Boris Ortega: «en el hip hop y en cualquier arte, el ego es peligrosísimo»
Por: Rosalía Vázquez Moreno
Boris Ortega, hacedor de cine y hip hop, posa en la escalinata del puente Juana de Oro en Cuenca, Ecuador. Fotografía de Elisa Cordero.
Empiezo esta charla con Boris Ortega —también conocido como B. Ortega—, preguntándole sobre su primer acercamiento al mundo del hip hop. Él me cuenta de la infancia con sus primos, del barrio Las Orquídeas, de la casa comunal en la que compartía con sus panas skaters y rappers, pero, sobre todo, me habla de otros músicos y del primer asombro que le causó escuchar Vico C, Tzantza Matantza, Quito Mafia, Equinoxio Flow, Nach Scratch, Arianna Puello, La Mala Rodríguez, Tiro de Gracia, Control Machete o Cypress Hill. El playlist de nostalgia que Boris empieza a ensamblar continúa creciendo mientras hablamos de los cassettes de su infancia, los CD y MP3 que musicalizaron su adolescencia y los artistas que hoy escucha en streaming o YouTube. Entre risas, nos damos cuenta que atrás quedaron nuestros veinte y, aunque empezamos a sentirnos mayores cuando rememoramos los cibercafé o las veces que pagamos por quemar un CD, también entendemos que la fascinación por la música es una constante que atraviesa nuestra vida.
Boris Ortega es, como él mismo dice, «un hacedor de hip hop y cine». Como MC, ha recorrido un largo camino que se remonta a los primeros versos que escribió cuando estaba en el colegio y al trabajo musical que, desde inicios del 2000, ha realizado con su crew, Qencallez Clan. Ortega también es un realizador audiovisual prolífico, de todo lo que ha producido desde Vos Mismo Films, destaca Novillo, desde el otro lado (2018), un documental que narra la vida y reivindica el legado del original gangster cuencano, Henry Novillo, una figura clave en la historia del hip hop local y nacional.
De alguna manera, Boris también ha sido una constante en la escena urbana local de las últimas décadas, esto queda evidenciado en su labor no solo como músico o cineasta, sino como gestor y difusor de su trabajo y el de otros artistas. Por esto, decidimos juntarnos con él y conversar sobre sus inicios, su proceso creativo y la importancia del arte para habitar la calle y la vida.
¿Cómo te iniciaste en el mundo del hip hop?, ¿cómo fue tu primer acercamiento?
Cuando tenía unos diez u once años, me la pasaba en la casa de mis primos que, como eran mayores a mí, ya tenían su onda de jóvenes. El uno era rocker y el otro era rapper y bailaba, escuchaba Vanilla Ice, Run-D.M.C., Sandy & Papo y merengue hip hop, todo eso me llamaba mucho la atención. Recuerdo que el man tenía un VHS y ponía Michael Jackson. Entonces me decía: «¡Ven, ven! Haz este paso». Yo salía con ellos a fiestas o al Radio House, que era un concurso de baile que, de alguna manera, se acercaba al breakdance.
Luego, cuando estaba en primer o segundo curso, un pana me regaló un cassette de Vico C y, aunque para entonces ya había tenido un primer acercamiento a la música y el baile, nunca había escuchado realmente hip hop. Cuando oí las letras de Vico C, fue como un clic que me reventó la cabeza. Le di palo a ese cassette, pasaba día y noche con ese puto cassette. Después, empecé a buscar más de esa música; escuchaba La Metro, que tenía un segmento de hip hop; e hice un pana de Quito, que era skater y que me pasaba más cassettes. Así, ese gusto fue progresando. Recuerdo que, en el colegio, me ponía los audífonos del Walkman y, en el recreo, me quedaba para escribir. No sé qué sentido tenía lo que escribía, ni siquiera si rimaba, solo sé que era escritura pura y dura: lo que quería decir.
Para mí, la música se transformó en un escape. En el entorno donde me crie, no había muchos caminos a seguir. El hip hop me salvó la vida, porque donde estábamos había matanzas, pandillas, delincuencia. Si no te dedicabas al arte, te llamaban otras cosas. A mi alrededor, vi gente que tenía buena ropa, cadenas, anillos, guita; que hacía dinero fácil.
Cuéntanos más sobre Qencallez Clan, ¿cómo empezaron?, ¿quiénes son los integrantes?
Formamos el crew Qencallez Clan, en el 2003 o 2004, con José —Pepo— Dávila; Mario, el Rasta; Miguel Ángel Peña; Leonel Chacón y Roberto Idrovo —Método—. Después hubo una segunda alineación, unos se fueron y otros se sumaron, como Roque Machuca, David Cabay, Diego Hurtado y Christian López.
De izquierda a derecha: José Dávila, Roberto Idrovo, Boris Ortega y Miguel Ángel Peña, integrantes originales de Qencallez Clan, durante una presentación (2010). Cortesía.
Recuerdo que el Pepo —que es nuestro productor, la cabeza de todo— fue el que dijo que sería bacán hacer un grupo, él nos metió el bichito a todos. La idea del nombre la tuvo Mario, él no rapeaba, pero hacía skate y siempre nos acolitaba, nos motivaba o traía música nueva.
En esa época —ya me siento viejito [risas]—, era difícil acceder a internet y, por eso, era complicado conseguir beats; pero había una revista, que se llamaba Hip Hop Nation, que traía un disco interactivo que tenía videos y, a veces, pistas instrumentales. Cuando empezamos, practicábamos sobre esos beats.
Luego, el Pepo dijo: «No, locos, no vamos a estar sonando sobre los beats de alguien más. Tenemos que hacer nuestros propios beats». Entonces, con uno de esos equipos de sonido Sony —esos antiguos que tenían para escuchar vinilo, cassette y disco; esos en los que se podía conectar un micro—, el Pepo enchufó un MIDI y empezó a secuenciar y a grabar todo en un cassette. En ese MIDI podías crear percusiones y era el goce, porque, al principio, cuando conectaba el micrófono —que era de karaoke—, no era para que rapeáramos, sino para captar algún sonido extraño y usarlo para crear las pistas instrumentales. Al cabo de un tiempo, ya teníamos nuestros propios beats, entonces sí pudimos conectar el micrófono, darle play al cassette con los instrumentales, rapear y grabar todo eso en otro cassette.
Todo lo que hicimos fue totalmente amateur. El Pepo no sabía nada de composición, era puro oído, pero, gracias a él, logramos grabar un demo de tres o cuatro canciones. Lo siguiente que hicimos fue conseguir un contacto para pasar lo que grabamos a un CD y quemar más, porque entonces ya no se difundían cassettes. Quemamos unos quince o veinte discos. Más tarde, el Pepo diseñó la portada en Paint, la imprimimos y sacamos fotocopias.
Empezamos a difundir el demo en el barrio, los fines de semana, cuando los panas a los que les gustaba el hip hop se reunían en la casa comunal. Llegamos un día sin decir nada y solo pusimos el demo. Al principio nadie cachó que éramos nosotros, hasta que un pana dijo: «Repite la dos. ¡Esa es la voz del Boris!».
Así nació esa dinámica, con los panas ahí, tableando y jodiendo. Yo sentía que todo era muy loco, era como un sueño escucharnos sonando o entregarle el CD a alguien. Ese fue el germen, así nació la banda.d
Con respecto a tu trabajo como MC. Cuéntanos más sobre tu proceso creativo, ¿qué temas son importantes para ti?
Creo que he tenido diferentes etapas, cuando estaba en el colegio era muy prolífico y escribía todos los días, no hacía otra cosa más que escribir, escuchar y escribir. Aunque era constante, no tenía una técnica, simplemente tomaba versos y, si me gustaban, los unía con otros y los acomodaba para darles vida.
Lo que sí puedo decir es que siempre me gustó hablar de lo que me estaba sucediendo a mí y en el entorno. Hablaba, por ejemplo, de los problemas que teníamos por cómo nos vestíamos. Ahora es fresco, de alguna manera, hay un poco más de aceptación y menos prejuicios, pero cuando yo era chamo, los chapas, sin previo aviso, nos pegaban contra la pared y nos rebuscaban, a veces, hasta nos golpeaban o nos botaban gas. Todo por andar con ropa ancha y capucha. Esto nos pasaba no solo a nosotros, también había mucho prejuicio con la gente rocker. Así que empecé a hablar sobre eso.
Además, por mi viejo, que siempre tuvo una visión artística, pero también una posición política —fue bastante afín con el Partido Comunista—, empecé a escuchar mucha música latinoamericana de protesta, como Violeta Parra o Silvio Rodríguez. Los escuchaba y me despertaban el pensamiento. Entonces, cuando empecé mi proceso creativo, quise escribir algo importante, que pudiera trascender. Políticamente, en el país, siempre ha habido gobiernos corruptos. Cuando escribía, pensaba en las necesidades de mi barrio, en cómo, por ejemplo, en esa época no teníamos vías o no pasaban buses. Creo que nunca voy a hacer algo como para que pegue comercialmente, eso no me interesa. Quien escuche mis canciones no va a oír algo sin corazón, sin esencia.
En su estreno más reciente, «Ángel o demonio», B. Ortega rapea sobre su propia fragilidad ante el paso del tiempo y la incapacidad humana de aprender de los propios errores. Fotografía de Elisa Cordero.
A veces, uno quiere forzarse a ser creativo, a escribir la mejor canción del mundo, pero necesitamos entender que siempre habrá algo que decir, aunque no todos los días se tiene que decir algo ni todo se tiene que encaminar a lo artístico. Cuando entendí eso dejé de forzarme. Ahora me pasa que estoy haciendo cosas que no tienen nada que ver con lo creativo, pero si tengo una idea en ese momento, debo anotarla. No me pongo a analizar si está bien o no, solo dejo que fluya. Después, cuando tengo chance, la reviso con más calma, veo su estructura y vuelvo a escribir. Hay que ser paciente, siempre estoy preparado para una nueva canción, siempre va a haber la oportunidad.
En todos estos años que llevo haciendo música y arte, ha habido momentos en los que he sentido que estoy harto, que ya no quiero saber más, que me voy a dedicar a vender seguros [risas], pero no me dura más de dos horas. Porque, algo muy bonito del rap y del arte es que nunca me han pedido nada, pero siempre han estado y van a estar ahí.
Hablemos de tu experiencia con la improvisación y las batallas de freestyle. ¿Qué necesita un MC para improvisar?, ¿tienes alguna revancha pendiente?
El don de la improvisación es, simplemente, práctica, mucha práctica. Tiene que volverse parte de tu vida, debes improvisar con lo que se te presenta todos los días. Cuando empecé, en el colegio, rimaba sobre los panas, los profes, las cosas de mi barrio. Lo hacía tanto que mis amigos se molestaban [risas].
Otra manera de cultivar esta habilidad es la lectura. Gracias a mi viejo, yo leía desde chamo, por gusto más que por obligación. Los libros se volvieron parte de mí. Cuando sentía que no tenía qué hacer, leía. Entonces, podía improvisar con lo que me presentaban los libros. También, parte de mi práctica fue tener un diccionario. Ahí buscaba palabras que no entendía y luego las usaba en las rimas. Otra cosa que se debe hacer es entrar en el juego, estar en los lugares donde se da la nota.
Yo estuve en la primera batalla de gallos de Red Bull que se hizo, por el 2007 o 2008, en Guayaquil. Era el goce porque hacían audiciones. Había una primera etapa en la que te ponían en un cuartito, con una especie de jurado. Ahí iban sacando objetos y vos tenías que rimar sobre ellos. Luego de pasar esa etapa, empezaban los enfrentamientos y, de ahí, avanzabas en la competencia. Creo que llegué hasta octavos o cuartos de final.
En la actualidad, ya no tengo tanta práctica como antes, pero si me toca improvisar, me toca [risas]. No sé si tenga batallas pendientes, tampoco he tenido ese tipo de rivalidades ni las he buscado. Aunque, de alguna manera, sí existe ese anhelo de demostrar quién eres o que eres el mejor, sobre todo, cuando todavía estás conociendo el mundo, creo que esa etapa, para mí, ya pasó.
Lo que sí te puedo decir es que no todo ha sido bonito, actualmente me he topado con panas que me han dicho que, cuando era más pelado, era muy denso y cerrado; que si alguien no escuchaba rap o no estaba de acuerdo con lo que yo pensaba del rap, le hacía al lado. Manejar el ego es un trabajo difícil. El ego, en el hip hop y en cualquier arte, es peligrosísimo, porque puede hacerte creer que eres lo que no eres. Por suerte, eso solo me duró un par de años. Gracias a estos panas, me di cuenta que no podía ser tan cerrado, porque me estaba perdiendo de mucho. Por ejemplo, del jazz rap o del rap en otros idiomas, como el quichua o el francés. Tengo mucho por descubrir aún.
En un estudio reciente realizado en música en inglés de varios géneros, que va desde 1980 a 2020, se encontró que, en términos líricos, las canciones se están volviendo más repetitivas y simples. ¿Crees que esto ocurre también en español?, ¿qué opinas al respecto?, ¿debemos preocuparnos?
Sí, es que también hay un problema de escucha. Los de la generación de finales de los 90 e inicios de los 2000 nos acostumbramos a escuchar álbumes completos, porque, si conseguías un disco, por su formato mismo, lo ponías en el reproductor y lo escuchabas de principio a fin. Claro que debió haber alguien que pasaba las canciones hasta llegar a un sencillo, pero, seamos sinceros, eventualmente te cansaba hacerlo y decías «Ya deja que suene todo». Entonces, nos acostumbramos a escuchar la propuesta completa. Oíamos los interludios o las canciones escondidas.
En esa época teníamos mayor apreciación del artista y sus conceptos. En contraste, por cómo funcionan las redes sociales y las plataformas de streaming, es claro que a los artistas ya no les interesa hacer discos o crear conceptos más amplios. Les interesa que peguen los temas, pero no necesariamente que estén relacionados, sino simplemente que funcionen sueltos. Antes tenías que romperte la cabeza, porque estabas armando un álbum, tenías que pensar cómo iba a ser el disco, qué iba a tener, de qué querías hablar, de qué iría la canción uno, la dos…
Creo que hoy hay propuestas bastante simples a nivel fondo, no de forma. Por ejemplo, puedes escuchar una canción que esté hecha solamente con una guitarra, pero si la letra y la composición tienen fuerza, así esté grabada con un micrófono karaoke, te hará sentir, pensar y reflexionar sobre algo. Si la música no cumple esas funciones, es débil y se vuelve simple.
Me han dicho que no escucho mucho rap actual. Lo he intentado y hay cosas por ahí que me gustan, pero la mayoría no, por el simplismo. Son poquísimos los artistas que han conseguido mantener esa complejidad y creatividad. Por ejemplo, Kendrick Lamar, para mí es uno de los más crack, porque continúa denunciando cosas y hablando sobre vainas heavys.
¿Qué opinas de los movimientos civiles y municipales que buscan blanquear las paredes de la ciudad o controlar el uso del espacio público?, ¿es cierto que somos dueños de la calle?
Somos dueños de la calle cuando nos apropiamos del espacio, porque hacemos del piso nuestro lugar de ser, de la pared nuestro lugar de decir, del micrófono nuestro canal para expresar, de las tornamesas nuestra manera de cortar y decir lo que pensamos y sentimos; por eso somos dueños de la calle. Algo muy importante que hay que entender es que la apropiación del espacio es parte de las luchas que vienen de hace muchos años atrás. En Cuenca ya hay varias generaciones de personas haciendo hip hop, gente que estuvo a inicios de los noventa, luego en los 2000, en los 2010 y ahora en los 2020. Invisibilizar esa lucha está mal.
Las autoridades públicas o privadas dicen que entienden la cultura callejera, pero la siguen viendo desde arriba, no buscan ser parte de ella y ese es el problema. Yo creo que eso es lo que falta: empaparse realmente, meterse de lleno en la comunidad. El desconocimiento no va a solucionarse mientras no vengan y digan: «Ok, quiero saber un poco más de hip hop», «Vamos a una pintada», «Yo quiero saber cómo se hace una canción de rap», «Yo quiero saber qué son las batallas de freestyle». Hay que estar con los chamos, convivir y ver lo que hacen y cómo lo hacen. Solo así se puede tener otra visión.
La gente quiere tener una ciudad limpia, paredes blancas, pero me pregunto si una ciudad es mejor porque no hay gente expresándose en el espacio público, aunque haya personas delinquiendo en esas mismas calles. Cuando nos apropiamos del espacio público con arte, si te estamos robando algo, es solamente tu atención, ¿qué tiene de malo eso?
Como realizador audiovisual, Boris Ortega dirigió el documental Novillo, desde el otro lado (2018). Fotografía de Elisa Cordero.
Hablemos sobre Novillo, desde el otro lado. ¿Qué te motivó a rodar este documental?
Yo estaba estudiando Cine y, para la clase de Guion Documental, tenía que presentar un proyecto. Recuerdo que el profe nos dijo que buscáramos una historia que tuviéramos ganas de contar. Yo quería hablar sobre Henry Novillo, porque, cuando estaba en el colegio, él organizaba unos conciertos, que se llamaban Rap ‘n’ Reggae y ocurrían en el Puente Roto. Iba con todos los panas de mi barrio y me llamaba la atención todo el ambiente y la gente, sobre todo, Henry, porque tenía un look muy diferente. Él nunca fue mi amigo ni siquiera mi conocido, eso lo he dejado claro siempre, pero era alguien a quien yo admiraba. Por eso, quería saber más sobre su vida.
Hacer el documental me tomó casi cinco años y al comienzo fue bastante complicado. De primera, no tuve mucho apoyo y se me cerraron las puertas de algunas personas, porque pensaban que esto era como de chiste, que estaba jugando. Por suerte, logré contactar a uno de los mejores amigos de Henry, Cristian Rubio. Le conté sobre mi proyecto y se quedó loco. Fue por él que volví a contactarme con las personas que en una primera oportunidad me dijeron que no.
Por mucho tiempo, el material que encontraba era poco. Preguntaba, me daban un nombre y, cuando iba a buscar a esa persona, me decían que ya no vivía aquí, que estaba en España o en EE. UU., o me contaban que estaba preso o que había fallecido. Así descarté cosas, pero, a la vez, encontré otras.
Después de eso, avancé bastante, pero, en una época, por razones personales dejé el proyecto en standby. No quería saber nada y estaba cansando, pero un amigo me dijo: «Oye, ¿cómo vas a abandonar eso?». Él logró que me diera cuenta de que lo que estaba haciendo era un documental no solo sobre una persona, sino sobre la historia de la ciudad, porque Henry Novillo es parte del patrimonio de Cuenca.
De todo lo que he producido, este es el único documental que he editado completamente solo. Me tomó dos meses hacerlo y me la pasaba, de lunes a domingo, encerrado. No salía, me dejaban la comida y no me desconectaba. Literalmente, vivía en mi cuarto [risas].
¿Qué artistas nuevos de la comunidad hip hop local deberíamos tener en la mira?
Me gusta lo que hace Transe Mental, Big Chino, M. A. Coronel, Andy Green, Gaba y Agente del Caos, me gusta lo que dicen sus líricas.
¿Hay alguna anécdota que quieras compartir con nuestros lectores?
Con Qencallez una vez teloneamos para Basca. Fue bacán, pero, a la vez, estábamos con full miedo, porque esa multitud venía a escuchar metal. Entonces, Mario, el Rasta nos dio aliento, nos dijo: «¡Qué chuchas!, su rap también es bacán. Yo tengo panas a los que les gusta el metal que sí escuchan hip hop». Teníamos miedo, pero nos lanzamos también, porque, en esa época, empezaron a pagarnos, por eso no podíamos decir que no. La tocada fue en el Otorongo, no sé cuántas personas habría, capaz unas cinco mil.
Cuando subimos a la tarima, toda la gente empezó a hacer ruido, escuchamos los chiflidos, parecía que iba a salir mal, nos asustamos. Me acuerdo que pensé: «¡Qué chuchas! ¡Hagámoslo!». Tomé el micrófono y dije: «Yo sé que vinieron por Basca. Yo sé que están esperando a esa banda que es del putas —no me acuerdo exactamente, era algo así lo que dije—, pero ¿saben qué? Lo bacán es ser de la calle y las tribus de la calle están aquí reunidas. Nosotros venimos a representar nuestro arte, si se dan cinco minutos para escucharnos, yo sé que les va a gustar. ¡DJ, suéltala!». Entonces, los metaleros empezaron a escucharnos, ¡empezaron a escucharnos! Estaba rapeando y veía que nos ponían atención. Fue loquísima esa experiencia, porque nos hizo cachar que nuestra música ya no solo llegaba a un espacio o a un tipo de personas, sino que empezó a expandirse.
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Mientras conversamos sobre los retos que enfrentan los artistas urbanos, Boris me habla de la comercialización del oficio de los músicos y el afán de fama que vemos transcurrir en los mundos digitales que habitamos. A él no le interesa nada de eso, por el contrario, en sus rimas, B. Ortega explora su propia identidad en la ciudad a la que debe sobrevivir y me confiesa que se considera «un hacedor de la vida, porque vivo es que tengo la oportunidad de poder generar mi arte».
Rosalía Vázquez Moreno (Cuenca, 1991). Es escritora, editora y lectora. En 2023 publicó Sobre cómo hacer y deshacer una maleta, poemario con el que ganó la Convocatoria Abierta para Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay de ese mismo año. Es máster en Escritura Creativa (Universidad Complutense de Madrid) y licenciada en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales (Universidad de Cuenca). Le entusiasma la fotografía y el rock ecuatoriano.