con otras fieras (DJ, raperos, grafiteros), para generar un ecosistema (hip hop) y poner las manos al servicio del cemento.

Andy Cambisaca. Es licenciado en artes escénicas y un bailarín independiente de danza contemporánea y breaking que combina su experiencia artística con una profunda investigación en técnicas corporales y notación coreográfica. Codirige Norte Colectivo y es miembro de Sucre Crew, además ha impulsado la danza y la cultura urbana en Cuenca, a través de presentaciones y talleres de formación. Su pasión por la sistematización en la danza y su papel como gestor cultural enriquecen su perspectiva única. Con su trabajo busca compartir su visión innovadora y su compromiso con la danza.

Scroll al inicio