Mudanza, serendipia y otras nostalgias
Por: David Jara
«Recuerdos de bautizos, de primeras comuniones, de matrimonios, porcelanas, más porcelanas y más porcelanas». Rincón de la casa materna de David Jara. Cortesía.
Mi mamá y mi abuela viven juntas. Hasta hace poco viví con ellas. Tienen una casa de dos pisos y medio, siete dormitorios, dos salas de estar y dos cocinas. Cualquiera diría que es demasiado para dos señoras, pero se las arreglan para tener la casa llena. No sé si la palabra llena es adecuada para describirla, lo que ocurre es, más bien, como una fobia al espacio vacío: por todas partes, sillas, sillones, bancos, pufs, butacas y sofás de distintos diseños y materiales, cada uno con un tapete encima o un cobertor, o un cojín, o los tres juntos. Mesas de centro, aquí y allá, una junto a la otra, una encima de otra. Sobre cada mesa: un tapete bordado, un retrato antiguo, floreros con flores plásticas y una porcelana con motivos random: corceles en cuatro patas o corceles en dos patas; doncellas que cargan sombrillas, doncellas con caballeros o ancianos en mecedoras.
En el comedor hay dos aparadores indigestados de tazas, jarritas, teteras, azucareras, platos y cubiertos antiguos. Sobre la mesa de comedor, en cambio, hay fruteros, frutas de plástico, candelabros, individuales, platos base, adornos y más adornos. Parece que a los adornos les estuvieran creciendo adornitos. Ah, y los bulímicos muebles esquineros, repletos de cosas difíciles de precisar, a menos que aplastes tu nariz contra el vidrio: recuerdos de bautizos, de primeras comuniones, de matrimonios, porcelanas, más porcelanas y más porcelanas.
Debajo de la cama de mi abuela, hay una incierta cantidad de maletas viejísimas, con ropa igual de vieja y apolillada. No sé cuántas maletas hay en ese inframundo. Las paredes de la casa están llenas de retratos en todos los formatos, además de todo tipo de altares religiosos como crucifijos, vírgenes, cristos, estampitas, etcétera. Y si por algún azar del destino, queda algún rincón vacío, no hay de qué preocuparse, al rato estará allí una silla Luis XV. La decoración del baño no es un detalle menor: el inodoro tiene un ajuar como vestuario. No sé si debo hacerle una reverencia al entrar o si pedirle disculpas antes de usarlo. Y ni hablar de la limpieza… como casi todo es de otra época —cada objeto, por minúsculo que sea, está lleno de pliegues, molduras y minucias—, te va a tomar un buen rato quitarle el polvo de encima a cada uno.
La casa donde viven mi mamá y mi abuela es un amasijo de muebles, adornos y antigüedades, sin un sistema ni una intención ni una temática. Nada tiene que ver con nada. Un diseñador de interiores podría ordenar su demolición. Todo es muy ecléctico y confuso, salvo por dos pequeñísimos detalles: la presencia de mi abuelo y de mi hermano menor. Mi mamá perdió a su último hijo cuando él tenía veinticuatro. Mi abuela enviudó cuando mi abuelo tenía sesenta y uno. Desde hace algunos años la casa se volvió una galería en memoria de sus difuntos. Por ejemplo, las maletas debajo de la cama están llenas con la ropa de mi abuelo y los retratos en paredes y en las mesas de centro, comedor y noche, son de mi hermano.
Retratos familiares, adornos y más adornos. Cortesía.
Quiero contarte sobre el apego al pasado
Podría hablarte de la nostalgia como industria. Podría decirte, por ejemplo, que ha sido un activo del entretenimiento desde mediados del siglo pasado, que el regreso de los artistas y las bandas ya retiradas ha sido su caballo ganador, que tiene un público fijo, que es capaz de garantizar cualquier taquilla, que no querrías perderte ese concierto, porque podría ser su última presentación, porque la nostalgia siempre será mejor que ir a escuchar algo nuevo, porque no sabes si te gustará el show de los emergentes.
Podría decirte que se aprovecharán de ti, porque recordar es volver a vivir, porque los tiempos de antes eran mejores, porque los buenos tiempos ya pasaron y es mejor repetirlos, porque yo también era rockero y vanguardista, cuando era joven. Te podría decir, incluso, que te metieron gato por liebre, porque a Ecuador nunca llegará Radiohead y tendrás que conformarte con una réplica de tu nostalgia. Es más, esa réplica es tan exacta que ni siquiera vas a chistar por el costo de las entradas. Te podría decir tantas cosas sobre la industria cultural de la nostalgia, pero podrías googlearlo.
¿Por qué pagamos tanto por la nostalgia?, ¿por qué la consumimos con avidez?, ¿por qué las obras nuevas pierden terreno frente a una prominente industria de remakes, covers, tributos y reencuentros de artistas famosos? Las razones a lo mejor sean muchas, a lo mejor exista mucha data, a lo mejor sea un debate de expertos, a lo mejor… Hay tantas preguntas que, después de tanta vuelta, te regresan a la duda inicial, la más básica: ¿qué es la nostalgia? Yo no quería contarte sobre industrias, porque ya sabemos y tampoco viene al caso. Es más, no vine a darte ninguna respuesta. Solo quería desenhebrar la idea de la nostalgia, para tratar de descifrar los códigos que entrañan el lugar desde donde realmente opera: lo íntimo y lo cotidiano.
Me gusta mucho este poema de Whitman que dice:
Cuando escuché al sabio astrónomo;
cuando las pruebas, las figuras, se alinearon frente a mí;
cuando me mostraron los mapas celestes y las
tablas para sumar, dividir y medir;
cuando, sentado, escuché al astrónomo
hablar con gran éxito en el salón de conferencias,
de repente, sin motivo, me sentí cansado y enfermo;
hasta que me levanté y me deslicé hacia la salida, para caminar solo,
en el mismo aire húmedo de la noche,
y de cuando en cuando,
mirar en silencio perfecto a las estrellas.
Ahora te hablaré de la tristeza
En la universidad estudié conservación de patrimonio cultural y aprendí muchas cosas que hoy uso, cuando mi quehacer profesional me lo permite. Pero, también aprendí a entender a este par de señoras que son mi madre y mi abuela y a sus apegos. Cada objeto material trasciende por sobre su estética, desde el plano de lo simbólico hacia su valor emocional, volviéndose hermoso de alguna manera. Cada objeto, por poca o nula relación que aparente con los demás, forma parte de un sistema de signos que configuran un universo simbólico, desde donde se teje la memoria, como si se tratara de una ciudad histórica o un museo de sitio.
Hasta hace poco viví con ellas. Ahora vivo con la María Isabel en un departamento pequeñito. En mi proceso de mudanza volví a recordar algo que aprendí en mis clases de etnografía: la arqueología de lo personal. Mientras me trasteaba, escarbaba entre las cosas que había conservado durante mis años en la casa materna. Quería escoger qué llevarme y qué no; abría la puerta de una bodega, o una caja de cartón, o la gaveta de un mueble, o un estante, o un armario, o un álbum familiar y se producía el milagro de la serendipia y el desastre de la nostalgia. Allí estaban, en algún rincón de ese universo, esperando el hallazgo: los juguetes de la infancia, las fotos de la adolescencia, los CD que otrora escuchaba todo el día (todos los días), la ropa que amaba usar hace años, la foto de alguna exnovia y, en la contracara, un texto donde hacía planes futuros conmigo. También encontré fotos, ropa y más cosas de mi papá. En ese momento, me sentí como un arqueólogo explorando entre sus propias ruinas, para descifrarse a sí mismo a través de sus restos materiales.
Sigo explorando esas ruinas. Busco un par de corbatas y algo de ropa de playa en el cuarto de mi hermano menor y me tropiezo con otros vestigios: veo la videocámara de cinta que usaba para grabar sus experimentos cinematográficos, veo un poco de cintas apiladas y veo su ropa colgada en los armadores, quién sabe desde hace cuántos años. Me embeleso en los detalles y la vida pasa delante de mí. Pienso en mi mudanza, en mis hermanos, en mi papá, en mi mamá y… Ay, las ausencias; ay, los duelos; ay, las nostalgias. Al final, renuncio a la ropa de playa y las corbatas, termino de armar mi última maleta y le digo a mi mamá que nos veamos el fin de semana para almorzar juntos. Salgo huyendo de los recuerdos.
Otro rincón de la casa materna de David Jara. Cortesía.
Qué diría Whitman sobre la nostalgia
Busco definiciones en internet. La mayoría coincide en algo: la nostalgia es una experiencia que mezcla sentimientos que se sitúan entre la tristeza, el placer y el apego por un recuerdo feliz del pasado, pero también involucra un anhelo por el momento que evoca ese recuerdo. Si te fijas en la definición, es contradictorio experimentar simultáneamente tristeza y felicidad, así como masoquista la mezcla entre placer y tristeza. Al parecer, es el anhelo del pasado el que teje puentes entre semejantes contradicciones. Aún no estoy seguro de que existan los viajes en el tiempo, pero de haberlos, claramente, no están a nuestro alcance. Por ahora, volver a un pasado feliz parece ser una utopía que puede causar hondas tristezas. Entonces, lo único que nos resta del pasado es el recuerdo y sus vestigios, es decir, sus huellas materiales e inmateriales, y son el apego y el anhelo los que nos ayudan a conservarlas. Pero volvamos a eso de lo íntimo y lo cotidiano.
Tengo muchas ganas de contarte sobre mis recuerdos felices y la necedad de la nostalgia
Hoy, tengo mi propia sala memorial en ese museo que es mi antigua casa. Voy todas las semanas de visita. Allí está, todo intacto: mi cama, los veladores, la ropa fea que no quise llevarme, mis zapatos viejos en el armario, un poco de libros bostezando en los estantes. Todo está allí. Mi abuela regada por el sol al pie de la ventana, la voz cantarina de mi mamá dirigiendo la orquesta de platos y ollas en la cocina, los mismos olores de la comida desde hace cuarenta años, el perro que aún no se ha olvidado de mí y se desgañota en ladridos pidiendo saludarme. Ese museo de sitio está también lleno de música que nunca supe que me gustaba: los Francos de Vita de mi vieja, los Claudios Vallejo de mi abuela, los Metálicas de mi hermano. Y yo, ese etnógrafo recorriendo de vértice a vértice, tocando todo, olfateando todo, escuchándolo, saboreándolo, abrazándolo, disfrutándolo, tomando nota, aprendiendo de historia, de quién fui, de quién soy.
Mi mamá ha instalado su computadora en mi viejo dormitorio y supongo que trabaja allí después de comer. Siento que compartimos la misma nostalgia, solo que yo no tengo espacio en mi nueva casa para una sala conmemorativa. Ella, mi mamá, dice que la María Isabel y yo pronto tendremos hijos y, en unos años, tendremos también nuestro propio museo.
David Jara (Cuenca, Ecuador). Es arquitecto, restaurador con experiencia en investigación sobre la gestión del patrimonio cultural edificado y músico independiente. Como arquitecto ha desarrollado proyectos privados de nueva edificación, ha planificado y dirigido la rehabilitación de una vivienda del Centro Histórico de Cuenca y formó parte del equipo de investigación Ciudad Patrimonio Mundial de la Universidad de Cuenca (2013-2021). Desde hace 24 años, se desempeña como músico. Fue telonero en el recital de Alejandro Filio y formó parte de la agrupación musical Maga Monfort, la que ha producido tres EP y ha sido incluida en la cartelera de festivales como La Fiesta de la Música. Actualmente, es miembro del equipo del Epicentro Cultural de la Universidad de Cuenca.