Diego Vintimilla Jarrín, por el derecho a vivir en las nubes
Por: Rosalía Vázquez Moreno
Diego Vintimilla Jarrín es cofundador del Colectivo y la revista de filosofía y cultura Mundana. Fotografía de Jaime Villavicencio.
El recuerdo va más o menos así: un Diego de aproximadamente dieciséis años cruza la puerta grande del colegio. Son las 06h45 de la mañana y nosotros, los menores, vemos cómo él luce, por primera vez y a pesar de que está prohibido, una inconfundible cresta punk. La voz se corre a través del patio y las miradas empiezan a seguir el recorrido de Diego hacia el edificio de las aulas, donde la inspectora más estricta que puede existir verifica, alumno por alumno, que se cumplan las normas de uso «correcto» del uniforme. La colisión entre Diego y la inspectora es inminente. Aunque él sabe que la ley caerá con todo su peso, que no podrá entrar a su aula ni al edificio y que es posible que la inspectora le corte el pelo ahí mismo, no desacelera el paso y continúa desafiando los preceptos, en un gesto que, entendí luego, no era solo estético, sino ético.
Conozco a Diego desde la adolescencia y, aunque nunca fuimos compañeros de aula, me lo crucé no solo en el colegio o en la Facultad de Filosofía, sino en protestas y conciertos. Seguí, de lejos, su paso por la Asamblea Nacional y me lo volví a encontrar, años después, en recitales de poesía y conferencias de pedagogía. Aunque, durante este tiempo, he conocido varias de sus facetas —militante, político, docente, artista o compañero de tertulias—, siempre he identificado en él algo que vi por primera vez en ese adolescente que cuestionaba lo establecido: un afán por transformar el mundo.
Hoy Diego es un «obrero de la educación», graduado en Filosofía, y un padre que se dedica al desarrollo del pensamiento crítico, a través de su labor en las aulas, como docente, y en el Colectivo y revista Mundana, una iniciativa pensada para promover el ejercicio y la difusión de una filosofía que cuestiona los rígidos límites de la academia, para volverla más accesible y democrática.
Habitamos en un mundo profundamente pragmático y en crisis. A todos alguna vez nos han dicho que «hay que dejar de vivir en las nubes, en el mundo de las ideas». En esta realidad que nos exige inmediatez y distracción, para enfrentar la incertidumbre, ¿para qué nos sirve la filosofía?, ¿qué lugar tiene en nuestra vida?
Creo que vivir en las nubes es un derecho, porque estamos siempre apurados y buscando lo práctico, lo útil. Poco a poco, la vida te pone los pies en la tierra, por eso, no es un ejercicio romántico pensar que puedes vivir en otro lado o de otra manera, y la filosofía sirve para eso. ¿Qué persona se dedica a la literatura, al cine, al arte, a la filosofía haciendo el ejercicio racional de pensar en el costo-beneficio? Solo un grupo de privilegiados puede hacerlo, sabiendo que va a tener los réditos materiales suficientes. Podríamos ser lo que quisiéramos, pero debemos entender que hay un montón de gente alrededor: cómplices, damnificados y daños colaterales. La mayoría de personas elegimos caminar hacia las nubes como una opción militante, como una forma de resistencia.
Cada vez que uno se atreve a pensar, no sabe dónde va a terminar. Hannah Arendt decía: «No hay pensamiento peligroso, todo pensamiento es peligroso», porque toda reflexión es creativa, no solo la filosófica. El pensamiento instrumental y funcional son creativos; el fascismo y el neoliberalismo han sido muy creativos también.
Por ejemplo, Nietzsche es un filósofo que terminó asociado al nacionalsocialismo, por cómo se lo leyó. Claro que tiene cosas cuestionables, pero no necesariamente desarrolla un pensamiento nacionalsocialista. Heidegger, otro ejemplo, fue filósofo y rector de una universidad durante el periodo nazi. Sin embargo, se lo sigue leyendo, porque propone elementos importantes y que te ponen en conflicto. ¿Qué pasa cuando un nazi dice algo que tiene sentido?
Creo que la filosofía y el pensamiento crítico nos ayudan a tomar lo que se pueda de la construcción social del conocimiento, para darle sentido al mundo. Eso me parece muy importante, porque permite que nos saltemos la censura del pensamiento único y hegemónico.
¿Podemos escapar de la filosofía?, ¿deberíamos intentarlo?
Es importante diferenciar entre las reflexiones, el pensamiento y, por decirlo de alguna manera, la técnica filosófica. Todas las personas razonamos y tenemos una capacidad crítica para tomar decisiones. Desde que te levantas, vives atormentado por la decisión, pero este ejercicio no es necesariamente filosófico. La filosofía sí requiere un tercer momento en el que se trate de separar la propia vida de ese pensamiento, para hacerlo universal y sacarle el sentido de inmediatez. La mayoría de personas que nos dedicamos a la filosofía queremos compartir nuestras ideas.
Pero eso no les pasa a todos; muchas personas, deliberadamente, deciden no filosofar, porque hacerlo sí puede ser muy jodido, ya que implica cuestionar cada una de las cosas que se hacen. Cuando planteas una idea ética, ya no puedes vivir por fuera de ella y, en la vida práctica, el rebote es enorme.
En los últimos años, la conciencia se ha vuelto una condena. Por ejemplo, en el siglo XX, tener conciencia era emancipador. Como hubo una bronca tan fuerte entre el pensamiento marxista —que se volvió contrahegemónico en el mundo— y las doctrinas más liberales y judeocristianas, filosofar y alinearse en contra del sistema era como ser un punk. Tener conciencia era como tomar la pastilla roja en Matrix, era un acto liberador. En cambio, en el siglo XXI, tenemos conciencia, porque estamos interpelando todo el tiempo. Un ecologista que tiene que pensar constantemente en su huella hídrica o una feminista, en la sororidad. Eso es cansado y agota, porque la filosofía debe cambiar el mundo, tiene que incomodar.
Sí podemos escapar de la filosofía. Tal vez, la decisión está en negarnos a hacerlo y reconocer que es inútil; tal vez, la decisión es romper la dinámica de la funcionalidad en el sistema.
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Mundana, el colectivo que Diego y sus compañeros crearon en 2023, ha crecido gracias a la suma de los esfuerzos de todos sus integrantes, entre los que se cuentan 60 columnistas. El colectivo no solo produce un periódico impreso, sino un podcast y una página web donde suben artículos a diario en cinco secciones. Además, solo el año pasado, organizaron dieciocho eventos en los que generaron un intercambio de ideas, a partir de dinámicas más juguetonas como el Speed dating filosófico o la Chocolatada filosófica para niñas y niños.
Los Tiempos Mundanos es el periódico bimensual que produce el Colectivo.
Cuéntanos más sobre la revista y el colectivo Mundana, ¿cómo nació?, ¿quiénes la conforman?
El Colectivo Mundana nació con ganas de tomar cerveza, porque todas las actividades que proponemos terminan en un bar, con una biela y una conversación. Nosotros también tenemos nuestra liturgia mundana.
Todo empezó en el chat: «Los tres Diegos», ahí estábamos el Diego Jadán, el Diego Parra y yo. En una conversación nos preguntamos por qué en Cuenca no había publicaciones sobre filosofía. Entonces, en lugar de quejarnos, decidimos hacerla realidad. Lo primero que hicimos fue proponer una sección de filosofía para Monda & Lironda, como una suerte de suplemento semanal. Sin embargo, eso no se pudo concretar por cuestiones técnicas y, pensando en retrospectiva, fue para mejor, porque de no ser así, el colectivo no hubiera crecido tanto.
Lo segundo que hicimos fue invitar a gente: columnistas, correctores de estilo, diseñadores, ilustradores. Así se sumaron: Verónica Neira, Gabriela López, Eduarda Abad, Martín Vasco, Lucía López, Antonio Fernández, Diana Quinde y más. La gente ha ido y venido, pero, actualmente, en el grupo de columnistas tenemos sesenta personas. ¡Es increíble! Cuando empezamos, en la primera revista, escribimos diez, la mayoría de Cuenca. Afortunadamente y poco a poco, hemos encontrado amigos de otros lados. Con Instagram hemos contactado a gente de otras ciudades, fundamentalmente de Quito, y de otros países, como España, Argentina, Italia o Colombia.
Para el nombre, pensamos que las conversaciones que teníamos en los bares eran mundanas, se trataba de una filosofía de café, de amigos que conversaban sobre la violencia, el amor, el mundo… Una charla intelectual a partir de cosas muy terrenales. Kant, que es el filósofo más acartonado que hay, dice que existe la filosofía académica y la mundana, pero con esto no se refiere al pensamiento de la calle, sino al que reflexiona sobre los dilemas de lo humano. Así también, en español existe la oposición entre lo mundano y lo divino, pero en francés, esta palabra se usa para oponer lo real (de realeza) con lo civil, lo popular. Nos encanta que el nombre tenga esta polisemia y que nos permita expresar lo que sea, porque eso evidencia una posición bastante abierta y flexible. Mundana es para la gente que se atreve a disputar el canon, lo establecido; es una invitación a que se pueda pensar críticamente y, ojalá, a discutir lo que publicamos.
Diego posa en el Salón del Pueblo Efraín Jara Idrovo. Fotografía de Jaime Villavicencio.
Como filósofo y persona, ¿qué autores, autoras o ideas son imprescindibles para ti?
Tengo dos obras que son fundamentales y que permean no solo la forma en la que estoy pensando, sino la forma en la que estoy viviendo. La primera es El manifiesto comunista de Marx y Engels, porque reconfiguró toda mi forma de pensar la vida —desde mi crisis con la religión, hasta la que tenía con mi entorno— y me permitió vincularme con los sectores populares de manera directa. Creo que mi relación con este libro es como un primer matrimonio, del que no me puedo divorciar. No hay discusión. La segunda es Tesis de filosofía de la historia de Walter Benjamin, por la sutileza que tiene para explicar el tiempo, la historia que estamos viviendo, la dinámica de la opresión, la crítica del arte.
Pero, hablar de esto es como hablar de tus bandas favoritas, la respuesta siempre cambia. He tenido etapas. Cuando estoy muy triste, por ejemplo, me voy con Sartre o Camus, porque leerlos, en ese momento, es como escuchar un pasillo, te pones feliz. Hannah Arendt es, tal vez, la mejor filósofa que he leído, porque habla de una realidad que está acá. Y, hablando de Latinoamérica, Bolívar Echeverría y Enrique Dussel me parecen esenciales. Por otro lado, como no me gusta hablar solo de muertos, creo que es preciso rendirle homenaje a dos mujeres que son fundamentales en el desarrollo de mi gusto por la filosofía: Jessica Castillo y Catalina León Pesántez.
Jessica fue mi profesora de Educación en la universidad. Mi vida ha sido completamente diferente, por todo lo que me enseñó. Pienso en la carta que Camus le escribió a su profesor cuando ganó el Premio Nobel, porque creo que todas las personas tienen un maestro a quien, algún día, le van a tener que agradecer y esa persona no debe estar muy consciente de lo que ha hecho por uno. Por su parte, Catalina nos motivó a ser creativos para construir pensamiento en Latinoamérica. Además, sus libros me parecen un referente que la ciudad debería reconocer. Cuando pregunten: «¿Quién hace filosofía en Cuenca?», la respuesta debería ser: Catalina León Pesántez.
¿Qué preguntas no debemos dejar de hacernos y por qué?
No deberíamos dejar de preguntarnos nunca ¿quién soy? Cuando te haces esta pregunta, piensas si tiene sentido volver a hacer lo que sea que estés haciendo, volver a verte con la gente con la que interactúas o volver a vivir dónde y cómo estés viviendo. Cuando esa pregunta te llegue a incomodar, tienes que reaccionar de alguna manera y eso deriva en pensar desde las tres grandes ramas de la filosofía: la política, la ética y la estética. Y si estás a gusto con lo que eres, sientes, ves y crees, hacerse esta pregunta es un ejercicio muy lindo.
También debemos preguntarnos «¿Qué quiero ser de niño?». Aunque es una pregunta imposible, me gusta porque implica cuestionarnos si estamos conformes con la vida que tenemos, también nos invita a volver a conectar con una característica que comparten la filosofía y la niñez —y que muchas veces nos dejamos extirpar—: el asombro.
Me parece que el gran problema de la sociedad occidental es que vemos lo que pasa en Gaza sin asombro, tal vez con pena, incluso con indignación, pero sin asombro. Lo mismo con la tasa de femicidios, es como una cifra más. Si realmente nos asombráramos, creo que las cosas podrían cambiar.
Yo no me quiero expresar desde la pretensión de que la filosofía te hace más inteligente, solamente creo te da otras herramientas para resistir. Además, sí motiva a proceder diferente y así se puede politizar un montón de temas, como la ternura, los cuidados, la acción colectiva, la práctica individual, la capacidad de ser lo que somos. Asombrarse de lo que está pasando nos interpela también como sujetos y comunidad.
Hacerte estas preguntas te permite disputarle al mercado la filosofía y crear espacios en los que puedas no consumir. El tema es que el capitalismo ha mercantilizado las prácticas espirituales, incluso las que no están asociadas a una divinidad. Entonces, hay una persona que está vendiendo el starter pack para comenzar tu práctica de yoga, tu práctica astral, tu práctica filosófica.
Todo el tiempo estamos obligados a comprar algo para ser lo que somos y eso no nos asombra. Las filosofías de vida son una idea, no deberíamos necesitar nada para poder ser lo que queremos ser. Hay que crear espacios que puedan ser alternativas al consumo y donde podamos habitar genuinamente.
Diego Vintimilla Jarrín. Fotografía de Jaime Villavicencio.
Ahora te propongo un juego. Existen obras de arte que nos hablan sobre filosofía o sus conceptos, sin ser educativas o propiamente filosóficas. Recomiéndanos una película, una canción, un libro o un cuadro (no se vale decir Matrix).
«Los días raros», de Vetusta Morla, es la canción que pongo cuando me quiero inspirar. Ojalá le sirva a alguien más. La letra tiene unas cosas muy interesantes, juega mucho con la idea de la contradicción.
El cuadro que quiero recomendar, lo tengo tatuado, se llama Angelus Novus y es de Paul Klee. Es una pintura chiquita que Walter Benjamin tenía en su casa y que se la regaló su amigo Paul Clift. Es especial porque, a partir de esta, Benjamin creó la alegoría del Ángel de la Historia que está en Tesis de filosofía de la historia. El ángel del cuadro es como un garabato, pero bastó para que este filósofo desarrollara su idea, por eso es explosivo.
Finalmente, se me viene a la mente la película La peor persona del mundo (2021), que está protagonizada por Renate Reinsve y dirigida por Joachim Trier. Sirve para conversar sobre los amigos y los amores violentos o sobre los traumas del amor. Creo que el amor juega muchísimo en la filosofía.
Hay algo que no haya preguntado y te gustaría decir a nuestros lectores.
Las personas que se dedican a la filosofía en Latinoamérica, salvo unos pocos, son personas trabajadoras, por eso están obligadas a que su reflexión tenga relación con la vida concreta que atraviesan. Eso las diferencia de muchos pensadores europeos que tenían una vida más o menos resuelta, que podían encerrarse exclusivamente a pensar. Digo esto porque los filósofos latinoamericanos siempre tienen un componente político que los caracteriza, porque no se pueden disociar de su compromiso con la realidad.
Rosalía Vázquez Moreno (Cuenca, 1991). Es escritora, editora y lectora. En 2023 publicó Sobre cómo hacer y deshacer una maleta, poemario con el que ganó la Convocatoria Abierta para Publicaciones de la CCE Azuay de ese año. Ha escrito para revistas como Inhaus, la Gaceta Cultural de República Sur, L’escalier Magazine y otras. En 2023, junto a otros poetas, colaboró con el artista Alexander Apóstol en la obra ganadora del Premio Adquisición de la XVI Bienal de Cuenca. Es máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid y licenciada en Lengua, Literatura y Lenguajes Audiovisuales por la Universidad de Cuenca.