Gemir: tal vez su mente abierta no lo es tanto
Por: Ángeles Martínez Donoso
Los observadores hacen los cuadros.
Marcel Duchamp
Imágenes libres de derechos intervenidas por Juan Contreras.
«La estupidez del mundo nunca pudo y nunca podrá arrebatar la sensualidad», esa frase de Fito Páez, de la canción «Cadáver exquisito», es precisa para arrancar. Hace una advertencia, es el letrero en la puerta: si va a pasar, vea mijo, vea mija, vea mije, con la cabeza sana, porque todo se puede hablar y disfrutar, si no, somos unos retorcidos. Aunque en el sexo hay una dosis de eso —buenísimo, a ver, no nos hagamos los dignos, es hasta necesaria—, nunca en mal plan. Primero: el respeto, el consentimiento y el plastiquito. «Times they are a changing», por favor, que así sea.
Quise ponerme la consigna de no hablar de cosas negativas, de dejarme ir como en el orgasmo, nopensarnopensarnopensar —por eso, no es tan fácil tener uno—. Entonces, salió esto: montaña rusa; Kamasutra de ideas, unas buenas, otras malas, otras imposibles y molestas; distinto humor y tono. Tome y llévese a la boca lo que le sirva.
¿De qué hablar cuando se habla de sexo? Por supuesto, de libertad, de disfrute, de responsabilidad, mucho de cuerpo, de biología, mucho de construcción social o moral, de la inevitable deconstrucción para salvarnos de la violencia y de cómo las teorías queer superaron a las mentes que nos pensábamos abiertas y nos hicieron el salto del tigre en vivo. Ahhh.
El cuerpo de cada quien. Abajo la importancia del acto sexual
Apuntemos directo a la construcción cultural-moral que existe sobre el cuerpo, templo de Dios y otras ideas vinculadas con la pureza, lo sagrado, etc. que le han dado mucho más poder del que merece a un comportamiento animal, tan relacionado con el instinto. Pensemos qué hace que unas partes cualesquiera de nuestra especie, los genitales —en las crónicas de Indias se los describía como «las vergüenzas», «los naturales no tapaban ni sus vergüenzas»—, tengan de pronto una importancia capital para el mundo y su comprensión. Se entiende, por supuesto, la necesidad del orden para conservar la sociedad y la especie; el sentimiento de pertenencia no es poca cosa, de ahí el tabú que, por cierto, nunca aplicó para los Habsburgo y que el Marqués de Sade jugó a desconocer en sus delirios pringosos.
En pocas, ¿por qué la vagina es vergonzosa y no la nariz? —aunque sí la de los Habsburgo y ni se diga esa quijada—, ¿por qué la entrada del pene en un orificio es más importante que la de un dedo en un orificio nasal? Algunas culturas como la Moche parecían, no podemos saber si era tan así, tomarse el tema de la sexualidad bastante más relajada y creativamente. Véase, por favor, su —nunca mejor dicho— «manual» de piezas de cerámica. Tal vez, no sea fácil explicar estas ideas que se disparan de una oportunidad, de leer sobre las teorías queer y tener clases con María Amelia Viteri y Hugo Benavides —en su momento, mutantes de Marvel—, para dar una patada al tablero y ponernos en jaque, incluso a quienes, como nosotros, pensábamos que teníamos la mente abierta. Reconozcamos que estamos cargados de prejuicios casi insalvables. Hoy por hoy, lo que importa es qué hacer con ellos, cómo darles su sitio, cómo hacerse cargo y ser mejor persona. El sexo tiene demasiado que ver en todo esto.
¿Para qué sirve aprender, si no es para compartir? Existen mentes geniales, autores que te hacen una lobotomía en cuanto a temas de cuerpo y sexo (Ziga, Motta, Preciado, Fischer…). Hay quienes tienen la capacidad de hacer de parteaguas, crear un antes y un después en la manera de entender estos humedales que serían maravillosos, si no estuvieran tan poblados de monstruos. Bestias que se creen normales, naturales, dignas; que, además, eligen monstrualizar a quien es diferente. Ponen una etiqueta que, por ejemplo, a las personas que se identifican dentro de las diversidades sexuales les lleva a luchar, hasta el último aliento, por poder ser quienes son. ¡Qué horribles somos como sociedad!; qué crueles, cuando los monstruos señalan a los otros para llamarles «anormales», «antinaturales», «inferiores», cuando hablan en nombre de un ser superior que, si existe, debe tener asco de que se use su nombre así. Eso es no solo otro clavo. Es una violación a lo sagrado ser malo, meterte en la vida de los otros, decidir cómo deben actuar, qué deben sentir y elegir, o, si por su preferencia, son dignos de vivir. Pasa que hay gente que cree que su deber es juzgar con quién se acuesta otro y que eso es más trascedente y grave que si alguien es maltratador o corrupto.
Digo que a una se le va la cometa con estos temas, pero la reflexión de las ecoweddings de Annie Sprinkle, una práctica efectivamente chocante; la apertura del posporno; o la posibilidad de la orgía tienen un trasfondo brutal. Quienes llevan al extremo estas prácticas son personas que deconstruyen las implicaciones morales, sexuales y culturales, que borran, en un largo gemido conjunto, ideas como culpa, compromiso, heterosexualidad, privacidad, intimidad, reproducción, maternidad y un montón de formas de comprender el acto que nos obligan a ser cautos. Atrás de eso hay un mensaje, porque todo es una metáfora. Aunque, en verdad, lo que sucede y hacen es totalmente literal y explícito, hay un grito ahí: «El cuerpo no es el alma» y ¿cómo es posible que disociemos?, ¡qué torpeza olvidar que la parte física y la espiritual van de la mano!
Todo está bien hasta que te das cuenta de que la violencia sexual tiene un poder superior, que, cuando una persona sufre una vejación, lo que se destruye no es su cuerpo —el cuerpo, la mayoría de las veces, sana—, lo que se rompe es la mente, el espíritu, porque un acto vil tiene una importancia suprema. La propuesta de fondo es dejar de darle importancia al cuerpo; no es que violen no más, no es enfocarse en los seres viles, asquerosos y perpetuadores de delitos, sino en las víctimas y en su derecho a sanar. Quizá el ejemplo más claro de esto sea el último testimonio de Gisèle Pelicot. Ella es el ave fénix que se levanta sin cenizas, porque los que tienen todas las cenizas son los abusadores. Ella sabe que no es quien debe sentir vergüenza. Quien debe bajar la mirada es su marido y los 52 enfermos mentales que merecen la castración química y seguir vivos, para que paguen. ¡Por fin alguien tuvo la fuerza para gritarlo al mundo!
Gisèle Pelicot abandona el tribunal penal de Aviñón (Francia), el 23 de octubre de 2024. Ella decidió hacer público su caso, porque «sabe que no es quien debe sentir vergüenza». Fotografía de Guillaume Horcajuelo intervenida por Juan Contreras.
El otro día, en la UCuenca Press, lanzamos Summergible II. Ornitorrinco. Ficciones y no, un libro de estudiantes. Una de ellos escribió «Cuatro días, tres noches», un texto sobre el abuso que vivió. Cada vez que lo leía, tenía que hacer un esfuerzo por aguantar las lágrimas. Cuando ella lo leyó en la presentación, claro que lloré, claro que sentí su dolor, claro que me indigné con ella (es lo que tenemos que hacer las personas humanas), pero, sobre todo, me sentí orgullosa de esta muchacha, porque es valiente y no baja la mirada. Su alma está ahí, su cuerpo sanó o está sanado y su cabeza acepta el proceso de sacudirse del trauma, lo verbaliza. Así también, qué emoción por el chico trans que, después de cuánta soledad, de cuánto miedo, pudo pararse al frente para contarnos quién es con «Estoy curado, señor». Él habló de la locura, del miedo, de sus peores momentos, sin que la voz le temblara y con una gran sonrisa. ¿Fue fácil? No seamos ridículos.
El cuerpo no es el alma, no es la mente, no es quienes somos, pero duele. Los abusivos —por los que la mayoría hemos pasado. Ahí están las estadísticas y las razones para la lucha— no deben quitarnos algo que no les pertenece: nuestra salud mental, nuestra vida hacia adelante, nuestras emociones, mucho menos, nuestra capacidad para disfrutar y sentir placer, cuando queramos, con alguien o a solas.
Bonus track
Compartir el shock para superarlo. Mini manual queer para mentes abiertas que no lo hemos sido tanto
La arremetida de la revolución sexual de los 70 desencadenó una ola conservadora que atravesó lo que quedaba del siglo XX y comienzos del XXI. En ese estado de las cosas, parecería que la prometida liberación del cuerpo femenino, homo y demás se había estancado, al igual que el interés mundial al respecto. Las diversidades siempre se han mantenido en lucha y las personas que están teorizando sobre el cuerpo y que están construyendo otros caminos, para salir del agujero negro en el que nos metimos como cultura —con tanta desigualdad, abuso y maldad— se volaron hace rato. Sus conceptos sobre tener sexo en lugares públicos, mostrar el placer en personas en sillas de ruedas o con órganos amputados —incluso genitales—, portar un dildo con intenciones alejadas de las teorías freudianas, vestir y actuar como puta, renunciar al ocultamiento de lo trans, inyectarse hormonas masculinas, gemir a todo nivel, ¿son un intento de reír ante el horror que causan todas las construcciones culturales hechas sobre el género o de apuntarle con el dedo medio, como una avalancha de dinamita sexual arremetiendo donde hay una oleada antiderechos? Para responder, presento tres probaditas a lo queer enfrentadas a lo que alguien de mente abierta piensa/pensaba:
- Sobre el derecho al placer y la sexualidad: Nuestra vida privada, íntima, está hoy más que nunca en riesgo. Somos presa fácil de personas inescrupulosas, por ejemplo, en las redes sociales. Nuestra vida privada no es pública; la masturbación, la pareja, el trío o lo que se quiera tiene un pacto de reserva implícita, confianza, respeto y complicidad.
Giro queer: Se debe mostrar al mundo que el sexo no es solo genital, que los cuerpos diversos sienten placer —embarazadas o personas con discapacidades físicas o mentales—. El sexo es público, el placer no es una cuestión de intimidad moralista. Abajo la heteronormatividad, el miedo a mostrar cuerpos diversos y deseantes. Es necesario hacer un cambio de paradigma en lo bello, porque, si no, solo lo bello merecerá ser cogido.
- Sobre la homosexualidad: La persona gay ha sido hipersexualizada y se le ha etiquetado como promiscua. El homosexual debe tener igualdad de derechos en la ley, para poder casarse y tener hijos.
Giro queer en Motta (2011): La hipersexualización es un agenciamiento político. El gay casado y con hijos ha entrado en la lógica del heterosexual y cae en el dominio capitalista. Así de claro:
I would like to see us suggest that sex needs to be taken out of the bedroom, and to re-politicize it within the current conservative climate that believes all queer people want to assimilate to heteronormative society. [Me gustaría que sugiriéramos que el sexo debe sacarse del dormitorio y volver a politizarlo, dentro del clima conservador actual que cree que todas las personas queer quieren asimilarse a la sociedad heteronormativa]. (Joel Czarlinsky en Motta, 2011, p. 10)
- Sobre el porno: Quien quiera mirar porno está en su absoluto derecho, todos lo hacemos, pero hay ciertas reglas, por ejemplo, no la explotación. De todas formas, cuidado, porque la mujer ha sido sometida en esa industria de muchas maneras.
Aporte queer: En Devenir perra (2009), Ziga explica que le gusta ser «un putón» y habla del derecho de los cuerpos feminizados por elección. Por otro lado, Preciado (2008), en Testo yonqui, un texto de ficción y autobiografía, dice que disfruta de jugar con dildos delante de la cámara. Los cuerpos en el porno deben ser mostrados como una sublevación al sistema heteronormativo.
¿Será que somos capaces de mirar más allá de lo obvio y leer los mensajes entre líneas? Si usted es de los que cree que está a salvo de estos «progre» degenerados, lo mejor del caso es aceptar que, mientras nos matamos discutiendo sobre las «ideologías de género» en la academia y la iglesia, los cambios entran a la sociedad de la manera más natural y pop, por las redes sociales, el internet, la TV. Aliades hacen su trabajo sin galas de intelectualismo y sin prestar oídos a los que se rasgan las vestiduras. Pero bueno, terminemos esto, hay que terminar juntos, y que sea con el funable de Michel Houellebecq:
La sociedad en que vivimos quiere destruirnos. El arma que emplea es la indiferencia, y hay que pasar al ataque, poner el dedo en la llaga y apretar bien fuerte. Hablar de lo abyecto: la enfermedad, la ausencia de amor, la fealdad… pero sin adherirse a ninguna idea ni profesar ninguna militancia. La militancia es para la gente feliz. (En Ayen, 2013, s.p.)
Referencias y recomendaciones de lectura
Ayen, Xavi. (2017, mayo 20). Michel Houellebecq: «Escribo por vanidad». El Clarín, https://www.clarin.com/ficcion/michel-houellebecq-entrevista_0_ryrxMcusDXx.html
Butler, Judith. (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo. Paidós.
Fischer Pfaeffle, Amalia. (2003). Devenires, cuerpos sin organos, lógica difusa e intersexuales: 9-30. En Sexualidades migrantes, género y transgénero. Maffia, Diana (ed.). Editorial Feminaria.
Motta, Carlos. (2011). Petite Mort, Recollections of Queer Public.
Preciado, Paul B. (2008). Testo yonqui. Espasa.
Ziga, Itziar. (2009). Devenir perra. Melusina.
Ángeles Martínez Donoso (Cuenca, Ecuador). Es poeta, licenciada en Historia y tiene dos magísteres, uno en Antropología de lo Contemporáneo y otro en Edición. Ha representado al país en eventos internacionales en EE. UU., Chile, Cuba, entre otros. Además, ha ganado el Premio Benigno Malo de la Universidad de Cuenca y la Presea Guadalupe Larriva del Municipio de Cuenca (2024). Ha publicado once poemarios y su poesía también aparece en más de cincuenta antologías a nivel nacional e internacional (Colombia, Chile, México, España, Francia, Brasil, etc.). Actualmente es editora de UCuenca Press.