Monda & Lironda

REVISTA AZUAYA ESPECIALIZADA EN CRÍTICA CULTURAL Y ESCRITURA CREATIVA

NÚMERO 23

noviembre-diciembre 2024 | CUENCA, ECUADOR

Santiago Salazar: «Más que nostalgia, los seres humanos necesitamos una conexión»

Por: Christian Espinoza Parra

 

Santiago Salazar en su estudio. Fotografía de Jaime Villavicencio.

En plena crisis de los treinta, tras abandonar su estudio jurídico y su trabajo como ejecutivo de una importante empresa privada, el músico cuencano Santiago Salazar, exintegrante de la banda de rock Radio Fantasma, se marchó para, gracias a una beca, estudiar Producción e Ingeniería Musical en Berklee College of Music, en Boston. Allá, fue alumno de Susan Rogers, famosa por haber sido la productora e ingeniera de sonido de Prince y, una vez instalado en North Hollywood, en el estudio Sound EQ, se convirtió en la mano derecha de Andrew Dawson, el multipremiado productor de artistas como los Rolling Stones, Kanye West o Beyoncé.

Al regresar a Cuenca, montó el estudio Santiago Salazar Sound, con el que enfrentó, íngrimo, los embates de la pandemia. «Las sesiones eran con mascarilla —dice Santiago entre risas—. Acá y afuera de Ecuador, he trabajado para Danny Ocean, Phantogram, La Máquina Camaleón, Sunni Colón, IDK, La Madre Tirana, Ceci Juno». Actualmente, también conduce el programa Alta Fidelidad, uno de los más escuchados de Radio Hit FM.

Santiago nació en 1980 y es el hijo de una ama de casa y de un piloto de carreras que, además, era un emprendedor experto en computación. «Recuerdo a papá frente a su computadora, bajo la luz de la bombilla, solucionando los problemas de su trabajo sin contrariarse por nada —cuenta—. Era un triunfador». Tal vez, por esto siguió siempre, no sin dificultades, los afanes de su corazón. A sus quince años, luego del suicidio de su padre, encontró en sus clases de guitarra el único cable a tierra que lo liberaría del quebranto en el que se encontraba sumido. Santiago tampoco olvida el viaje que, a los dieciocho años, emprendió hacia Holanda, gracias a un programa de intercambio, pues ahí grabó el disco Improvisada poesía digital, una sesión poética ambientada con música rock. «Allá solo podía comunicarme por cartas que, además, se demoraban un montón en llegar a su destino», cuenta.

Al comparar el desconectado mundo de ese entonces con la era de la globalización de hoy, pensé en la necesidad de transformar la brecha generacional que nos separa —él, un hombre que creció con un walkman en la mano; yo, uno que creció con un iPod— en un punto de anclaje para hablar de la cultura de la nostalgia, ese afán de aferrarse a un mundo perdido, habitualmente monetizado y desangrado por la industria. Hacerlo no era más que una forma de saber qué punto en común había entre el pasado de dos generaciones, en apariencia, tan disímiles.

Lado A: dúo entre un milenial y un generación x

Quisiera saber más sobre tu programa Alta Fidelidad. Al escuchar los homenajes que haces, tengo la impresión de que elegir a músicos que van desde The Beatles hasta Ana Gabriel, es un ejercicio de la memoria, donde los recuerdos juegan un rol importantísimo.

Creo que, para elegir, inicialmente busco un elemento distintivo y de sustento que se base en la experiencia que tengo oyendo música desde hace cuarenta años. Cuando preparas un programa como Alta Fidelidad, formas una especie de catálogo, una especie de canon en el que están cientos de bandas o artistas que sirven como base para presentar la tesis que quieres transmitir. No es cuestión de poner música por poner música. Hay que conectarla con algún mensaje, con alguna idea, y saber también que debe tener una conexión con un periodo histórico.

Santiago Salazar muestra una parte de su colección de CD y vinilos. Fotografía de Jaime Villavicencio.

Al respecto, actualmente ha cobrado relevancia mirar con nostalgia la década de los 2000, desde el cine, la moda, la música. En este ámbito, ¿crees que hubo una mejor década o, mejor dicho, qué década debería ser recordada?

No creo que se pueda calificar una década como la mejor. Para mí, el tema es que el advenimiento del MP3 y del streaming dejó de imponer filtros que, de una u otra forma, a veces para bien, a veces para mal, limitaban la cantidad de artistas y de contenido al que se accedía. Hoy presentar tu música ya no es el problema, el problema es conseguir la atención de la gente. Por otro lado —me doy la contra a mí mismo—, también se ha democratizado la música y se ha permitido que mucha gente pueda mostrar su talento. Han salido cosas maravillosas de la movida independiente.

Además, yo creo que estamos al borde de que se venga un cambio importante en las tendencias que, durante los últimos quince años, han estado dominadas por el pop urbano y el reggaetón. Este momento se podría asemejar a lo que pasó a finales de los ochenta, una época en la que primaban las bandas de heavy metal y glam. Un tiempo muy parecido al de hoy. Entonces, pasarlo bien y consumir drogas era lo único que importaba. Luego, apareció Nirvana y cambió todo en el mundo de la música. Claro, esto lo digo por la idea de que el reggaetón se asocia siempre a la fiesta.

Entonces, ¿la música de antes fue mejor o no?

No creo que la música de antes era mejor que la de ahora, porque ahora es un término súper relativo. Lo que sí creo es que salieron artistas más memorables en las décadas del 60 al 90, a diferencia de lo que ha pasado del 2000 hasta hoy. Siempre hay excepciones, pero tendemos, como personas de cierta edad, a enfocarnos en la música que nos gustaba cuando éramos adolescentes. Así funciona la mayoría de los seres humanos.

Justamente, al vivir un tiempo tan acelerado como el actual —tan líquido, porque todo es mucho más efímero—, poder volver al pasado, se siente como retornar a un lugar que parece seguro, en medio de todo el caos.

Sí, aunque nada bueno pasa en la zona de confort. Es calientita, es cómoda, pero si no estás dispuesto a explorar los límites de cualquier ámbito artístico, personal o de crecimiento, no sirve de nada.

Sin embargo, no deja de parecerme curioso que la industria, digamos el sistema, más que vendernos una época, nos venda valores, una forma de vida a la que pertenecer para identificarnos. No importa que alguien tenga cincuenta o veinte años.

En realidad, más que nostalgia, los seres humanos necesitamos una conexión, algo en lo que comulguemos todos, y qué mejor que creer que hemos perdido irreparablemente algo, aunque no haya sido así.

Pareciera que hemos perdido la capacidad de conexión, lo que, sobre todo, tiene que ver con la necesidad del contacto físico.

Así es, finalmente, hay algo de la esencia humana en el contacto físico. Por eso, creo que el último reducto que le queda a la música son las presentaciones en vivo. Lo que probablemente equivale a ver una película en el teatro o en el cine. La música en vivo es una cosa clave, porque, además, es la única forma de ingreso que tienen los artistas. No ganas nada en Spotify, por ejemplo, si no eres una mega superestrella.

Lamentablemente, con los años, la música se ha ido devaluando muchísimo por una serie de consideraciones, como que en tu teléfono tienes acceso a todos los catálogos de la música contemporánea y, cuando tienes algo que es inmediatamente accesible, no te das cuenta de todo el trabajo y de toda la maravilla que hay detrás de lo que se crea. Ya casi nadie ejerce un rol activo al escuchar, hoy la música solo es un papel tapiz sonoro.

Así como los milenials recordamos los inicios del 2000 a través de los cibercafés, las computadoras, los diskette o los emuladores para videojuegos, ¿qué recuerdas tú de los años 80?

Uy, para mí la época antes de las redes sociales fue maravillosa. Las redes son importantísimas y sin ellas, probablemente, este rato yo no tendría trabajo en el Ecuador, pero qué libertad tuvimos sin ellas. Tuvimos la oportunidad de pasar nuestra adolescencia afuera de casa. Nadie sabía dónde estábamos, no había ninguna forma de contactarnos, hasta que regresábamos. Ahora todo el mundo sabe dónde estamos en todo momento. Eso le ha quitado un poco de magia a la vida, creo.

Santiago ha trabajado para artistas como Danny Ocean, Phantogram, La Máquina Camaleón y La Madre Tirana. Fotografía de Jaime Villavicencio.

Antes de terminar, ¿hay algo más que me quieres contar de esa época?

Espera, ahora te cuento…

Lado B: canción pop rock dedicada a la nostalgia

yo nací con un walkman en la mano / fue un regalo, una premonición / hay cosas que te cambian la vida y que ya no te dejan dormir / cuando duermo, no duermo, escucho / the cure, u2, spinetta, fito, cerati, charly / en estos tiempos donde la música / es solo un pobre papel tapiz

por eso extraño la magia de descubrir una canción sin spotify ni itunes ni shazam / la habitual pelea por encontrar algo que llene mi existir / sabiendo que sanar la herida es como recuperarse de vietnam / así es, sin sangre no hay canción por concebir

yo nací con un walkman en la mano / maravillosa maldición musical / que a papá, mamá y a mí nos hizo vivir / en el ático de una casa / ensayando siempre para algo que nunca llegó / la banda familiar pronto le dijo adiós a papá

a mi taita, el garufo, lo recuerdo con su overol de bluyín / mientras piloteaba los carros entre las calles del centro / en las gradas mamá y yo, felicidad sin fin / para un concierto a altísima velocidad / corriendo tan rápido / papá nos dijo qué cosas podían pasar, así como así / pero que nunca fue tarde para seguir

capote ya decía, en una mano el don y en la otra el látigo del rigor / a los quince descubrí la guitarra / pero a los dieciocho en holanda fue el puro temor / otra lengua, otras caras, otra forma de ser / un niño bajo la nieve de una gran ciudad es solo un perro infeliz

fui abogado en un bufete después de la u / hasta que entendí que solucionar problemas ajenos no era lo mío en sí / luego fui asesor comercial / hasta que de tanto estar sentado me dolió algo adentro de mí / en medio fui guitarrista / solo así no me perdí

con los chicos de radio fantasma fuimos cinco y uno a la vez / de codo a codo con la madre tirana y los máquina camaleón / fuimos conciertos, canciones, premios / la oportunidad de la nostalgia de ser nosotros el son / hasta que con los años llegó de nuevo el adiós

cuando llegó la pandemia tenía la casa, el estudio por pagar / las calles y el vacío del aire instalándose aquí en ecuador / quizá lo que tenía que hacer era parar / hasta que de mí solo quedara la soledad y el anhelo por vivir / ¿por qué el adiós es una antigua máquina del rigor?

no hay pasado alguno que haya sido mejor / que la nostalgia es incompleta si la vida ideal es vista hacia atrás / que la nostalgia es el dolor de no volver allá porque debemos volver acá

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Santiago y Nancy, la perrita que adoptó. Fotografía de Jaime Villavicencio.

Nancy, una perrita de edad indeterminada que Santiago adoptó, le da un beso con su naricita húmeda y los veo, en el calor sofocante de la tarde, arrellanándose felices en un sillón de su jardín. Entonces, pienso que nuestras generaciones no son tan disímiles, pues, en realidad, ambas queremos —como todas—, algo tan simple como un lugar ideal para tomar el sol. El resto, esas ideas según las que antes los jóvenes leían y estaban más informados, que hoy la gente babea con la cara postrada frente a la pantalla del celular, son nociones que nos separan para reivindicar un pasado inverosímil, la promesa de un futuro que nunca existirá. Antes de que me vaya, Santiago suelta una última frase que perturba mis certezas: «Algunos tiempos generan personas fuertes que, a su vez, crean tiempos buenos. Sin embargo, los buenos tiempos generan personas débiles. Ese es el ciclo, pero no sé en qué parte estamos».

Christian Espinoza Parra (Cuenca, 1996). Es periodista, escritor y editor. Fue codirector del portal Los Cronistas. Forma parte de la antología de cuento ecuatoriano Arroyo de laureles (Palabra herida, 2023). Ganó la Convocatoria Editorial del GAD Cuenca 2024 en la categoría «Narrativa» con su libro Apariciones, de próxima publicación.

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