Verónica Chacón: «Las relaciones abiertas, en Cuenca, son mucho más comunes de lo que se cree»
Por: Issa Aguilar Jara
Verónica Chacón Arévalo, psicóloga y sexóloga, en su consultorio en Cuenca. Fotografía de Jaime Villavicencio intervenida por Juan Contreras con imágenes libres de derechos.
Desde la oscuridad o como eso que no se nombra parecen ser premisas históricas para hablar de sexo. Verónica Chacón Arévalo está de acuerdo, es psicóloga, sexóloga y da terapia individual y de pareja en el consultorio privado MentalSex. Además, es la presidenta de la Asociación de Sexólogos Profesionales del Ecuador (AsoSex) y cree en la ciencia y en la sensibilización por igual. Cosa rara, pero posible y razón suficiente para haberla invitado a responder esas dudas que se siguen bifurcando como un monstruo, a veces, cruel y, otras, únicamente desinformado.
¿Por qué defiendes la divulgación de una sexología científica?
En muchas áreas de la salud existe intrusismo profesional, no solo en la psicología. Hay gente que causa iatrogenia, es necesario decirlo, así que, difundir una sexología científica y respetuosa que acabe con los mitos, que permita correr ese velo oscuro que tanto daño causa en la sociedad, es un deber básico de educación sexual, tanto para adolescentes como para padres y adultos mayores.
Tras siglos de historia humana, ¿podemos nombrar nuestra sexualidad con total libertad?
Con total libertad, no. Aunque existen todas las plataformas posibles y vivimos en un mundo muy tecnológico, sexualidad sigue siendo una mala palabra. Incluso, no se puede educar con libertad. En las redes sociales, por ejemplo, basta que estén las tres letras iniciales sex, para que nos bloqueen las páginas o que el algoritmo las oculte. Y te hablo de páginas educativas en las que no se muestra un solo centímetro de piel, pero sucede.
Hablando de censura, ¿de qué está hecho el pudor?
Como en todo, existen dos versiones. La una es funcional, pues el pudor nos sirve para saber que tenemos un cuerpo que nos pertenece, al que podemos cuidar, mostrar o no, según nuestro deseo. Este es el resultado positivo, saber cómo protegernos, desde las inclemencias del clima hasta de otras personas.
En la otra versión priman las influencias externas. Para la religión, por ejemplo, el pudor es una obligación o una virtud, y si no lo tienes, pecas. Hay dos orígenes, entonces, está la funcionalidad del pudor, que nos ayuda a adaptarnos al entorno, también llega a afectar el bienestar de nuestra salud sexual.
¿Cómo ha sido desarrollar tu profesión en una ciudad como Cuenca, tan ligada al catolicismo? Siento que, aunque las nuevas generaciones les dan otro sentido a las libertades, no debe ser lo mismo ser sexóloga en Cuenca que serlo en París. ¿Has lidiado con esto?
La lucha en esta ciudad se ha enfocado en encontrar los espacios para difundir la información y en la ruptura de las costumbres o los prejuicios. Hay lugares complicados donde es difícil entrar. Recuerdo una vez que me invitaron a dar una charla sobre sexualidad en una iglesia, con la condición de que me enfocara en un libro psicoanalítico (que para nada es mi línea), además de que me advirtieron sobre los temas de los que podía o no hablar. Así que me limité a agradecer y rechazar la invitación.
En consulta, por otro lado, tengo pacientes que encuentran el espacio para hablar, pues, si la decisión de ir al psicólogo nos cuesta, imagínate ir al sexólogo. Luego de conversar con los médicos especialistas en ginecología o urología, llegan a consultarme sobre educación sexual básica o simplemente a soltar sus miedos. Este es el reto, porque, aunque no lo creas, los jóvenes hablan más de sexo que los adultos, pero padecen una presión increíble. Me refiero específicamente a la pornografía, que si bien existe hace tiempo, ahora el acceso es más fácil y, nos guste o no, actúa como un mal educador sexual. No tengo nada en contra de quienes la consumen, pero es un peligro no diferenciar la ficción de la realidad.
La pornografía nos muestra dos personas, un encuentro cargado de química, cuerpos que funcionan en automático, penes gigantes y erectos que eyaculan cuando quieren, mujeres que lubrican y eyaculan, y, por supuesto, figuras «perfectas» según los estándares de belleza. En la realidad, el encuentro sexual se disfruta más cuando hay una conexión emocional que va más allá del cuerpo, pero las falsas creencias causan, sobre todo en los más jóvenes, disfunciones sexuales generadas por la presión y la ficción.
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Dice la Biblia: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito» (Job 1:21). Abundan versículos como este que exaltan la desnudez humana, pero también los que la condenan. El contraste de estos señalamientos está en la Constitución, en la academia o en la ciencia. Todavía la sexualidad se acerca al mito de Sísifo, un rey impío condenado a empujar una enorme piedra cuesta arriba y a la frustración de que esa piedra rodará, de todas formas, cuesta abajo. Más o menos así funcionan los derechos sexuales cuando el papel no se transforma en acciones.
Es extraño que, según la palabra de Dios, hayamos llegado desnudos a este mundo y que la desnudez sea tan mal vista, especialmente en los cuerpos de las mujeres. ¿Qué pasa con la sociedad y su relación con el cuerpo?
Nos han enseñado que hay una línea entre el cuerpo y el alma. La segunda es pura, buena e irá al cielo. El cuerpo, en cambio, está preparado para el pecado, es malo, es sucio. Esta división disocia al placer y, parece mentira, pero hay grupos de jóvenes, más jóvenes que vos y yo, en los que se habla de «evitar la testosterona», eliminarla para evitar los placeres del cuerpo y así acumular energía para otras cosas. Este credo, algunas veces, tiene que ver con el coaching que reduce todo a términos económicos. Recordemos que el sexo siempre ha sido un mecanismo de control y, ahora, con un discurso más elaborado, se sugiere que el tiempo destinado al placer es una pérdida, pues podríamos estar produciendo. Se habla, además, de «mujeres de alto valor» y «hombres de alto valor», que no son más que discursos sexistas.
Toda persona nace con un cuerpo sexuado, es decir, tiene una sexualidad que vivirá en las diferentes etapas de su vida y que no es posible desligarla del placer. Antes, la sexualidad estaba asociada únicamente con la reproducción; hoy, incluso las religiones han dado un paso adelante, se entiende que es un derecho esencial de las relaciones humanas.
«La educación sexual existe, pero es tremendamente ineficaz. Ecuador está entre los países con las tasas de embarazo adolescente más altas», dice Verónica Chacón Arévalo. Fotografía de Jaime Villavicencio.
¿De qué está hecho el derecho a la sexualidad?
Partamos de que es un derecho humano, como cualquier otro. Parece muy obvio, pero decidir sobre nuestra vida sexual y reproductiva es relativamente nuevo. Desde hace no mucho, las mujeres podemos acceder libremente a un método anticonceptivo, sin tener que pedirlo acompañadas de un hombre.
La educación sexual existe, pero es tremendamente ineficaz. Ecuador está entre los países con las tasas de embarazo adolescente más altas; los programas se han enfocado en evitar que las personas tengan relaciones sexuales, algo imposible. Poco se habla del proceso de un noviazgo y de los círculos de violencia. Lo que no se entiende es que el respeto a este derecho reduce las parejas sexuales en los adolescentes, evita las enfermedades de transmisión sexual y crea una conciencia real. No lo digo yo, está documentado por la Organización Panamericana de la Salud.
¿Qué pasa con el consentimiento y el respeto a la orientación sexual en estos modelos educativos?
En papeles se leen cosas maravillosas, como la prevención de la violencia o del acoso. En la práctica, no todas las personas encargadas de desarrollar estos contenidos en las instituciones educativas están preparadas o sensibilizadas, muchas veces hacen prevalecer su opinión personal que puede ser machista, homofóbica y desinformada. El desafío es formar a la gente que llega al usuario final que, en este caso, son los estudiantes. Ojo que hablar de educación sexual y pensar únicamente en los jóvenes, como si los adultos estuviéramos súper informados, es un error muy frecuente.
¿Cómo se repara ese error?
Pienso en los adultos mayores, a muchos de ellos jamás les han hablado de sexualidad, así que, para las sociedades, es más fácil etiquetarles de «viejos verdes» que darles charlas sobre algo tan esencial como es el consentimiento. Probablemente estas personas han vivido toda su vida en desconocimiento y para ellas sea natural usar un lenguaje ofensivo. Formarles es importantísimo para mejorar las relaciones con sus cuidadores, por ejemplo. Creo que es más lindo educarlos que llamarlos «mañosos» o impartir programas para enseñarles a expresarse correctamente y que entiendan las razones para hacerlo.
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Sex and the City, la serie gringa de los noventa —que ha retomado su popularidad, veinte años después, entre las nuevas generaciones casi obsesionadas con el personaje de Samantha Jones (Kim Cattrall)— muestra la vida de una mujer sexualmente activa a la que llaman puta, ninfómana, enferma sexual y todo lo que esta libertad enfrenta. Lo curioso (o no) es que han pasado dos décadas y la percepción de muchos sobre Samantha y las mujeres que viven como ella, es la misma.
Fotograma de Sex and the City. Imagen de HBO.
Una mujer que tiene una vida sexual activa o varias parejas sexuales es vulnerable a todos los insultos, validaciones e, incluso, abusos sobre su cuerpo. ¿Cómo destruir la normalización del lenguaje que perpetúa adjetivos, percepciones y prácticas violentas?
Tengo algo de fe en que estas situaciones están cambiando gracias a los movimientos feministas. El feminismo busca la igualdad de derechos dentro de nuestras diferencias, hay que repetirlo siempre. La importancia que han tenido las luchas, para cambiar la visión de la mujer y entenderla no como un objeto de deseo, sino como un sujeto deseante, ha contribuido a la comprensión natural de que las mujeres tenemos un cuerpo, razón más que lógica para tener el derecho a sentir y disfrutar de él sin culpa.
Siento que falta muchísima aceptación al respecto, pero estamos en ese tránsito. El cambio en el discurso empieza de padres a hijos o desde los cuidadores. Por eso, insisto en que la educación sexual debe ser integral y dirigida a todos. Gracias a las mujeres que han sido sujetos de violencia y que han alzado sus voces, te puedo decir que sé a lo que se refieren cuando dicen que el 8 de Marzo no hay nada por celebrar, pero, como sexóloga, sí lo celebro, pues lo siento como un recordatorio de las luchas que han alcanzado los derechos que nos corresponden.
¿Cómo se ve una persona con una sexualidad sana? ¿A qué apuntamos?
Su autoestima está fortalecida, definitivamente. Hay aceptación del cuerpo, se concentra en su cuidado y en el cariño que le entrega: le viste como le gusta y como quiere, le alimenta y, sobre todo, le da placer, porque sabe que lo merece, que debe disfrutar de su erotismo a todo nivel. Incluso en la forma de hablarle al cuerpo, más allá de los estereotipos de vestimenta o códigos de belleza, se nota que lo consiente. Una persona con una sexualidad óptima se permite expresar el deseo de estar con otra persona, así como de expresar sus emociones.
Claro, todo esto no se consigue de la noche a la mañana. La plenitud va también de experimentar en el ámbito sexual con la o las parejas sexuales y me refiero a cosas mucho más complejas que cualquier práctica sexual, como el hecho de que dos cuerpos desnudos se miren a los ojos, en silencio, y se sientan cómodos. Ese momento, que es el más íntimo, manifiesta que estamos bien.
¿Cuáles son los casos más comunes que has tratado en tu consultorio?
Las relaciones abiertas, en Cuenca, son mucho más comunes de lo que se cree. Es importante aclararlo, así como se piensa erróneamente que tener un hijo puede mejorar una relación de pareja, abrir una relación para mejorarla, también es un error. Son prácticas que funcionan en parejas con un grado importante de estabilidad, es algo que siempre les digo a mis pacientes.
Los casos más comunes que atiendo son la disfunción sexual masculina y la eyaculación precoz. Hay un componente psicológico muy importante en todo esto del que poco se habla y es que a los hombres les hacen falta los halagos sobre su cuerpo, las palabras de afirmación y el cariño durante las relaciones en pareja. Justamente por los roles de género tan marcados en la sociedad, desde niños les enseñan a no expresar sus carencias, así que damos por sentado que no necesitan ser consentidos. El tiempo pasa y, cuando llegan a tener una relación sentimental, sienten una presión inexplicable, porque también les enseñaron que la relación sexual culmina, únicamente, con la erección. Esta responsabilidad les provoca una ansiedad que deriva en disfunciones sexuales y, por eso, acuden a nosotros.
¿Qué les dirías a las personas que todavía sienten temor o reparos de ir a consulta con una sexóloga?
Que los sexólogos trabajamos desde las creencias y la historia de vida de cada persona, que son ustedes quienes nos guían según su voluntad. No somos seres libertinos que preparamos a nuestros pacientes para un millar de prácticas sexuales, más bien, desde el entendimiento de que cada sexualidad es única, se trabaja con el respeto absoluto, pues se trata de un proceso psicológico como cualquier otro y nuestra premisa es el consentimiento, que disfruten de su sexualidad sin culpa, sin miedo.
Me encantaría, además, que recuerden que todas las prácticas como el reiki, el yoga o la medicina ancestral, efectivamente les puede ayudar a sentirse mejor, pero los psicólogos no deberíamos dedicarnos a enseñarlas, porque hacerlo permite que la psicología, que es una profesión, sea catalogada como una ciencia menor. Muchas veces también impide que las personas estén dispuestas a ir a terapia.
Issa Aguilar Jara (Cuenca, Ecuador, 1988). Es periodista, escritora e hinchapelotas como si no hubiese un mañana. Ha escrito los libros de poemas Con M de Mote se escribe Mojigata (La Caída, 2018), Poliamor Town (Ganador de la convocatoria para publicaciones de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay, 2020) y Dos tragos de sinestesia (Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade, 2022). Actualmente dirige la Unidad Editorial y de Publicaciones de la CCE Azuay.